Que Cuba no deba su democracia a Estados Unidos
REINALDO ESCOBAR, La Habana | Agosto 12, 2015
"Aquellos que creen que el Gobierno de Cuba es democrático son los
mismos que afirman que nuestro principal problema radica en el diferendo
entre los Gobiernos de EE UU y Cuba"
En 1950 Emilio Roig de Leuchsenring presentó ante el noveno congreso de
historia su polémico ensayo Cuba no debe su independencia a los Estados
Unidos. Había transcurrido poco más de medio siglo de los hechos que
narraba y su versión nacionalista y antiimperialista apostaba por
atribuir la victoria sobre la metrópoli española al esfuerzo de las
tropas cubanas.
Todavía hoy se discute el peso que tuvo la participación norteamericana
en el conflicto y sobre todo las motivaciones de su intervención. Ha
pasado otro medio siglo tras la salida de aquel libro y ya los cubanos
no luchan por obtener su independencia como nación, sino por instaurar
la democracia como sistema, y de nuevo el vecino del norte dicta leyes,
aprueba presupuestos y ejecuta acciones, esta vez con la declarada
intención de favorecer el futuro democrático de la Isla.
El primer aval para certificar el alcance de estas medidas lo ha dado el
Gobierno cubano todas las veces que ha calificado como mercenario,
asalariado del imperio y otras denominaciones similares a cuanto
opositor, activista de la sociedad civil o periodista independiente
tenga por delante.
Hay una insalvable diferencia entre los intereses de EE UU, que demandan
la indemnización de propiedades confiscadas, y el reclamo de libertad
formulado de forma unánime por la oposición
Aquellos que creen que el Gobierno de Cuba es democrático son los mismos
que afirman que nuestro principal problema radica en el diferendo entre
los Gobiernos de EE UU y Cuba. Para los que difieren de la línea del
Partido Comunista, la contradicción fundamental es el conflicto entre
ese partido-Estado y los legítimos derechos de los ciudadanos.
Hay una insalvable diferencia entre los intereses norteamericanos, que
demandan la devolución o indemnización de propiedades confiscadas, y el
reclamo de libertad de asociación y expresión, formulado de forma
unánime por todas las tendencias políticas opositoras, sean
socialdemócratas, anarquistas, liberales o democratacristianas.
El punto de coincidencia es que, mientras los actuales mandatarios
permanezcan en el poder, ambas cosas parecen imposibles, y esa "causa
común" ha promovido, de una parte, el apoyo logístico a invasiones
armadas, suministro de material bélico, presiones diplomáticas o
embargos comerciales y, por la otra, alzamientos, sabotajes y más
recientemente protestas pacíficas e intentos de organizar estructuras
políticas.
Se trata de una alianza frágil y desigual y el primero en querer
romperla es el Gobierno cubano. Para eso los comunistas tenían dos
caminos: abrirle un espacio político a los opositores bajo la condición
de "mantener la soberanía" o hacer reformas hacia el mercado para atraer
capitales norteamericanos. Ante el dilema, escogieron la segunda opción.
En consecuencia, algunos líderes del entorno opositor se sienten
traicionados porque creían tener algún tipo de pacto por la democracia
con el Gobierno de EE UU. El principal argumento esgrimido es la
continuidad de los actos represivos contra las Damas de Blanco y otros
activistas pacíficos solidarios con sus acciones a solo unos días de que
se formalice en el Malecón habanero el restablecimiento de relaciones
entre ambos Gobiernos.
Para otros se trata de una soberana decisión del presidente Obama
respaldada por la idea de que la confrontación no ha dado resultados. El
concepto de cambiar los métodos sin renunciar a los objetivos,
proclamado de forma pública y sin sutilezas por la parte norteamericana,
es todo un desafío para el Gobierno cubano, el cual se ve obligado a
mantener sus métodos represivos y confrontativos para cumplimentar su
único objetivo: mantenerse en el poder.
Tal vez los norteamericanos tomen distancia de los opositores para no
molestar a los gobernantes cubanos; tal vez la represión ceda para
contentar a los inversionistas
Estados Unidos sostiene relaciones diplomáticas con países donde no hay
un régimen democrático, lo que no significa amistad ni apoyo a algún
modelo totalitario. Ahora, en el caso de Cuba, está por ver si se
mantendrán las salas de navegación de internet, los cursos para
comunicadores, el programa de refugiados, las invitaciones del 4 de
julio para celebrar el Día de la Independencia y todos los contactos que
programaba la Sección de Intereses y que ahora corresponderían a la
embajada.
No son pocos los que temen quedar "abandonados en las tinieblas de la
noche" a expensas de los excesos de un Gobierno intransigente. Los
nuevos intereses creados entre los antiguos contendientes son económicos
y cada cual hará lo suyo por protegerlos. Tal vez los norteamericanos
tomen distancia de los opositores para no molestar a los gobernantes
cubanos; tal vez la represión ceda para contentar a los inversionistas,
sean estos reales o potenciales.
La que no va a llegar por ese camino será la democracia, como no llegó
la independencia real tras las cañoneras norteamericanas. El sistema
político que nos merecemos debe surgir de nuestro propio esfuerzo, con
independencia de la solidaridad que venga desde afuera.
Emilio Roig no habría escrito su famoso libro si a pocas millas de
Santiago de Cuba los barcos norteamericanos hubieran regresado a su país
y aquellas tropas nunca hubieran desembarcado. Pero la historia es
enemiga del subjuntivo y semejantes conjeturas carecen de valor.
Ojalá que nunca un historiador tenga que aclarar que Cuba no debe su
democracia a los Estados Unidos.
Source: Que Cuba no deba su democracia a Estados Unidos -
http://www.14ymedio.com/opinion/Cuba-deba-democracia-Unidos_0_1832816713.html
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