jueves, 8 de marzo de 2012

Alergias e Inquisiciones

Debate Intelectual, Exilio, Escritores

Alergias e Inquisiciones

Hacia un esfuerzo común para intentar trazar una pequeña hoja de ruta, y
así poder escapar de los violinistas sordos

Armando Chaguaceda, México DF | 08/03/2012 9:09 am

Desde hace un par de semanas, el problema de los debates dentro de la
intelectualidad y esfera pública cubanas ha adquirido renovada
notoriedad en varios foros virtuales, generando un intercambio que, a
ratos, adopta rasgos tan sugerentes como desafortunados. En medio de ese
ajetreo, una publicación mía provocó reacciones alérgicas en un par de
amigos de la Isla, y me granjeó las diatribas de algunos desconocidos
del exilio, quienes la interpretaron —indistintamente— como injusta
crítica y como defensa inmerecida. Por cuanto en un entorno polarizado
como el nuestro las pasiones obnubilan los diálogos y apenas se puede
quedar bien con la conciencia propia, decidí concentrarme en otros
asuntos urgentes, enviar a íntimos —y a quien me lo solicitó por vía
electrónica— mis argumentos y esperar a que se aclarara la polvareda
para hacer un segundo balance. Es justamente eso lo que pretendo hacer
ahora, cuando —aunque la cosa no parece amainar— parece haber
suficientes elementos para retomar seriamente el tema.

Lo primero que creo es que este intercambio tiene (o puede tener) un
saldo ambivalente. Por un lado, mueve las fronteras de acuerdos tácitos
o supuestos en torno a los sentidos y contenidos de la esfera pública,
la acción y el diálogo sociocultural entre creadores y públicos de la
Isla y su diáspora, exponiendo la suprema fragilidad de sentidos y
lugares comunes construidos en torno a estos. Por el otro —y he aquí mi
mayor preocupación—, (re)abre heridas, resquemores y trincheras, que
terminan beneficiando a quienes no tienen madera ni vocación de
intelectuales o artistas y hacen de la represión de los intercambios y
la difamación un modus vivendi. Alimañas que habitan los predios de la
institucionalidad cubana y de grupos de poder y opinión del exilio.

En lo personal, he sentido como algo terrible la cantidad de andanadas
recibidas por personas como Leonardo Padura —cuya vida y obra no son las
de un esbirro cultural, sino una gloria de las letras criollas— a quien
se le ha reconocido casi nada y se le ha emplazado por casi todo. Un
lúcido (y casi solitario) artículo llamando a la razón y la mesura no ha
sido suficiente para compensar la hemorragia de juicios y
descalificaciones que, con más soberbia que respeto, han dedicado a los
intelectuales de la Isla algunos colegas de la diáspora. Actitud que si
bien puede deberse, en algunos casos, a experiencias de insolidaridad
vividas en la Isla, parece responder en otros casos a una casi
recurrente compulsión a "recuperar el tiempo perdido" y ser "más
papistas que el papa".[1]

Pero no menos terrible es que los aludidos, en su escozor, han terminado
"prestando" (con o sin permiso) sus nombres y argumentos a los censores
del patio, mismos que —huérfanos de ideas— enrarecen y distorsionan el
debate político y cultural en la Isla. Estos personajes no han demorado
en colgar las respuestas de los intelectuales habaneros en los mismos
blogs donde la ausencia previa de la obra de estos ha sido tan notoria
como la sospecha y rechazo (mal disimulados) que sus intervenciones
provocan en estos rotweillers del pensamiento. Al final, los extremos de
este intercambio terminan copados por las hipersensibilidades de quienes
—adentro— confunden cualquier crítica con envidia, traición o abandono
de sus colegas y por las insolencias de aquellos que, desde fuera,
pretenden dictar cátedra a los primeros sin esbozar siquiera un mínimo
reconocimiento a sus no pocas actitudes y aportes valiosos, y sin sentir
el menor estremecimiento por estar ajenos a las amenazas que supone
vivir en las condiciones de los aludidos.

Como aquellos violinistas del Titanic, que tocaban hasta el cansancio (y
la muerte) haciendo caso omiso a lo que ocurría a su alrededor, los
alérgicos parecen ignorar que, ciertamente, en Cuba existen factores
estructurales —palabrita que repito con obsesión sociológica desde mis
intervenciones en Casa de las Américas y el ISA cuando los debates del
"Quinquenio Gris" en 2007— que configuran los modos de organizar,
concebir y administrar la cultura y su difusión, que incluyen formas más
o menos abiertas y/o veladas de exclusión, censura y represión de las
voces críticas, aplicadas por una gama de agencias que abarcan desde el
Ministerio de Cultura, pasando por las asociaciones de creadores (AHS y
UNEAC) hasta llegar a los muchachos inquietos de la Dirección de
Contrainteligencia del MININT.

