Política y ética de un país dañado
Cuba es un nítido ejemplo de cómo la política ha transgredido los
límites de la ética
Miércoles, agosto 31, 2016 | Roberto Jesús Quiñones Haces
GUANTÁNAMO, Cuba.- Opinar a favor o en contra del gobierno cubano divide
y, la más de las veces, provoca furibundos ataques. En cualquier parte
de la red hay artículos de los castristas asegurando que aquí no se
violan los derechos humanos, algo que sí ocurre cotidianamente —según
ellos— en otros países donde la violencia es sistémica.
Tienen razón en parte. En Cuba —¡gracias a Dios!— no tenemos bandas
criminales como la maras centroamericanas, ni mafias de la droga que han
llegado a penetrar las estructuras de poder. Aquí la violencia física y
psicológica es ejercida sistemáticamente por un estado totalitario —la
única banda permitida— contra la ciudadanía, especialmente contra
quienes son discriminados por desear un proyecto de país que no coincide
con el que ha impuesto el castrismo. Por esa razón los opositores y
periodistas independientes son vigilados, despojados de sus bienes sin
derecho a reclamación alguna, encarcelados, sancionados en procesos
espurios o lesionados en la vía pública. Y aunque la violencia todavía
no ha alcanzado la magnitud de los países mencionados ha habido crímenes
horribles e impunes semejantes al de los jóvenes de Ayotxinapa, como la
matanza del Río Canímar en Matanzas, en la década de los setenta del
pasado siglo, el derribo de las avionetas civiles de Hermanos al Rescate
en aguas internacionales durante los años noventa y el hundimiento del
transbordador 13 de Marzo en la primera década de este siglo. Sólo que
estos crímenes no existen para los eruditos funcionarios de la
Organización de Naciones Unidas (ONU), ni para los diplomáticos y
presidentes del mundo occidental.
Pragmáticos como son, los políticos tienden a resolver lo que les urge,
se desentienden muchas veces de las esencias y de la ética. Porque si en
un país se cometen mil violaciones diarias a los derechos humanos y en
otro sólo quinientas es obvio que en el primero hay más problemas pero
no significa que el segundo esté bien.
La hipocresía y el silencio terminan robusteciendo la maldad y asquean
cuando provienen de figuras públicas que deberían ser paradigmas éticos.
En la mayoría de los países latinoamericanos sus presidentes son
demócratas convencidos, electos por el pueblo. Cuba es la única
excepción. En sus arengas, esos mandatarios defienden la democracia como
sistema político y exigen a los EE.UU que levante el embargo contra Cuba
pero jamás han cuestionado en ninguna reunión al castrismo, ni han hecho
siquiera un tibio pronunciamiento para que se respeten todos los
derechos humanos. La honrosa excepción fue el fallecido presidente
Flores, de El Salvador.
Recientemente refiriéndose a la Ley de Ajuste Cubano, el señor Luís
Guillermo Solís, presidente de Costa Rica, ha dicho al presidente Barack
Obama que debe cambiar las medidas que —según él— constituyen una
circunstancia muy atractiva para que los cubanos abandonen la isla,
obviando que la causa real del éxodo indetenible en este país es la
existencia de un gobierno autoritario que desde 1959 desconoce y viola
sistemáticamente elementales derechos humanos y que el éxodo de los
cubanos no es sólo hacia EE.UU sino hacia cualquier lugar del mundo
donde puedan sentirse precisamente humanos. Tal omisión, viniendo del
presidente del país latinoamericano que más ha honrado a la democracia,
duele, y mucho.
Es verdad que la seguridad del estado no asesina a los
opositores-todavía-, pero sus miembros dan riendas sueltas a sus
frustraciones, miserias y cobardías golpeándolos, humillándolos,
encarcelándolos, despojándolos de sus bienes y condenándolos al ostracismo.
Cuba es un nítido ejemplo de cómo la política ha transgredido los
límites de la ética. El gobierno cubano afirma públicamente que haberse
sentado a conversar con el gobierno norteamericano es una muestra de
civilidad. Lo mismo ha reiterado en el caso de las conversaciones entre
el gobierno de Colombia y los guerrilleros, sin embargo se niega a
sentarse a discutir las diferencias con los opositores pacíficos
cubanos. El castrismo asegura –e incluso lo ha consignado en la
Constitución de la República— que toda discriminación es lesiva a la
dignidad humana, sin embargo persigue a los opositores, les impide
trabajar, les niega la posibilidad de exponer su proyecto de país
públicamente y de someter sus ideas al escrutinio popular. Los pocos
derechos humanos que reconoce y cuya ejecución dispone según su
conveniencia, son violados también sistemáticamente.
Si hastiado de tanto atropello algún día un cubano retomara la idea de
Antonio Maceo de que los derechos no se mendigan sino se conquistan con
el filo del machete y, consecuentemente, eligiera la lucha armada como
única solución para esta crisis interminable, no faltarían los
testaferros que lo calificarían como terrorista, con toda la carga
peyorativa que el término carga en este momento histórico. Y esos mismos
defensores del castrismo, incapaces de reconocer el más mínimo de los
abusos, maestros ejemplares del denuesto y la descalificación gratuita,
también olvidarían al calificar a ese cubano, a los cientos de
compatriotas que perdieron sus vidas en un cine o asesinados a traición,
gracias a las bombas y tiros por la espalda de los "heroicos
combatientes de la clandestinidad". Así andan la política y la ética en
el país que más daño antropológico ha sufrido en Occidente.
Source: Política y ética de un país dañado | Cubanet -
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