lunes, 12 de marzo de 2012

Reprimir, autoanular

Represión

Reprimir, autoanular

Cuba queda, junto a Corea del Norte, como el parque temático para ver y
estudiar el vínculo entre represión y autodestrucción de las fuentes de
donde se extraen las ideas y la imaginación

Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 12/03/2012 11:15 am

En la Rebelión de los brujos, un libro para recordarnos lo poco
inteligente que podemos ser cuando les damos la espalda, L. Pauweds y J.
Bergier expresan esta especie de aforismo: las inteligencias son como
los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertos.

Releí hace unas semanas algunos de los fragmentos de este texto para
tratar de entender, a nivel mental, por qué el régimen cubano no
prospera en sus iniciativas, en sus proyectos y en sus instituciones. La
explicación habitual suele recordarnos la insuficiencia consustancial a
determinados modelos y la profunda enemistad que sienten hacia el kit de
las libertades.

Eso es verdad. Y es bastante conocido. Donde la libertad goza de espacio
y protección se inventa el telescopio. Como en la Holanda del siglo
XVII. Puede que existan lugares donde la libertad no sea general ni
estimulada pero donde resulte de algún modo protegida. Como en la China
milenaria. Hasta que se cerró en el siglo XVII: liquidando siglos de
experimentación, de inventos y de predominio comercial.

Si el fracaso de los llamados socialismos reales no fuera la prueba de
la importancia de la libertad para el progreso, podemos recordar a modo
de ejemplo la traición del noble veneciano Giovanni Mocenigo a Giordano
Bruno, por allá por el siglo XVI: aquel puso en marcha la maquinaria
apisonadora de la Santa Inquisición que finalmente llevó a éste a la
hoguera medieval. Perdió Giordano, perdió Italia —que todavía no estaba
unificada—, perdieron la libertad, la ciencia y la cultura, y en nada
adelantó la humanidad con esa tendencia a la piromanía de las ideas. Hay
una relación estrechísima y obligada entre la libertad de pensamiento y
la posibilidad de liderar, o estar a tono con, la revolución en la
ciencia. Eso está bien documentado.

Lo que no está bien documentado es la incapacidad estructural de los
piromaníacos para generar ideas. A nivel de la economía mundial China
vuelve a ser el ejemplo. Una civilización que disputa y reclama
arqueológicamente el invento de los principios fundamentales de casi
todos los artefactos modernos, basa su explosividad comercial y
tecnológica en la mera copia de occidente, y en la organización global
del robo de propiedad intelectual. Y donde se lleva las palmas esta
ausencia de ideas e imaginación es en las técnicas y en el lenguaje que
utiliza para reprimir a sus adversarios: denostarlos, como si el
improperio demostrara la verdad del propio juicio; encarcelarlos, como
si la prisión sirviera para algo en materia de ideas y conciencia, o
simplemente aplastarlos, tal y como ocurrió en la plaza Tiananmen en 1989.

No obstante, al regresar a su propio pasado, aunque sea parcialmente,
China asume el desafío de vivir la tensión, vamos a decir que creativa,
entre su fragmento de libertades económicas y su fragmento represivo. No
crea nada desde este último, pero al menos permite que occidente
experimente en su territorio. Y aprovecha la ocasión.

China la va pasando más o menos bien porque restringe su esquema
represivo, es decir lo confina al espacio que le permite conservar el
poder, independientemente de que no pueda reproducir ya el modelo que le
dio origen. Su falta de creatividad e inteligencia resulta atenuada
justamente por el oropel occidental en el que vive y con el que marea,
por otra parte, y de un modo algo superficial, a buena parte del mundo.

Cuba queda así, quizá junto a Corea del Norte, como el parque temático
para ver, ilustrar, reproducir y estudiar, en condiciones de
laboratorio, el vínculo entre represión y autodestrucción de las fuentes
de donde se extraen las ideas y la imaginación. Y la comida.
Autodestrucción a fondo. En una demostración patente de que el
subdesarrollo está en la mente.

Aquí nada funciona. En rigor. Si en algún lugar vale el dicho: dime de
qué alardeas y te diré de qué careces, es en el segmento de sociedad en
el que todavía campea el régimen. Y repito. No se trata de las
consecuencias generales que provienen de las limitaciones impuestas a la
libertad ajena, sino de la incapacidad de generar ideas en quienes
pueblan la dimensión represiva de la sociedad. Desde los dirigentes,
pasando por el policía hasta el intelectual. No se ve por ningún espacio
oficial el arrebato del texto poético, la solución tecnológica al marabú
o la exquisita habilidad psicológica de la represión policial.

