miércoles, 4 de julio de 2012

Regreso a Cuba

Regreso a Cuba
En 1959 Raúl Castro marcó la línea represora del régimen. No va a
cambiar ahora
Antonio Elorza 4 JUL 2012 - 00:07 CET

El viejo revolucionario estaba dispuesto a justificar en todo y por todo
la obra del régimen en su medio siglo largo de existencia, y por lo
mismo a descalificar airadamente con un "se equivoca, todo es más
complejo" cualquier discrepancia de su interlocutor, desde la condena de
20 años de trabajos forzados a Huber Matos en su día por una simple
dimisión, hasta el juicio sobre la política de Obama, a su entender peor
para Cuba que la de Bush. Todo se explicaba porque la revolución tropezó
con un "mundo civil" que se desplomó en 1959 y luego luchó contra un
cerco económico que aún la estrangula ahora. De la URSS y de Chávez, ni
mención. De su propio pasado en una organización competidora con el
Movimiento 26 de Julio, tampoco, no fuera que quebrase la imagen de
homogeneidad revolucionaria. Todo fue y es como debe ser. Eso sí, sus
hijos fueron convenientemente enviados a España, como los de otros
notables, y aquí se han quedado, con toda probabilidad gracias a becas
de acceso limitado, para evitarles el privilegio de seguir haciendo
revolución. Un comportamiento cínico que separa a las elites cubanas de
las de las nomenclaturas de tipo soviético.

La conversación reflejaba el principal obstáculo con que tropieza el
reformismo que en algunos aspectos aflora en la sucesión-que-no-lo-es
bajo Raúl Castro. El modelo chino ha sabido instalarse en una
esquizofrenia pragmática, con la eficiencia económica por norte, donde
la permanencia de los antiguos símbolos garantiza la gestión
autoritaria, pero en nada niega un despliegue en todas las direcciones
de la iniciativa orientada al beneficio. En Cuba, como acaba de
recordarnos Leonardo Padura, el cambio a la caribeña se concreta en que
dos vecinas sentadas a la puerta de su casa ahora pueden fabricar y
vender dulces. El incipiente individualismo económico de los años
noventa fue rápidamente sofocado y hoy los tenduchos de los exempleados
públicos son simples bazares mugrientos. A la sombra siempre del apoyo
de Chávez, que hace nuevamente de Cuba una revolución subsidiada, todo
se juega a la baza del turismo, que con la transformación de
Habana-Vieja ha creado un verdadero parque temático, de acuerdo con el
proyecto puesto en marcha hace décadas por Eusebio Leal, "el historiador
de la ciudad". Convertidos en hoteles, palacios como el de O'Farrill o
el del marqués de San Felipe han recuperado su esplendor y en torno al
eje de la calle Obispo, los turistas pueden imaginar una Habana de sueño
que como el montaje de Potemkin para Catalina la Grande oculta el
hundimiento imparable del resto de la ciudad donde los habaneros se
hacinan en condiciones miserables.

El incremento del turismo ha hecho también de La Habana una ciudad de
mendicidad generalizada

El control policial se ha intensificado para hacer menos visibles a las
jineteras, sin eliminar en modo alguno su presencia, observable en la
proliferación de parejas de vejestorios europeos con jovencitas de
color, en una ciudad que en este aspecto para nada recuerda a la que
celebrara la entrada de Fidel. El incremento del turismo ha hecho
también de La Habana una ciudad de mendicidad generalizada, curioso
logro para una revolución social, que lleva al máximo la tendencia a
disociar el trabajo del sostenimiento de la vida de los cubanos.
Demasiados factores de estrangulamiento moral y económico, con el
indicador de la multiplicación de procesos por corrupción.

Claro que el vicio de pedir ha tenido resultados entre instituciones
opulentas, como Caja Madrid que rehabilitó "viviendas sociales" (para
privilegiados), el Ayuntamiento de Córdoba o la "popular" Junta de
Castilla y León que lo mismo rehabilitó palacios (sic) para fines
sociales o simbólicos (el colegio de "El Salvador", cuna de mis queridos
autonomistas a quienes el castrismo ha borrado de la historia), mientras
la multimillonaria ayuda de los gobiernos de Zapatero a los Castro no ha
servido siquiera para que fuera devuelto a España el Centro Cultural
español en el malecón, creado con una fuerte inversión e incautado en
2003, hoy exclusivamente gubernamental cubano. Ahí no hay placa
conmemorativa. Sobraba al parecer dinero y faltó dignidad.

Como faltó para entender que el apoyo de España a la disidencia
democrática, machacada desde 2003, era imprescindible para su precaria
supervivencia. Desde el viraje colaboracionista con la dictadura de
Moratinos (y del embajador Alonso Zaldívar), no pueden acceder a
revistas, publicaciones culturales, ni a internet. La Embajada se cerró
para ellos. Están totalmente aislados y, como me ocurrió al visitar al
veterano opositor Elizardo Sánchez, con el coche del seguroso
prácticamente a la puerta. En 1959 Raúl Castro marcó la línea represora
del régimen. No va a cambiar ahora.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

http://elpais.com/elpais/2012/06/25/opinion/1340624666_568397.html

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