sábado, 31 de marzo de 2012

Catolicismo y democracia en Cuba

Catolicismo y democracia en Cuba
Publicado el Sábado, 31 Marzo 2012 10:13
Por Rafael Rojas*

En la resaca de las tantas visiones promisorias sobre la visita del Papa
a Cuba que circulaban desde fines del año pasado, hoy advertimos que los
mayores beneficios del paso de Ratzinger por la isla tal vez no haya que
buscarlos en Santiago o La Habana sino en Washington y Bruselas.

La presencia en Cuba del líder de una iglesia que congrega a más de mil
millones de fieles en el mundo tal vez ayude a consolidar el criterio de
que la democratización cubana no se abrirá paso por medio de políticas
basadas en el aislamiento diplomático de ese país o en sanciones
comerciales contra su gobierno.

Al igual que en la visita de Juan Pablo II en 1998, la ciudadanía de la
isla pudo escuchar a un jefe de Estado que habla de paz y libertad, de
sociedad abierta y verdad cristiana. Todos, conceptos ajenos al discurso
excluyente y confrontacional que ha caracterizado al gobierno cubano en
más de medio siglo de poder. La forma manipuladora con que los medios
oficiales enfocaron la visita y los mensajes del Papa y el modo
abiertamente represivo con que las autoridades manejaron la seguridad
nacional, antes y durante la estancia de Benedicto XVI en Cuba, fue una
perfecta negación de esos mismos conceptos, serenamente formulados en
las homilías del Papa.

La hegemonía doble

De cara a la nueva sociedad que se viene construyendo en la isla, en las
dos últimas décadas, la visita papal abre interrogaciones que no pueden
silenciarse ¿Qué tipo de ciudadanía acabará constituyéndose en ese país
caribeño, si se normaliza la hegemonía doble del Partido Comunista sobre
la sociedad política y de la Iglesia Católica sobre la sociedad civil?
¿Qué sujetos políticos moldeará un sistema en el que la institución
alternativa al Estado socialista, que cuenta con mayores derechos
civiles para la trasmisión de sus valores a la sociedad, es la Iglesia
Católica?

Existe la equivocada percepción de que Cuba ha sido y es una nación
católica, como España o México, Irlanda o Polonia. El proyecto católico
de nación nunca predominó en Cuba por muchas razones que podrían
resumirse con la idea del antropólogo cubano, Fernando Ortiz, de que
allí la nacionalidad se formó tardíamente, entre mediados del siglo XIX
y principios del XX, por medio de un proceso de transculturación que
incluyó, por supuesto, diversos cultos religiosos. La religión católica
fue la más practicada por los cubanos hasta 1958, pero la Iglesia no era
la institución hegemónica de la sociedad civil de la isla antes del
triunfo de la Revolución.

Hoy los católicos no son mayoría demográfica en Cuba y, sin embargo, la
Iglesia es tratada por el gobierno de Raúl Castro como si su feligresía
acumulara las bases no representadas por el Partido Comunista. Este
último ha concedido al clero católico derechos de asociación y expresión
que, por ser negados a la ciudadanía, se convierten en privilegios, que
le permiten crecer en condiciones excepcionales. Es cierto que los
católicos cubanos han luchado por esos derechos en el último medio
siglo, pero no menos que otras minorías de la sociedad, como las que
conforman la oposición pacífica.

En su loable esfuerzo por abrir la esfera pública de la isla, la Iglesia
y sus intelectuales insisten en que el crecimiento de esta institución
se debe a que la misma no pertenece a la sociedad política sino a la
sociedad civil y que, por tanto, su labor es estrictamente "pastoral".
Sin embargo, no dejan perder oportunidad alguna para presentar la manera
en que la Iglesia se relaciona con el gobierno de Raúl Castro como el
tipo de oposición leal que deberían practicar todas las asociaciones
independientes para ser reconocidas. Nada más político que asumir un
tipo de relación con un gobierno como paradigma de toda la sociabilidad
de un país.

Habría entonces que empezar por admitir que el crecimiento del
catolicismo cubano en las dos últimas décadas no ha sido meramente
"natural" o "espontáneo", sino que ha respondido a la coyuntura
histórica del colapso ideológico del marxismo-leninismo en los 90 y a
los privilegios concedidos a la Iglesia a partir de esa década. Todavía
en los años previos y posteriores a la visita de Juan Pablo II a la isla
podía hablarse de la recuperación de una fe reprimida o amordazada. Hoy
habría que hablar ya de una fe ideológicamente sostenida por dos
instituciones autoritarias, que encuentran un punto de entendimiento en
el discurso y la práctica del nacionalismo excluyente.

