viernes, 22 de marzo de 2013

Cuba: nuevos medios y crítica de la razón académica

Cuba: nuevos medios y crítica de la razón académica
Gerardo Muñoz | Princeton | 21 Mar 2013 - 10:07 am.

Un evento universitario que juntó en Nueva York a Yoani Sánchez, Orlando
Luis Pardo Lazo y varios estudiosos, despierta interrogantes acerca de
cuánto tendría que cambiar el acercamiento académico hacia Cuba.

Si aceptamos la premisa de que Cuba es un "problema real" y que por lo
tanto merece ser pensando, entonces podemos comenzar a discutir los
múltiples efectos que pudiéramos derivar de la reciente conferencia "The
Revolution Recodified", organizada por Coco Fusco y Chris Stover en la
New School of Social Research y la Universidad de New York.

A corto plazo es difícil asegurar el impacto de los lenguajes y
discursos que fueron allí empleados, las muchas ideas que allí se
lanzaron. Sin embargo, a largo plazo me parece que este tipo de
discusión pudiera tener efectos positivos dentro y fuera de la academia
norteamericana, tema que pasaré a comentar a partir de las
intervenciones a las cuales asistí. Además de ofrecer un balance
analítico de estas intervenciones, aprovecharé la coyuntura para
elaborar una serie de hipótesis y preguntas que tal vez puedan elucidar
una discusión más amplia sobre formas potenciales de pensar Cuba en
relación con cierto discurso intelectual dentro de la academia
norteamericana. Pero de esto me ocuparé en la última parte de esta
reflexión.

Comenzaré apuntando los títulos de algunos de los paneles para dar la
idea del alcance del programa: "The internet and social media in Cuba",
"Cuba in a global context: social media and political change", "The
development of autonomous cultural and public sphere in Cuba today".
Integrados por participantes tan disímiles, tanto en términos
ideológicos como desde sus prácticas intelectuales, la audiencia de la
conferencia que duró tres días tuvo la oportunidad de escuchar y debatir
con los académicos Ariana Hernández Reguant y Ted Henken, la
artista-académica Coco Fusco y el músico Pablo Menéndez, los críticos
Ana María Dopico y John Kelly, los blogueros Orlando Luis Pardo Lazo y
Yoani Sánchez.

Con tan solo citar los nombres de los académicos, creo que
inmediatamente se hace visible la heterogeneidad que componía el
conjunto de panelistas. Mientras que Yoani y Orlando Luis llevaban el
compás de lo anecdótico y lo vivencial, Ted Henken, profesor en CUNY,
Coco Fusco de New School, y Hernández Reguant de UC-San Diego,
intervenían desde las distintas zonas del discurso académico. Ted Henken
ofreció una interesante cartografía de la blogósfera cubana y sus
discursos políticos y Coco Fusco develó los lugares comunes de la
"American Left" (sic) sobre Cuba, pero fue Hernández Reguant quien
quizás, con mayor rigor, avanzó un pensamiento analítico sobre la
relación entre sociedad civil y Estado, nuevos medios y capacidad de
movilización social.

A contrapelo de las teorías contemporáneas de los nuevos medios,
Hernández-Reguant dejó como línea de fuga para el debate con el público
la pregunta sobre la naturaleza de lo "nuevo" en los nuevos medios en
comparación con los "viejos medios" (lo analógico). Donde todos ven hoy
ruptura, Hernández-Reguant propuso un modelo de continuidad entre los
"nuevos medios" y cuestionó los modos en que pensamos los aparatos de
visibilidad, legibilidad, y opacidad en sus usos políticos y sociales.
En parte, mi pregunta durante este primer debate fue dirigida a
Hernández-Reguant, ya que me parecía que en su intervención la discusión
sobre el cruce entre temporalidad y explicitación de la representación
se esquivaba esta importante transformación.

Aunque es cierto que los "nuevos medios", al igual que los "viejos", no
garantizan cambios políticos concretos e inmediatos, estos si
contribuyen a explicitar la presencia de lo ya sabido en el orden
simbólico para quien sabe pero no quiere saber (ejemplo: contra un video
de la represión de las turbas habaneras organizadas por el Estado y los
Comité de Defensa de la Revolución, es ya imposible negar el hecho
concreto que esas movilizaciones tienen muy poco de espontaneidad y
mucho de subversión estatal). Como ha visto Antonio José Ponte en su
libro Villa Marista en plata (Colibrí, Madrid, 2010) o Slavoj Zizek en
relación con Wikileaks, lo importante de los nuevos medios no es su
transformación en tiempo real, sino más bien la potencia de hacer
visible un imaginario que hasta ese momento resistía el consenso
concreto de todos los espectadores.

