martes, 9 de agosto de 2016

Dictador nonagenario: vergüenza nacional

Dictador nonagenario: vergüenza nacional
Fidel Castro arriba a los 90 años de edad con casi 60 en el poder
Arnaldo M. Fernández, Broward | 09/08/2016 9:46 am

Fidel es brujo, brujo, brujo.
Jisei de Ramiro Valdés, 1985

Fidel Castro cumple 90 años esta semana como el único disidente en la
historia de Cuba que cayó preso, marchó al exilio, regresó y tomó el
poder. Casi medio siglo después llegó al colmo de la dictadura:
ejercerla sin ningún atributo formal de mando. No en balde Raúl Castro
soltó en el VI Congreso del PCC (2011): "Fidel es Fidel y no necesita de
cargo alguno para ocupar, por siempre, un lugar cimero en la historia,
en el presente (sic) y en el futuro de la nación".
Sin avergonzarse por no haber sacado ninguna lección útil de la
longevidad de Castro en el ejercicio dictatorial del poder, el
anticastrismo de meras objeciones y descripciones —tan reiterativas como
inservibles— desempeña igual función que la guataconería del castrismo:
perpetuarlo.
No asombra tanto que Fidel haya sobrevivido a la sirimba intestinal de
2006, sino más bien que no haya muerto de risa con quienes usurpan
espacios en los medios para diagnosticar su inminente deceso, revelar
que su mausoleo se construye con mármoles rosados en Santiago de Cuba o
con no se sabe qué materiales en el Pico Turquino, augurar revueltas
trascendentales, alegar que mandó a matar dejando vivo a testigos,
sostener que Los Cinco no volverían e incluso trompetear soluciones al
problema cubano urdidas por gente que hasta el bobo de la yuca puede
darse cuenta que no van a resolver nada.
Tiempo de guerra
La oposición belicosa comprendió al menos que para terminar con el
castrismo había que matar a Castro. En esto coincide hasta Ramiro
Valdés, quien al ser entrevistado por Tad Szulc[1] aseveró que los
únicos "momentos de riesgo y de peligro para la revolución" hubieran
sido aquella muerte o la invasión yanqui.
Unas veces el azar y otras el temor malograron los atentados contra
Castro[2], pero en la citada entrevista Ramiro Valdés fijó el tendel:
"Aquí no había nada que se moviera que nosotros no lo conociéramos,
porque teníamos infiltrados a todos los niveles todas las organizaciones
contrarrevolucionarias".
Tiempo de paz
Tras sobrevivir a la guerra civil y la guerra sucia de la CIA, Castro
capeó el temporal de la desunión post-soviética y empleó también la
infiltración contra la llamada oposición pacífica, como canta bien claro
la dedicatoria del librito Los disidentes (2003): "A los héroes anónimos
que, dentro y fuera de Cuba, vigilan (sic) en la sombra".
La ventaja del castrismo se acrecienta hoy porque, a diferencia de los
opositores belicosos, los opositores pacíficos no racionalizan de medio
a fin y acumulan décadas y más décadas de vueltas al bombo de las
sonseras políticas, que van desde pedir leyes a la elite gobernante
hasta pretender movilizar al pueblo con marchas domingueras y huelgas de
hambre.
Tiempo de morir
De este modo Castro arriba a los 90 años de edad con casi 60 en el
poder. Su desparpajo político llegó a que espetara a los opositores
hasta cómo revocar el socialismo irrevocable: "Todo es revocable, [pero]
tendrían que tomar el poder para lograr eso, y esto no quiere decir por
la fuerza; [tan solo] les queda una cláusula teórica: que vayan a la
Asamblea [Nacional] y que sean mayoría; si postulan a los delegados de
circunscripción"[3].
Eso es lo que hay, pero los lidercillos de la oposición no acaban de
coger el trillo —largo y tortuoso— mientras fantoches de academia y
saltimbanquis de Internet siguen con la desesperación y el embullo de
que el castrismo es cosa de familia y pronto se vendrá abajo.
La entrevista de Szulc a Ramiro Valdés data del 5 de junio de 1985 e
indica que por lo menos desde entonces los hermanos Castro[4] venían
metiéndole el coco a "la continuidad de la revolución con el Partido
como centro de dirección de la sociedad, impersonal, no asociado a Fidel
o Raúl, [porque no] son eternos".
Han tenido tres largas décadas para preparar la implementación de tal
teoría del poder en la práctica cubiche, con las miras puestas en
preservar la dictadura de partido único sin necesidad de apellido Castro
para el Jefe de Estado y Gobierno ni, más adelante, para el Primer
Secretario del Partido.
[1] Cuban Heritage Collection (Universidad de Miami), CHCO 189, Caja 2,
Carpeta 31.
[2] Aquí van sendos ejemplos: a) La cápsula prevista para envenenar a
Castro en la cafetería del Habana Libre se adhirió tanto al serpentín de
la nevera que se rompió al tratar de sacarla Santos de la Caridad Pérez
Núñez y el veneno se diluyó en la escarcha. b) Los exiliados Antonio
Domínguez y Marcos Rodríguez espantaron de Chile tras convencerse de que
no saldrían con vida si mataban a Castro con el arma escondida en una
cámara de Venevisión.
[3] Cien horas con Fidel, La Habana: OPPCE, 2006, 289.
[4] La desesperación y el embullo engendraron hasta "el raulismo", como
si el castrismo pudiera superarse con jueguitos lingüísticos. Dizque
ahora habría entrado la noción de "dictadura de los Castro [como]
sucedáneo crítico [para] enfatizar más las continuidades que las
rupturas entre los gobiernos de un Castro y el otro". La oposición
belicosa no andaba con tanta sonsera. Antes de ser fusilado, Porfirio
"El Negro" Ramírez, ex presidente de la FEU en Santa Clara y capitán
guerrillero en el Escambray, escribió que tenía fe en que los cubanos
"no se someterán jamás a la dictadura comunista de los Castros". Puesto
que esta noción consta en carta del 12 de octubre de 1960 (Diario de una
traición. Cuba: 1960, Miami: The Indian Printing, 1970, 308), "El Negro"
guillotina históricamente la fulastrería de que la noción "dictadura de
los Castro" es "posterior a la convalecencia de Fidel Castro en 2006 y,
especialmente, a 2008, cuando se consolidó la sucesión de Raúl Castro".

Source: Dictador nonagenario: vergüenza nacional - Artículos - Opinión -
Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/dictador-nonagenario-vergueenza-nacional-326240

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