Pero —en otra variante de la misma orquesta—, quienes condenan en bloque
a los creadores de la Isla (y sus instituciones) no dan cuenta de la
mezcla de rebeldía, ingenio, concertación y negociación (término que no
siempre oculta concesiones unilaterales y espurias) con que no pocos han
utilizado esos canales y membresías para promover un arte no museable,
interpelar al poder y defender tanto la persona, obra y derechos de los
miembros del gremio. La Bienal de la Habana y la Muestra de Jóvenes
Realizadores, las discusiones sobre política cultural y las ediciones de
autores antes proscritos, unidos a las decenas de pequeñas escaramuzas
cotidianas, tienen que ser puestos en "la factura", sin sobredimensionar
u ocultar su impacto, so pena de caricaturizar nuestra realidad. ¿O
alguien cree que el escenario que deja el saliente ministro Abel Prieto
es solo una viñeta de hegemonía negociada y no también un agónico marco
de luchas y reacomodos éticos, estéticos y políticos? ¿Y que, si en sus
manos estuviera, los burósofos de la Academia y los lobotomizados
megáfonos del aparato ideológico no erigirían un modelo cultural
norcoreano donde las exposiciones de plástica llevaran por título "Los
Cinco Volverán", se abriría un Plan de Formación Emergente de
"Colmenitas" y el bocadillo central de las obras teatrales sería el
infame "Machete, que son poquitas" con que unos tristes seres acosan a
las Damas de Blanco en las calles habaneras?

Pero si las posturas extremas —por las respectivas dosis de razón que
poseen y por el daño hecho a la mutua comprensión— son insuficientes
para convencer al otro de su justeza y pertinencia, creo que algunos
"datos" pueden mover el debate (y la realidad) lejos del fatal punto
muerto que hoy —para goce de todos los mercaderes del odio— nos amenaza.
Esas razones se erigen sobre la esperanza que construyen quienes, dentro
de la Isla e incluso con su pertenencia o apego a las instituciones y
legalidad cubanas —aunque no a sus manipulaciones infames— desmontan los
argumentos de sospecha y (auto)justificación de quienes ven en el "otro"
a un juez desinformado con domicilio madrileño o un tarifado tartufo
residente en Miramar.

Frente al viejo tema que sigue dividiendo la real esfera pública cubana
(la segmentación y consiguiente falta de diálogo/solidaridad entre los
espacios/actores que la constituyen, saldo mixto de dogmatismos y
censuras) la promoción de la civilidad y la defensa de lo público se van
constituyendo en ejes articuladores de un reconocimiento, primero, que
luego desemboca en respeto, diálogo y solidaridad, entre posturas
ideológicas que asumen sus diferencias pero chocan contra el enemigo
común. Este proceso no ha estado exento de sectarismo y errores de las
partes, como resultado de las dificultades para la comunicación
horizontal entre los diversos grupos y foros, un claro producto de las
represiones, censuras y sospechas generadas por el poder. Pero
constituye un fenómeno sociológico nuevo (que no existía como tendencia
hace un quinquenio, cuando nos involucramos en el affairePavón reloaded)
y cuyas raíces remiten, de forma fragmentada e inexacta, a la emergencia
de colectivos y espacios autónomos culturales (notablemente situados a
la izquierda del poder) durante la segunda mitad de la década del 80,
iniciativas estas que fueron rápidamente desactivadas con una estrategia
que mezclaba represión, emigración y cooptación, la cual que no parece
surtir el mismo efecto con los actuales activistas.