En otro panel, la figura del músico norteamericano Pablo Menéndez,
residente en Cuba hasta hoy, fue más difícil de clasificar, salvo si se
le piensa como una voz que, entre Yoani y Orlando, entre Fusco y Dopico,
estaba allí para generar cierto "balance" en el estado de opinión sobre
el pasado y el presente de Cuba.

Y tiene sentido que sea de este modo, ya que en la política académica
cierta lógica compensatoria entendida como "balance de partes iguales"
articula la normativa, e incluso una estética, del encuadre de todo
diálogo. Esta lógica de supuesta inclusión de dos partes que encarnan un
diferendo histórico —que se pudo ver tanto en la presentación de Henken
sobre la cartografía de la blogósfera cubana, así como en la
articulación entre medios y Estado de Hernández-Reguant, o incluso la
afirmación de Pardo Lazo sobre la pluralidad de los "bloggers
opositores"— es una precondición para todo debate académico. Cuba, en
este sentido, no es una excepción, sino la norma.

¿Cuba a partes iguales?

Lo que fue excepcional en este intercambio puede leerse quizás en dos
distintos niveles. Primero, en términos del desfasaje entre el higiénico
relativismo dialógico de las partes iguales y el discurso intelectual
(en un momento del cierre de la conferencia incluso, una moderadora
pidió no aplaudir a Yoani para no polarizar o mostrar "demasiado" apoyo
a la figura de Yoani). Es desde aquí donde uno podría generar una
crítica a las contradicciones entre discurso académico y discurso sobre
Cuba.

El discurso académico, entendido como discurso intelectual enunciado
"desde" o "con" simpatías con la izquierda, es hoy crítico en términos
generales de la razón dialógica, ya que esta se entiende dentro de una
lógica habermasiana del consenso y abiertamente despolitizante de la
esfera pública burguesa. Jamás las condiciones de diálogo en torno a la
guerra de Irak, por ejemplo, se establecerían a partir de un "balance"
racionalizado en partes iguales (aquellos que defendería la invasión y
la otra parte que se opone). Como lo ha demostrado el pensador francés
Jacques Ranciere en sus últimos libros —traducidos al inglés y muy bien
recibidos dentro de la órbita liberal norteamericana, por cierto— la
"inclusión" de la otra parte siempre supone la exclusión de la "no
parte". El discurso político en torno a Cuba, entonces, se presenta como
una excepción a este paradigma que buscar suspender el habla de lo
político. En cierto sentido, al decir esto, estamos abriendo, desde ya,
la pregunta sobre qué o quién vendría a ser la no-parte de esta
discusión en torno a Cuba.

La distribución de un intercambio en partes iguales termina, en última
instancia, borrando el núcleo de lo político que habita en el centro del
debate sobre el pasado de la Revolución Cubana de 1959, así como de los
futuros de la isla caribeña. No vendría al caso señalar esta
contradicción interna si el lugar de discusión no fuese la academia que,
como hizo notar Ted Henken al definir ideológicamente su posición, nos
remite al campo ideológico académico: "Yo me considero de izquierda,
incluso más a la izquierda que muchos cubanos que tienen otra opinión
sobre Obama…".

El trueque ideológico aparece como momento de contradicción interna
entre esa posición ideológica asumida de un sujeto en su totalidad
concreta (la academia) y su posición "relativista" frente al conflicto
sobre Cuba. En Cuba, la izquierda prefiere una universalidad elusiva
("el pueblo cubano", "la diáspora"), en lugar de un compromiso por una
de las partes como modo de interpelación política. ¿Habita Cuba fuera
del discurso de la teoría crítica contemporánea? O preguntado de otra
forma: ¿por qué esa incapacidad de teorizar el problema político cubano?

