lunes, 26 de marzo de 2012

Un cuento chino con final trágico

Un cuento chino con final trágico
[25-03-2012]
Carlos Alberto Montaner
Periodista, escritor y político

(www.miscelaneasdecuba.net).- En el 2011 el primer inversionista en
Alemania fue China. No fueron Estados Unidos, Suiza o Francia, los
siguientes tres inversores. Y los chinos no invirtieron en materias
primas, como suelen hacer en América Latina, sino en actividades
industriales, tecnológicas e ingeniería.

Entre las adquisiciones chinas está la compañía Putzmeister, fundada en
1958, un gigante alemán dedicado a los equipos de construcción. La
adquirió por miles de millones de dólares en el 2011 una compañía china
llamada SANY, creada en 1986 por tres socios que entonces reunieron un
pequeño capital de unos 10 000 dólares al cambio actual.

El presidente de SANY es Lian Wengen, el hombre más rico de China.
Algunos le calculan un capital de 11 000 millones de dólares. Como es
tan rico y exitoso, el curioso partido comunista chino le ha ofrecido un
puesto en el Comité Central.

A donde quiero llegar es a las siguientes dos conclusiones:

Primera, el gran éxito chino no es el triunfo de un modelo económico
especial, sino el resultado de liberar la inmensa capacidad creativa de
la sociedad en el terreno empresarial privado. El estado chino dejó de
ser un obstáculo para el desarrollo empresarial privado y se transformó
en su promotor. Continuó cercenando u obstruyendo las libertades
individuales, pero dejó de entorpecer la creación de riquezas por parte
de los ciudadanos.

Segunda, este fenómeno económico chino, en esencia, se parece a lo que
sucede en Estados Unidos, en Suiza, en Holanda, en Israel, o en
cualquiera de las naciones exitosas del planeta: son países ricos y
desarrollados porque cuentan con un parque empresarial privado que
genera riqueza y avances tecnológicos en medio de una intensa
competencia económica.

Sencillamente, esa multiplicación de panes y peces no es posible hacerla
por el Estado y desde el Estado. El Gran Salto Adelante que Mao intentó
sin éxito, se llevó finalmente a cabo, pero no con el recetario de Marx
en la mano, sino con el de Adam Smith.

Los ejemplos de China, de Japón, de Taiwán, de Corea del Sur, de
Alemania, de Estados Unidos, de todas esas naciones que nos admiran en
el terreno económico, nos deben conducir a un razonamiento lógico: si
entre los objetivos esenciales de la sociedad está el de crear riqueza y
luchar contra la pobreza y el atraso, es absolutamente prioritario que
el Estado segregue las condiciones para el desarrollo de un parque
empresarial privado variado y complejo.

Es verdad que en el camino los empresarios más hábiles y dichosos se
enriquecerán tremendamente, como el señor Lian Wengen, pero en su marcha
impetuosa a la cima arrastrarán a millones de personas hacia formas
superiores de vida.

Cuando comenzó el cambio económico en China, a mediados de los años
setenta, un obrero industrial de ese país ganaba la decimosexta parte de
lo que recibía un trabajador norteamericano en un puesto similar. Hoy el
obrero chino gana una cuarta parte de lo que recibe el estadounidense.
Eventualmente, como sucedió en Japón, es posible que llegue a igualar o
superar al americano. Esos trescientos millones de chinos que hoy forman
parte de los niveles sociales medios se deben, en gran medida, a la
furia empresarial privada desatada en ese país.

Naturalmente, este impresionante milagro económico está y estará en
peligro de saltar por los aires si China no consigue evolucionar en el
terreno político hacia un sistema razonable de solucionar los conflictos
y transmitir la autoridad, basado en el consentimiento de los
ciudadanos, como ha hecho, por ejemplo, Taiwán.

La paradoja consiste en que cada chino que consigue pasar del campo a la
ciudad, del analfabetismo al conocimiento, y de la pobreza a las clases
medias, es una persona socialmente inconforme que demandará cuotas
crecientes de libertad y una inversión de las relaciones de poder con
respecto al Estado.

Cuando lo recibía todo del Estado, era su miserable sirviente. Ahora,
que con su trabajo en el ámbito privado crea riquezas y mantiene al
Estado, desea que los funcionarios se conviertan en servidores públicos.
El que paga, manda.

Afortunadamente, el modelo de la democracia liberal, con todas sus
imperfecciones, ha resuelto esas tensiones entre la sociedad y el
Estado, y son cada vez más los chinos que miran a Occidente como una
fuente de inspiración cívica. Es en esa atmósfera donde prospera el
mejor capitalismo, y no en las dictaduras de partido único.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35574

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