viernes, 30 de marzo de 2012

De Papas y Comandantes, milagros y “realpolitik”

Visita de Benedicto XVI

De Papas y Comandantes, milagros y "realpolitik"

Los únicos sorprendidos deben haber sido quienes esperaban un milagro

Eugenio Yáñez, Miami | 29/03/2012 10:07 am

Comenzó y terminó la visita del papa Benedicto XVI a Cuba y, con
excepción de quienes esperaban milagros, todas las partes involucradas
pueden considerar que obtuvieron más o menos lo que se esperaba, y que
no hubo ninguna sorpresa en la visita.

Así, para la Santa Sede, como corazón del catolicismo, las misas del
Papa en Santiago de Cuba y La Habana, y su visita al Santuario de la
Caridad del Cobre, contribuyen al fortalecimiento de la fe católica
entre los cubanos, en momentos en que esas creencias pierden terreno en
medio de la crisis de identidad de la nación cubana.

Otra cosa es El Vaticano como Estado: aquellos que "analizan", queriendo
adaptar juicios establecidos de antemano (es decir, sus prejuicios) a la
realidad, destacaron que en El Cobre el Papa dijo que había encomendado
el futuro de Cuba a la Virgen de La Caridad y había pedido por los
presos. Es cierto, y son palabras bellas, pero al encomendar el futuro
del país a la Virgen, el Vaticano se quita responsabilidad por ese
futuro, pues lo puso en manos divinas. Además, en todas partes del mundo
la Iglesia católica ora por "los presos" en general, y no exclusivamente
por presos "políticos" o "de conciencia", palabras que el Santo Padre no
mencionó ni una sola vez en Cuba, al menos públicamente.

Para la jerarquía católica nacional ha sido una oportunidad de
protagonismo nacional y mundial, al menos en el plano mediático y la
inmediatez, a la vez que un necesario espacio de visibilidad y presencia
ante el totalitarismo cubano, lo que le había sido negado en el último
medio siglo. También se abrieron, al menos, potencialidades para otros
espacios de la Iglesia en la sociedad cubana, aunque a un precio que ha
sido y seguirá siendo ampliamente cuestionado por muchos compatriotas.

Para la dictadura, el discurso de bienvenida de Raúl Castro, cargado de
referencias políticas, la presencia del Papa, y la imagen brindada al
recibirlo fastuosamente y con honores (como se hizo anteriormente con
Juan Pablo II, Leonid Brezhnev o Mengistu Haile Mariam), así como las
dos misas con la presencia en primera fila del General y personeros del
régimen, constituyen un baño de rosas para mejorar su imagen ante los
gobiernos decentes del mundo y ante sus propios aliados populistas y
demagogos, y para ganar apoyo de los tontos útiles de siempre y de las
nuevas promociones, pues esa especie se reproduce como el marabú o las
clarias.

Para desconcierto de muchos que no gustan de razonar demasiado,
cualquier concepto que haya expresado Benedicto XVI lo puede suscribir
el régimen tranquilamente: justicia, verdad, paz, libertad,
reconciliación, futuro. Dirá que la justicia mayor es la obra
revolucionaria misma; que la verdad la muestra el periódico Granma; que
el régimen desea la paz de los cubanos (que los "mercenarios" quieren
destruir); que ningún pueblo es más libre que el cubano; que el Gobierno
desea la absoluta reconciliación de sus ciudadanos "respetuosos"; y que
no existe mejor futuro que ese luminoso que siempre indicó Fidel Castro.

El régimen tendrá que hacer como que objeta al salvaje con uniforme de
la Cruz Roja que dio golpes y palos a un cubano indefenso detenido por
gritar "libertad" y "abajo el comunismo" (casi lo mismo que había dicho
el Papa). El mundo entero ha visto las imágenes y el Vaticano se ha
interesado por el cubano golpeado, por lo que tal fechoría será
explicada como barbarismo por cuenta propia, nunca como espíritu de
mitin de repudio y represión pura y dura, instaurada por el castrismo
desde siempre, donde todo el que no comulgue con el régimen es
automáticamente "no-persona".

Las detenciones "preventivas" e intimidaciones contra damas de blanco y
opositores, casi todos imposibilitados de estar presentes como
agrupaciones en las actividades con el Papa, se diluirán en los medios
informativos del mundo, mientras algunos cubanos siguen insistiendo en
llamar "desaparecidos" a compatriotas detenidos en lugares que no se
conocen de inmediato, lo que resta fuerza a sus denuncias, por no
comprender que el lúgubre concepto de "desaparecido" se hizo célebre con
las dictaduras militares del cono sur latinoamericano en los años
setenta para referirse a los asesinados de paradero desconocido, y que
por muy mal que la pasen los opositores cubanos temporalmente detenidos
por órdenes de Raúl Castro, afortunadamente ninguno ha terminado
"desaparecido".

Miami, lamentablemente, una vez más actuó de manera reactiva, dada la
proverbial falta de estrategias para anticiparse, centrándose en un
debate interminable sobre lo positivo y negativo de la visita del Papa y
enjuiciando la actuación del Cardenal, enviando a Cuba una pequeña (y
costosa) delegación de peregrinos que fueron a ver a Benedicto, una
flotilla de fuegos artificiales fuera de las aguas territoriales
cubanas, y organizando un centro de denuncias sobre detenciones y
represión en la Isla que actuó aceptablemente, pero sin poder imponer
demasiada repercusión internacional a sus denuncias en medio de las
liturgias y las toneladas de información procedentes de Cuba sobre las
actividades oficiales de la visita.

Como colofón del show, Benedicto XVI consideró conveniente —en medio de
una agenda tan apretada que no dejó ni un minuto para las Damas de
Blanco— reunirse con el vetusto y decadente Fidel Castro, a lo que el
protocolo no lo obligaba para nada, pues ya el decrépito dictador no
ostenta cargos oficiales en Cuba. La iniciativa surgió del propio
heredero del trono de Pedro, no del heredero del poder de Valeriano
Weyler, quien "modestamente" estuvo de acuerdo, y que de seguro lanzará
posteriores "reflexiones" sobre tal encuentro, donde, pedigüeño, como
siempre, pidió libros al Papa.

No sé si El Vaticano dirá que ese vis-a-vis con el excomulgado
corresponde al aspecto pastoral o al político de la visita, pero de
seguro el debate que suscitará en todo el mundo será agrio y prolongado,
y permitió que ese encuentro desviara titulares en todo el mundo y
restara peso relativo a otros aspectos importantes de la visita.

El Papa no tendrá que dar explicaciones a los cubanos, ni al mundo,
sobre tan peculiar cita, pero tal vez sería positivo que se preparara
para explicar los porqués de tal conducta el Día del Juicio Final, para
que así puedan encontrar sentido todos sus llamados en Cuba al amor, la
paz, la verdad, la justicia, la razón, la reconciliación, y el futuro,
porque ninguno de esos nobles conceptos los representa Fidel Castro.

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