miércoles, 7 de marzo de 2012

Un padecimiento transitorio?

¿Un padecimiento transitorio?
Miércoles, Marzo 7, 2012 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -A fuerza de vivir tanto tiempo
bajo un poder que nos domina en lugar de gobernarnos, parece que los
cubanos estuviéramos a punto de ser un pueblo ingobernable. Es un asunto
al cual quizá no hemos prestado la debida atención, ni nosotros ni el
propio régimen. Y ojalá que no resulte demasiado tarde para hacerlo.
Tarde para nosotros quiero decir, pues para el régimen sí lo es.

Precisamente un signo revelador de la inutilidad de lo que ahora llaman
el "proceso de actualización del modelo cubano", está en la forma en que
este proceso demuestra diariamente, a cada paso, la ineptitud del
régimen para gobernarnos.

Esos grandes y pequeños funcionarios corruptos que saturan todas las
estructuras y que, lejos de extinguirse al ser aplastados, se
multiplican como las lombrices. Y esa abulia generalizada entre la gente
de a pie ante los llamados al orden, ante el cumplimiento de la ley, o
ante la perspectiva de cualquier compromiso, sea para apoyar con hechos
los planes oficiales o para rechazarlos, no es sino consecuencia directa
de la ingobernabilidad de los cubanos, posiblemente el más nefasto de
los males que heredaremos del totalitarismo.

Pocas personas pueden ser tan ingobernables como las que renuncian a la
estabilidad que proporciona el trabajo, resignadas a vivir del aire,
apostando por la inseguridad y aun por la miseria, con tal de preservar
ciertos ripios de libertad individual.

En apariencia, vivimos dispuestos a obedecer todo lo que nos ordenen y a
sufrir resignados todo lo que nos impongan, pero si bien se mira, no
deben abundar en el mundo pueblos tan desobedientes y descreídos como el
cubano de hoy. Como tampoco abundan los que estén resueltos a pagar por
ello tan alto precio.

Nuestra ya proverbial fama de aguantones, más que al miedo, podría estar
respondiendo a una especie de insano complejo de impotencia, cuyos
efectos, a la larga, no sólo son tan perniciosos como los del miedo,
sino mucho más duraderos.

Vivimos en una sociedad desintegrada, y tal vez haga falta asumirla
desde esa desintegración para entender su ingobernabilidad. El esfuerzo
totalitario por reducirnos a una especie de colectivo ancestral, al
estilo de las primeras comunidades de la civilización, ha terminado
exacerbando nuestro individualismo y nuestra falta de responsabilidad
ante el destino propio y ante la historia.

Estamos muy cerca de convertirnos en sujetos gobernados únicamente, o
sobre todo, por la inercia. Hemos perdido esa chispa de inconformidad
que rige cada acción de los seres ante la idea de progreso. A fuerza de
fingir, hemos derivado hacia una suerte de incapacidad ya no sólo para
decir las verdades, sino para enfrentarlas o, aún menos, para
identificarlas. De tanto ocultar lo que sentimos, pareciera que nos
quedamos sin aptitud para manifestar auténticos sentimientos.

Frente al engañoso abandono a que nos condenó el régimen, respondimos
abandonándonos a nosotros mismos. Ante su enfermiza manía
concentracionaria, oponemos en silencio nuestra picaresca de la lucha
individualista. Nuestra pasividad, a prueba de todo tipo de menores y
mayores hecatombes, no es sino un disfraz que apenas disimula una muy
particular inconsciencia.

Ante la tesis totalitaria de que el Estado es superior a los individuos,
y, por tanto, éstos tienen que ser sus servidores, es decir, las
probetas para los caprichosos inventos de sus representantes, hemos
asfixiado en nuestro interior la espontaneidad, la imprevisibilidad y el
impulso de originalidad, rasgos todos eminentemente humanos, cuya
ausencia nos aplasta con su peso de plomo.

Aquel viejo axioma según el cual a este régimen no hay quien lo arregle,
pero tampoco quien lo tumbe, más que como un petulante reconocimiento de
su poder, se nos revela hoy como un anticipo de su histórica finalidad
de remolino, destinado a hundirlo todo antes de terminar hundido él
mismo, irremisiblemente.

Padecemos enajenación colectiva. Y sólo falta por ver hasta qué punto se
trata de un padecimiento transitorio. Porque de lo contrario, no
resultaría fácil (ni estimulante) prever qué va a pasar en Cuba cuando
llegue el fin de la dictadura.

http://www.cubanet.org/articulos/%c2%bfun-padecimiento-transitorio/

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