La existencia y ampliación de las presentes iniciativas adquiere una
relevancia directamente proporcional a los resultados de la ofensiva
oficial visiblemente destinada a implotar o vaciar de sentido (por
irrelevantes) a los espacios de debate sociocultural existentes,
condenándolos a elegir entre la complicidad o la clausura. Esta razzia
anticultural (que ya lleva al menos tres años de febril actividad)
debería llevar a los intelectuales orgánicos del socialismo cubano —que
son personas honestas e inteligentes y no meros alabarderos del régimen—
a revisar sus discursos excesivamente normativos, en los cuales los
deseos se confunden a menudo con las realidades —y donde, por ejemplo,
se pontifica el meritorio trabajo de mis compañeros del Observatorio
Crítico sin decir que por ese mismo trabajo son objeto de sanciones,
vigilancia y exclusión de los aparatos represivos y culturales del
estado— y a reexaminar sus criterios de reconocimiento e inclusión
selectivos del "otro", convenciéndose que —pese a cariñitos ocasionales
que les dispensan— ellos son ontológicamente "otros" para el poder.[2]

La actual coyuntura también podría sugerir una revaluación de las
aspiraciones (y opciones) de estos gestores para negociar con el Estado
cotos de autonomía; sobre todo porque ahora la negociación parece ser "a
la baja". Y como todo poder solo negocia cuando puede ofrecérsele algo,
en tanto esos espacios "tradicionales" sigan perdiendo capacidad de
convocatoria, sus animadores se tornan susceptibles de terminar sus días
como aquellos pastores protestantes isleños que —de tanto coincidir con
la agenda del Gobierno— han terminado desdibujando su identidad y
objetivos. Convirtiéndose, para las autoridades cubanas, en entes
"ignorables", de quienes ya no esperan obtener aquello que necesitan y
que ya no pueden obtener por medios propios: acceso y legitimidad
ampliados a nuevos y amplios públicos, dentro y fuera de la Isla

Por último (pero no menos importante, dada la creciente mercantilización
que parece envolver los predios y almas criollos) los intelectuales que
cultivan especiales relaciones dentro del mundo académico global (y
especialmente de EEUU y América Latina) deberían recordar que necesitan
un mínimo de credibilidad interna demostrable, que la retórica vacua y
los juegos verbales no seducen a los públicos crecientemente informados
allende el Malecón y que el perder puntos como voceros del reformismo o
la crítica de izquierda, los torna, sencillamente, menos cotizables. A
menos que se quiera contraponer, al (ciber)chancleteo, la no menos
inútil y ominosa especie del (ciber)cantinfleo.

Así que, sea por la impronta de Adam Michnik o su tocayo Smith, vale la
pena que el gremio aproveche este affaire para revaluar sus rumbos e
identificar agendas y propuestas comunes y concretas, entre sus
integrantes de dentro y fuera de la Isla. Si prevalece la lógica de un
activismo (radicalismo autolimitado) que sostiene la preservación de la
autonomía como condición vital frente al avasallamiento
estatal/mercantil o si se apela al capital social acumulado para obtener
un pasaje privilegiado al bazar global de las ideas y las artes (Ley del
Valor mediante) ello puede no importar tanto. Lo decisivo —creo— es que
no nos echemos, mutuamente, más basura encima, que las dentelladas no
ocupen el sitial de los argumentos y que los puentes no sean sustituidos
por alambradas. Y que la ética de la resistencia, el respeto y hasta del
temor asumido como condición humana frente al desenfreno del poder —de
la cual Virgilio Piñera nos dejó su valerosa e insuperada lección— guíen
nuestro andar lejos, muy lejos de todos los cienos… donde a veces
solemos hundirnos con nuestros propios pasos.

[1] Estos influjos parecen haber llevado a un par de colegas habaneros,
recientemente emigrados, a convertirse en animadores públicos de
posturas antisocialistas (liberal y conservadora) dentro del debate
cubano. Si bien en el primer ejemplo la apuesta ha sido acometida con
altura ética y buena prosa (lo que nos permite mantener un diálogo
respetuoso a pesar de fronteras ideológicas) que tributa al rico acervo
del pensamiento liberal cubano, en el otro caso causa asombro la
obsesiva dedicación a criticar (con más sentencias que argumentos) a
viejos colegas, espacios y debates frente a los cuales nunca tuvo —al
menos hasta donde recuerdo— intenciones públicas de polemizar o incidir
mientras compartíamos aulas y pasillos en la bicentenaria Universidad de
la Habana.

[2] Esto, lejos de lo que algunos podrían alegar o suponer, no solo
afecta a aquellas posturas políticas explícitamente alejadas de
cualquier ideal socialista, como atestigua la magra o nula solidaridad
que han concitado iniciativas, denuncias y posicionamientos públicos del
Observatorio Crítico (como la Carta contra las Obstrucciones Culturales
de diciembre de 2009) por parte de destacados representantes de la
intelectualidad reformista que habita los predios de la UNEAC.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/alergias-e-inquisiciones-274742

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