viernes, 22 de marzo de 2013

El acoso del castrismo

El acoso del castrismo
Fabio Rafael Fiallo | Ginebra | 21 Mar 2013 - 10:09 am.

Los arrestos e intentos de acallar a quienes se oponen al régimen son
los estertores de una ideología desahuciada.

En los años 30 del siglo pasado, intelectuales del mundo entero dan por
sentado que la recién creada Unión Soviética constituye el modelo por
excelencia de la sociedad del futuro. En ese contexto de euforia
ideológica, el escritor francés André Gide efectúa un viaje al paraíso
socialista en construcción, pero regresa defraudado y consigna su
decepción en un libro titulado Regreso de la URSS, que provoca
indignación en los círculos marxistas. Gide es objeto de diatribas de
todo género y recibe incluso una bofetada en París por haber osado
atentar contra el prestigio de la patria del socialismo.

En los años 40, Victor Kravchenko, antiguo funcionario soviético, huye
de su país y publica su libro Yo escogí la libertad, en el que describe
y denuncia el sistema represivo y los campos de concentración de la
Unión Soviética. Kravchenko es a su vez acusado por una revista
relacionada con el partido comunista francés de difamar de la URSS y de
ni siquiera haber sido el autor de aquel perturbador libro.

Entre quienes salen en defensa de Kravchenko, confirmando lo dicho por
él, se encuentra Margarete Buber-Neumann, viuda de un dirigente
comunista alemán asesinado por Stalin y antigua reclusa de un campo de
concentración soviético por ser "esposa de un enemigo del pueblo", antes
de ser entregada a la Gestapo (en virtud del pacto germano-soviético)
para ser enviada al campo de concentración nazi de Ravensbrück.

Buber-Neumann, quien relata su infortunio en un libro devastador, Bajo
dos dictadores: Prisionera de Stalin y Hitler, es tratada por los
círculos marxistas occidentales de traidora y vendida.

La bofetada a Gide y las injurias lanzadas contra Kravchenko y
Buber-Neumann —todos lo sabemos hoy— no impidieron que se comprobase
finalmente la veracidad de sus denuncias y alegatos, hasta el punto que
el Partido Comunista de la Unión Soviética se vio obligado en 1956 a
reconocer los crímenes de Stalin.

En los años 70, Aleksandr Solzhenitsin publica en occidente su
monumental libro El Archipiélago Gulag, en torno a la vida cotidiana en
los campos de concentración comunistas, vida que él conocía a la
perfección por haberla compartido con doce millones de conciudadanos.

Los círculos marxistas de occidente trataron en vano de desprestigiar el
personaje y negar la veracidad del relato. Sin embargo, aquella campaña
de denigración no impidió en lo más mínimo que más tarde, bajo el
impulso arrollador de los pueblos de Europa Oriental, se desplomara cual
castillo de naipes el bloque soviético junto al Muro de Berlín.

En los años 80, Octavio Paz pronuncia en Frankfurt un discurso en el que
compara el régimen sandinista —secuestrado y desvirtuado por Daniel
Ortega— con el de Fidel Castro. El discurso desata una ola de injurias
sin precedentes en la historia del continente. Hasta se llega a publicar
un manifiesto contra el eminente escritor azteca, firmado por 228
profesores de trece países y cinco instituciones.

En los años 90 y a principios del siglo XXI, Mario Vargas Llosa se
convierte en el blanco favorito de las huestes castristas por haber
denunciado la naturaleza intrínsecamente liberticida del proyecto
comunista y el fracaso del socialismo en todas sus vertientes. Por esa
imperdonable lucidez, intelectuales al servicio del castrismo intentan
bloquear la participación de Vargas Llosa en cada uno de los actos
culturales a los que se le invita.

Al emprenderlas contra Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, quienes se
desprestigian son ellos, los buitres del castromarxismo, intelectuales
de pacotilla desplazándose en manadas, sin originalidad ni realce, que
no pueden ni podrán mermar un ápice la estatura intelectual y ética de
esos dos gigantes de la literatura contemporánea.

Se puede por supuesto discrepar del posicionamiento político de tal o
cual escritor. Pero lo que es inadmisible, además de contraproducente,
es bloquear o sabotear la participación de un intelectual en eventos
políticos o culturales por el simple hecho de que sus ideas no
correspondan a las de los fanáticos de turno.

Nada podrán tampoco, a la postre, los acosos sistemáticos y los arrestos
recurrentes de que durante largos años han sido y continúan siendo
víctimas en Cuba las Damas de Blanco y la disidencia en general, contra
quienes se lanza la consabida imprecación de "mercenarios", con el vano
afán de desprestigiar una lucha tan digna como ejemplar. Como tampoco
lograrán el efecto esperado los abucheos lanzados por las huestes
castrochavistas contra la bloguera Yoani Sánchez a su paso por Brasil.

Ni mucho menos lo logrará la reciente tentativa del representante del
castrismo ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, secundado por
sus cómplices de Nicaragua, Rusia, China y Bielorrusia, de impedir que
Rosa María Payá, hija del disidente Oswaldo Payá, tomase la palabra en
dicho cónclave para pedir una investigación imparcial sobre las
circunstancias en las que murió su padre en julio de 2012 en un extraño
accidente automovilístico.

Todos esos ataques abyectos representan los estertores de una ideología
desahuciada por la historia que solo se mantiene en pie mediante la
represión, la intimidación y el inhabilitamiento de disidentes y
opositores, y que —como lo demuestra el caso de la Venezuela bolivariana
de Chávez y Maduro— no funciona ni siquiera disponiendo de pozos
infinitos de petróleo.

http://www.diariodecuba.com/cuba/1363856991_899.html

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