Nacionalismos excluyentes

El sentido excluyente de ambos nacionalismos comienza con la
representación de toda la comunidad cubana como comunista o católica. Un
editorial de Granma de mediados de marzo hablaba de la "Nación cubana",
no de la Revolución o el Socialismo, y presentaba a esta al Papa
Benedicto XVI, casi, como un pueblo católico. El embajador de la isla
ante la Santa Sede fue más allá y declaró que la "Revolución Cubana y la
Iglesia Católica hablaban el mismo idioma porque perseguían lo mismo".
La homologación de discursos entre ambas instituciones fue tan clara en
los medios oficiales que el Papa se vio obligado a declarar, antes de su
viaje a México, que la "ideología marxista ya no responde a la realidad".

Si lo que el Papa quiso decir era que la ideología oficial cubana no
responde a la realidad de la isla, tal vez debió referirse a la
ideología "marxista-leninista" o "estalinista" o, incluso, "comunista".
La teoría social e histórica del capitalismo moderno de Marx es, por el
contrario, una de las ideologías que más contactos establece con la
realidad global del siglo XXI. Lo curioso es que el gobierno tolere el
anticomunismo de la Iglesia Católica, mientras subvalora, margina o
silencia los marxismos críticos que se posicionan frente a la ausencia
de democracia o al avance del capitalismo en Cuba.

La elección oficial del catolicismo como alternativa leal posee, además,
el inconveniente de facilitar el arraigo de ideas conservadoras sobre la
nueva comunidad multicultural que intenta articularse en la isla a
principios del siglo XXI. La visión de la Iglesia sobre las alteridades
sexuales, raciales y genéricas, sobre los cultos afrocubanos, el aborto
y el matrimonio gay, es tradicionalista, por no decir reaccionaria. El
gobierno cubano, que históricamente ha demostrado ser también
conservador en esas materias, hace acompañar su cautelosa apertura
económica de una reevangelización católica que se propone crear una
mayoría moral, "obediente en la fe" y "buscadora de la verdad".

Reconciliación nacional y derechos civiles

El Papa, el cardenal Jaime Ortega, el arzobispo Thomas Wenski y casi
todos los líderes católicos, dentro y fuera de Cuba, hablan de un "largo
camino de reconciliación nacional" y de una transición gradual, que
evite el capitalismo salvaje en Cuba. La pregunta que queda en pie es
por qué para evitar ese tipo de capitalismo y avanzar en esa
reconciliación nacional es necesario privar a la ciudadanía de derechos
civiles y políticos elementales como la libertad de asociación y
expresión. No estaría mal que, aprovechando los medios con que ya
cuenta, la Iglesia fuera más transparente en la exposición del tipo de
capitalismo y el tipo de democracia que desea para Cuba.

El catolicismo, como sostuviera el malogrado profesor de la Universidad
de Cambridge, Emile Perreau-Saussine, en su póstumo estudio Catholicism
and Democracy (2012), no es incompatible con la democracia. Pero sus
mayores contribuciones a esta se han verificado cuando ha sabido
renunciar a sus linajes antiliberales y anticomunistas y se ha
secularizado por la vía del diálogo ecuménico y la convivencia con otras
religiones, cultos e ideologías. Los católicos cubanos deberían ganar
conciencia en que el crecimiento de su fe en Cuba sólo podrá
consolidarse plenamente bajo un clima de tolerancia religiosa,
diversidad ideológica y libertades públicas para todos.

La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba ha sido beneficiosa para la
democratización, toda vez que el pueblo de la isla entró en contacto con
un líder mundial que trasmite ideas y valores diferentes a los del
Estado cubano. Lo que no favorece la democratización de Cuba es que el
proyecto de nación del catolicismo se presente como extensión o
complemento del proyecto oficial. Lo que, definitivamente, no contribuye
al creciente pluralismo ideológico de la isla es que la Iglesia Católica
comparta con el Partido Comunista la hegemonía sobre la esfera pública
cubana, aceptando la limitación de derechos de las demás asociaciones
civiles y políticas del país.

* Historiador y ensayista cubano. Cortesía de su blog Los libros del
crepúsculo

http://cafefuerte.com/cuba/noticias-de-cuba/sociedad/1725-catolicismo-y-democracia-en-cuba

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