Gracias por nada, Trump
El show resultó ser más rollo que película
Miércoles, junio 21, 2017 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- Después de mucha algarabía mediática, la "nueva
política" de Trump hacia Cuba no ha pasado de la retórica más o menos
esperada por la mayoría de los analistas políticos. Su acto resultó más
un gesto simbólico para con sus fieles que alguna novedad práctica. En
síntesis: quienes esperaban el anuncio de cambios verdaderamente
trascendentales en la política hacia Cuba por parte del presidente
estadounidense durante su discurso en Miami el pasado viernes 16 de
junio, debieron quedarse con tres palmos de narices. Como solemos decir
en Cuba, el show resultó ser más rollo que película.
Los muy esperados cambios, lejos de resultar novedosos, son en realidad
bastante limitados. De hecho, el plato fuerte de su anunciado "castigo"
a la dictadura castrista se encierra en una baza inconsistente donde las
cartas esenciales parecen ser la prohibición a empresarios
estadounidenses a negociar con empresas militares cubanas, la supresión
de las visitas individuales de ciudadanos estadounidenses a Cuba y la
fiscalización de las visitas en grupos. Lo demás es hojarasca.
Seguramente el Palacio de la Revolución en pleno está temblando de
pavor. Ya la dictadura se puede dar por perdida: a juzgar por el
entusiasmo de sus fanáticos reunidos en el teatro Manuel Artime, en La
Pequeña Habana, con Trump en el poder el castrismo tiene sus horas
contadas. Dicen los que saben de eso que a los Castro y "a la mafia
dialoguera" de Miami "se les acabó el pan de piquito", que "los actores
políticos (¿?) se encuentran ahora en el lugar en el que deberían estar"
y que el discurso de Trump fue "amistoso con el pueblo de Cuba". Si el
asunto no fuera tan serio, probablemente causaría risa.
Lo lamentable es que hay quienes se han creído el camelo. O al menos
simulan habérselo creído, que a fin de cuentas cada uno debe apegarse al
papel del personaje que representa en el guion de esta eterna
tragicomedia cubana.
Otra cuestión sería que toda esa elaborada teoría anticastro (ahora sí)
se lograra llevar a la práctica con éxito, lo cual es cuando menos tan
dudoso como la construcción del socialismo que siguen pregonando los
extremistas desde las antípodas.
Y es dudoso no solo por el nimio detalle del largo proceso que debe
seguir cada propuesta del Ejecutivo en EE.UU. antes de ser aplicada en
la práctica —tal como quedó detallado en una hoja informativa de la Casa
Blanca—, sino porque su sola concepción acusa un absoluto
desconocimiento de la realidad cubana al pretender "canalizar las
actividades económicas fuera del monopolio militar cubano, GAESA".
Diríase que en Cuba existe una división de poderes y una autonomía de
las instituciones que permite deslindar claramente "lo militar" de "lo
civil", definir sus funciones y establecer hasta dónde el entramado
económico de empresas, cooperativas y otros sectores se relacionan o no
con el empresariado militar o, lo que es igual, con el mismo monopolio
Estado-Partido-Gobierno con el cual —no obstante— se mantendrán las
relaciones. Solo eso sería todo un reto para los cubanos de aquí dentro,
no digamos ya para los que emigraron 50 años atrás o para la muy
anglosajona administración Trump.
Por otra parte, las propuestas del señor Trump portan otra caprichosa
paradoja puesto que al limitar las visitas individuales se perjudicaría
directamente el frágil sector privado —en especial el que se dedica al
hospedaje y la restauración, sin contar los transportistas y los
artesanos que viven de la ventas de souvenires y otras chucherías— que
se nutre precisamente de ese turismo individual.
En cambio, las visitas grupales, que se mantienen vigentes, son las que
favorecen a las instalaciones hoteleras del Estado, en las que suelen
hospedarse esos grupos de visitantes debido a que éstas cuentan con
mayores espacios y prestaciones que los particulares.
Esto sería en lo tocante al aspecto práctico del asunto. Otro punto es
el relativo a lo meramente político. Causa estupor el regocijo de
algunos sectores del exilio cubanoamericano y de la llamada "oposición
de línea dura", del interior de la Isla, tras el (dizque) "exitoso"
discurso del mandatario estadounidense, y más aún sus declaraciones
sobre los beneficios que aportará "al pueblo cubano" en materia de
derechos humanos la nueva-vieja política de confrontación.
De hecho, no se explica tanto jolgorio por cuanto resulta obvio que el
discurso de Trump quedó muy por debajo de las expectativas que habían
estado manifestándose previamente en dichos sectores. Uno de los
reclamos más socorridos por parte de este segmento ha sido la ruptura de
relaciones entre ambos países, y más recientemente, la reinstauración de
la política de "pies secos, pies mojados", derogada en los días finales
de la anterior administración. Lejos de ello, el impredecible Trump no
solo reafirmó la continuación de las relaciones diplomáticas, sino que
omitió el tema de la crisis migratoria cubana e incluso el de la
supresión de los fondos para la ayuda a la democracia, propuesta por él
mismo pocas semanas antes.
Curiosamente, ninguno de los medios presentes en la conferencia de
prensa celebrada tras el muy conspicuo discurso hizo preguntas incómodas
sobre cualquiera de estos tres puntos, que sí constituyen verdaderos
pivotes de cambio en la política estadounidense hacia la Isla y que
afectan tanto el destino de los cubanos varados en diferentes puntos de
Latinoamérica en su interrumpido viaje a EE.UU., como el financiamiento
(y en consecuencia, la supervivencia) de varios proyectos opositores
tanto al exterior como al interior de Cuba.
Lo cierto es que hasta el momento el gran ganador de las propuestas de
Trump es precisamente el castrismo, toda vez que la retórica de la
confrontación es el campo natural de su discurso ideológico al interior
y al exterior de la Isla. Así se ha apresurado a demostrarlo la
declaración oficial publicada a todo trapo en todos los medios de su
monopolio de prensa el pasado sábado 17 de junio, donde abundan las
consignas y los llamados nacionalistas a la defensa de la soberanía y
contra "la grosera injerencia" norteamericana, y así lo ha repetido dos
días después ese gris amanuense, Bruno Rodríguez Parrilla, canciller
cubano por la gracia del divino dedo verdeolivo, en su abúlica
conferencia de prensa ofrecida desde Viena.
Mientras tanto, el "pueblo cubano" —sin voz ni voto en toda esta saga—
sigue siendo el perdedor, apenas un rehén de políticas e intereses muy
ajenos, cuya representación se disputan a porfía tanto la dictadura como
el gobierno estadounidense y una buena parte de la oposición.
Habrá que dar al señor Trump las gracias por nada. Una vez más se
enmascara la verdadera causa de la crisis cubana —esto es, la naturaleza
dictatorial y represiva de su gobierno— y vuelve a colocarse la
"solución" de los males de Cuba en las decisiones del gobierno
estadounidense. A este paso, nos esperan al menos 50 años más de teatro
bufo, para beneficio de los mismos actores que, al parecer y contra las
tempestades, tienen la habilidad de conservar siempre su propio lugar.
Source: Gracias por nada, Trump CubanetCubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/gracias-por-nada-trump/
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