lunes, 25 de marzo de 2013

Robertico Robaina

Robertico Robaina
Lunes, Marzo 25, 2013 | Por Rafael Ferro

PINAR DEL RIO, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Hace unos días viajé a La
Habana con un amigo. En horas de la tarde y a punto del regreso a
nuestra provincia, fuimos a un sitio de la capital con la idea de
reparar fuerzas y dar tiempo a la hora de salida del ómnibus.

Cerca del sitio en que estábamos sentados, un hombre de estatura pequeña
era saludado por un grupo de extranjeros. "Parece que el pequeñito tiene
buenos contactos con los extranjeros en esta zona", exclamó mi
acompañante cuando se alejaron. Ese pequeñito que vimos –le aclaré yo-
se llama Roberto Robaina. Es pinareño, y un día dejó a un lado su tamaño
natural y estuvo tan alto como para poder pararse al lado de Fidel Castro.

Teniendo en cuenta la edad de mi compañero de viaje (17 años), con
trazos breves y precisos comencé a dibujarle el perfil de Robaina:

Fueron tiempos de gloria para el pinareño más famoso de su época. Cambió
la manera de hablar y andar de buena parte de la juventud cubana, rompió
más de un esquema, y aprovechando al máximo su habilidad de sujeto
inteligente, con todas las concesiones otorgadas, hizo historia, a su
modo, y al extremo de colocar a Fidel Castro encima de una tribuna
improvisada y a golpe de aplausos, hacerlo saltar, teniendo como fondo
los gritos de una multitud de jóvenes que coreaban "el que no salte es
Yankee".

Robaina dejó de ser Roberto para convertirse en Robertico, mediante
simpatía autorizada. Alcanzó el número dos en la nomenclatura civil
cubana, durante todo aquel período dorado que le duró en los labios "la
miel del poder". Pero la aureola del pequeño elegido comenzó a despertar
los demonios en las alturas. Y un buen, día, ante las cámaras de la
televisión cubana y de las televisoras del mundo, se anunciaba la
designación absurda al hombrecito del momento como canciller del
régimen. Era también miembro del Buró Político del Partido de los
comunistas en la Isla.

A la sombra del cargo, desanduvo tierras en todos los continentes,
estrechó manos nunca soñadas, fue adulado, vilipendiado y objeto de
burla por los más viejos en el oficio de la diplomacia, quienes sabían
que tarde o temprano la vida iba a demostrar sin falta, que el cargo
ostentado por el tipo era demasiado grande para su altura.

Una tarde de julio, en un local escogido en Pinar del Río para
efectuarse una actividad política con un grupo de coterráneos, ejercía
yo mi antiguo oficio de periodista oficial, cuando Roberto Robaina
proclamó, finalizando su discurso: "… somos dignos herederos de nuestros
padres, tenemos ese legado…".

¿A qué padres se refiere?, comenté en voz baja, pues, que yo sepa, en lo
único que era bueno el padre de Robertico era en los negocios. Pero, por
mucho que bajé la voz, fui escuchado. Dos días después, me citaron para
la oficina del director de mi emisora. La inquisición partidista a punto
estuvo de lanzarme a la hoguera, alegando como argumento panfletario mi
ofensa a la persona del canciller cubano y a sus ancestros.

Lo demás es historia antigua. Me dio la razón la vida, al menos en
parte, aunque nadie se ha acercado hasta la fecha a decírmelo, ni en voz
baja. Robertico Robaina fue defenestrado de su cargo y condenado al
destierro político dentro de Cuba. Ahora es dueño de uno de los negocios
más visitados en La Habana, tanto por extranjeros como por nacionales.

"Se le acabó el poder", dice mi joven interlocutor. Y yo le rectifico de
nuevo: lo sigue teniendo, muchachón, sólo que a su manera.

http://www.cubanet.org/articulos/robertico-robaina/

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