martes, 27 de marzo de 2012

Misa de reafirmación revolucionaria

Visita Papal

Misa de reafirmación revolucionaria
Miriam Celaya
La Habana 27-03-2012 - 11:45 am.

Romance castrocatólico: la única política digna de los espacios sagrados
es la del Gobierno.

Alberto Méndez Castelló, periodista de DDC, narra su detención a raíz de
la visita del Papa.

Posiblemente el máximo líder de la Iglesia católica ignora que cuando
oficie su misa pública en la Plaza Cívica de La Habana el próximo 28 de
marzo, no solo estará ofreciendo su bendición al pueblo de Cuba, sino
que sellará también el primer acto de reafirmación revolucionaria
convocado por el gobierno cubano en el marco de una celebración
religiosa, con la anuencia y beneplácito de las alta jerarquía católica
de la Isla.

No podría ser de otra manera, porque —siguiendo las orientaciones que
dimanan desde el trono verdeolivo del sumo pontífice antillano— todos
los trabajadores y estudiantes cubanos han sido convocados para asistir
al acto, con transporte incluido, a fin de garantizar la asistencia a la
misa, y no han faltado los casos en que se ha amenazado con descontar la
paga del día a aquellos heréticos que osen faltar a la cita.

Las disposiciones oficiales han sido claras y precisas: a las 6:00 am
deberán estar concentrados los "fieles" (al gobierno) en cada punto de
recogida y confirmar su asistencia reportándose en una lista que
custodiará un funcionario confiable. Está terminantemente prohibido
"portar carteles o gritar consignas revolucionarias", hay que permanecer
"en silencio" y ocupar el lugar que les sea asignado en la Plaza. A fin
de controlar mejor cualquier posible situación que viole los límites
emocionales establecidos, la Plaza Cívica ha sido cuidadosamente
cuadriculada; cada carnero tiene asignado su redil para que no se
produzca ninguna agitación en el rebaño. En correspondencia, a cada
cuadrícula se ha asignado un número indeterminado de agentes del orden y
de la policía política, que estarán convenientemente vestidos de civil.

En días pasados, en un hecho sin precedentes, la administración de
numerosos centros de trabajo ha hecho circular actas de compromiso de
asistencia a la misa, tal como si se tratara de otra "marcha
combatiente" cualquiera. Sin dudas, el gobierno se resiste a permitir
que la Plaza, ese espacio sagrado de la revolución, se llene
espontáneamente por decenas de miles de cubanos por otra causa que no
sea la revolución misma; es preciso dejar claro que —con o sin Papa— el
sitio se llenará solo por la convocatoria de los oficiantes históricos
del culto.

Incluso desde mi percepción de no creyente, no deja de causarme asombro
la perfecta simbiosis clero-comunista de estos tiempos. Raras alianzas
éstas, que contrastan con un pasado reciente signado por un ateísmo tan
rabioso que frecuentemente las iglesias ostentaban sobre sus portones o
sus fachadas las huellas de irreverentes lanzamientos de huevos de los
cubanos más revolucionarios u ofensivas pictografías fálicas, entre
otras lindezas similares. Para entonces, los creyentes eran
constantemente hostigados y preteridos. En el barrio de La Habana Vieja
de mi infancia y adolescencia, un puñado de jóvenes y niños asistían a
la catequesis de la iglesia María Auxiliadora y por esa causa eran
apodados "beatos" y muchas veces eran objeto de burlas por parte de los
hijos de las familias "comunistas". Jamás este gobierno ha presentado
una disculpa pública por la prolongada e injustificada discriminación a
los religiosos de cualquier denominación; en cambio, ahora se presenta
como adalid de la libertad de credo, como recién declarara cínicamente
en una rueda de prensa el canciller de Cuba.

Sin embargo, lo más asombroso de todo este cuadro es la callada
complacencia de las autoridades religiosas. Hace apenas unos días, el
Arzobispado reaccionó con virulencia ante lo que tomó como la
profanación de un templo, al denunciar como "ilegítima" la ocupación de
la iglesia de La Caridad por parte de trece disidentes con un pliego de
demandas que pretendían entregar al Papa. La gravedad de la ofensa era
mayor por cuanto —se decía—, se estaba utilizando un espacio del culto
para cuestiones políticas, ajenas al espíritu y la función de la
Iglesia. Tan insultante fue la intrusión de los demandantes que el
mismísimo cardenal Jaime Ortega solicitó a las autoridades la expulsión
de los nuevos fariseos del templo de Dios.

No obstante, por estos días se ha hecho obvio que la única política
digna de los espacios sagrados católicos es la del Gobierno, como lo
demuestran la manipulación mediática, las convocatorias oficiales y todo
el proceder en torno a la visita de Benedicto XVI, por parte de la
cúpula gobernante. Algunos cubanos han esperado en vano por alguna nota
de protesta del Arzobispado ante tamaña politización de lo que se
suponía iba a ser una visita pastoral que reafirmara la fe en Dios y
que, por obra y gracia del romance castrocatólico, terminará
convirtiéndose —al menos en apariencia— en otra marcha de apoyo al gobierno.

Mucho espacio ha perdido ya en Cuba la fe católica. Somos en realidad un
pueblo más supersticioso que religioso, más práctico que devoto, más
hedonista que sacrificado. El cubano común generalmente comulga por
igual con cualquier santo o credo que le resulte útil para lo inmediato,
por eso entre nosotros lo utilitario siempre supera con creces lo
sagrado; por eso aquí hasta lo sagrado tiene cierto sabor a bufo. Pero,
con seguridad, cuando Benedicto XVI despegue del suelo cubano de regreso
a la paz y a la meditación de su Vaticano, dejará tras de sí un pueblo
aún menos católico que el que dejara catorce años atrás su predecesor,
Juan Pablo II.

http://www.diariodecuba.com/cuba/10299-misa-de-reafirmacion-revolucionaria

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