¿Qué pasa con la inteligencia e imaginación desde el poder represivo? Lo
siguiente. La represión es un proceso defensivo de la psiquis. No se
distingue para nada de la defensa y de la resistencia interna que
hacemos frente a lo que nos perturba. Los mecanismos de defensa que
activa la represión se convierten de esta manera en comportamientos
inconscientes a partir de los cuales el represor consigue vencer,
evitar, circundar, escapar, ignorar —fijemos el proceso de ignorar— o
evade el sentir angustias, frustraciones y amenazas. ¿De qué modo? Pues
retirando o suspendiendo los estímulos cognitivos que las producirían.
Si la inteligencia o la imaginación necesitan de la curiosidad como
primera condición para activarse, el represor, sea un burócrata, un
intelectual, un artista o un policía, no puede darse el lujo de
curiosear, so pena de bajar las defensas psíquicas que fortalecen su
pulsión represiva.

En consecuencia liquida el proceso cognitivo, imprescindible para
generar ideas creativas. De tanto inhibir el ejercicio del pensamiento,
termina por neutralizarlo y aborrecerlo, ignorando, en sus dos sentidos
―de desconocer y de no conocer―, la relación necesaria entre apertura
mental y producción de saberes: estéticos, técnicos o fundamentales.

A nivel popular existe una buena expresión para captar ese proceso de
antropología física que ha demostrado fehacientemente el vínculo entre
el uso de la inteligencia y la evolución del hombre, tal y como lo
conocemos hoy: órgano que no se ejerce se atrofia, dice el adagio
popular. Desde donde puede entenderse la aseveración, un poco tosca, que
se maneja en filosofía de la historia; dejar la humanidad en manos de
regímenes represores la hace inviable: como técnica, como estética, como
ciencia, y antropología. Llegadas a un punto, este tipo de sociedades,
libradas a su propia dinámica autodestructiva, implosionan.

De regreso a la magnífica metáfora del paracaídas, es importante que la
inteligencia, como aquel, se abra desde dentro para que pueda funcionar.
Esto es imposible cuando las partes activas de la psiquis que permiten
la apertura del proceso están bloqueadas: como el mecanismo obstruido
del paracaídas en pleno vuelo.

Se entiende entonces por qué cuando hablamos del poder en Cuba
observamos una especie de zona desértica para la inteligencia. Quiero
ser preciso: en el poder, en la policía y en la burocracia cubanos hay
hombres y mujeres muy inteligentes. Pero no generan procesos creativos y
efectivos en sus respectivas funciones por la sistemática y permanente
autonegación psíquica de sus posibilidades intelectivas. Eso les impide
generar estrategias apropiadas en sus respectivos campos.

Basta observar a la acción policial en Cuba: en todos los ámbitos. Si no
fuera tan cruel el efecto de sus acciones y tan costosa humanamente, no
podría ser tomada en serio desde el punto de vista de la inteligencia
madura.

Entonces nos encontramos frente a ese proceso psicológico por el cual se
acepta, se refuerza y/o actualiza un estado hipnótico basado en
información adquirida, impuesto por la fuerza de manera sigilosa y
astuta. Ello coacciona y limita la actividad de los represores a
intereses ajenos, en detrimento y disminución de su propia libertad y de
su propio bienestar. Es lo que en psicología se llama bradipsiquia o
pensamiento inhibido: un nihilismo destructivo más.

La supresión consciente de la individualidad que atenúa la conciencia
del yo mediante la adhesión incondicional a la facción condiciona todo
el posicionamiento de quienes se dedican a reprimir. El resultado es
terrible: la dualización mental como fundamento del conflicto del
represor consigo mismo. En el peor de los casos, cuando nuestro represor
supera este conflicto, aparece la brutalidad en estado puro; el pasto de
esa narrativa de la maldad que, desde la academia progresista chilena,
va ganando espacios en los análisis de las dictaduras latinoamericanas.
En este punto, parece ya prácticamente imposible recuperar a los
represores para el equilibrio de la persona humana. Ese que lleva al
crecimiento, a la salud y al ajuste.

Tal desequilibrio de la persona humana en Cuba se nota bien en la
profusión de un hecho: la incontinencia verbal de los poderes
represivos. Una manifestación externa del bloqueo interno al pensamiento
innovador. Algo así como volar con las palabras con el paracaídas cerrado.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/reprimir-autoanular-274854

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