Esta matriz académica da lugar a un segundo plano que pudiéramos decir
que se encuentra vinculado a la articulación de un discurso
compensatorio signado por una racionalidad que termina relativizando y
borrando diferencias entre dictadura y represión, víctimas y
victimarios, historia y subjetividad. En pro de un humanismo en
abstracto que asume una supuesta condición de distribución identitaria
de representaciones sociales, esta operación termina por excluir la
visibilidad concreta de los reprimidos y de las víctimas que desde el
mismo año 1959 hasta el último encarcelado por crimen común o por
disidencia política o difamación "contrarrevolucionario" se oponen
abiertamente a la dominación del Estado.

Por eso quizás uno de los momentos memorables del primer panel aconteció
cuando el poeta y escritor cubano Alexis Romay intervino desde la
audiencia para recordar que no vendría nada mal tener claro que la
discusión sobre Cuba no es una mera especulación en el plano hipotético
de la historia o de la política en abstracto, sino que de lo que
hablamos se trata concretamente de vidas humanas. Una discusión que
tiene como núcleo de elaboración el tejido afectivo y real una
subjetividad que continuamente es reprimida y silenciada. El discurso
académico pareciera, en este sentido, lo opuesto de la observación de
Romay: la búsqueda de una "distancia" en el conflicto borra la dimensión
del "sujeto", como ya veía el propio filósofo León Rozitchner en las
discusiones ortodoxas del determinismo histórico del marxismo clásico.

No digo con esto que el habla del sujeto —el "aliento de su
materialidad" diría León— estuviese ausente en las discusiones de esta
conferencia, al contrario. Una de las efectos retóricos mas interesantes
de las presentaciones de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, y Pablo
Menéndez, fue la manera en que cada uno tejió su discurso con las
filigranas de la experiencia vivida y sentida desde las políticas del
cuidado del yo. Al respecto Pardo Lazo dijo algo notable: "we have
selected to live a human life, and if that costs us our life, that's
ok". Una expresión no solo cargada de valentía como enunciación del
"coraje de encarar la verdad", sino una manifestación que lleva hasta
las últimas consecuencias la relación entre voz y cuerpo frente a la
dominación y la subordinación de un poder que se ejercita de manera
sistemática contra cualquier pulsión crítica desde la sociedad civil cubana.

Sujeto común y 'solidaridad'

En otro momento, tanto Orlando como Yoani, subrayaron que ellos hablaban
desde su posición de sujetos comunes y corrientes, apenas "ciudadanos"
en una precaria "sociedad civil cubana". No estaban allí para figurar
como "representantes" de un "otro" ni de un "Pueblo"[1]. Una de las
novedades de este discurso del sujeto político cubano, a diferencia de
la oposición histórica dentro y fuera de la Isla (si se piensa en el
Escambray o en los grupos paramilitares anticastristas movilizados en
los Estados Unidos), radica, no en el pasaje de la vía armada a la vía
pacifica, sino en la propuesta más interesante aún de carecer de una
política de afiliación o de mera representación libidinal por un "pueblo
cubano" que no es más que una categoría en abstracto sin verificación
concreta. Como demuestran la escritura de Orlando Luis o Yoani, y como
se comprobaron en las ponencias de "The Revolution Recodified", esta
oposición política tiene como centro de articulación el sujeto como
núcleo de la experiencia compartida, personal y a su vez colectivo,
entre sus voces (interesantemente título de la revista que dirige en La
Habana Pardo Lazo) y la sociedad cubana en su totalidad.

Es por esto que no sorprende que desde la audiencia viejas voces
saltaron, aún apegadas a operaciones intelectuales de "solidaridad" o
"afiliación política" (que en realidad no son más que inversiones
libidinales como parte de una fantasía construida a partir de una
estructura del deseo [2], y en tono inflado e inquisitorio le rindieron
cuenta a Pardo Lazo sobre una supuesta "subalternidad" cubana que él,
desde la posición de letrado, no encarna. Letrado sí, no hay dudas, pero
lo que pierde de vista esta crítica es justamente la dimensión de un
sujeto que habla más allá de la representación, sin la necesidad de una
filiación solidaria que, como se ha mostrado en estas últimas décadas en
Cuba o América Latina, han resultado nociva en la mayoría de los
procesos revolucionarios o populares latinoamericanos.

Las operaciones estériles de filiación, de hablar en nombre del otro
lejano e indefenso, deben entenderse como el reverso de la fidelidad al
evento revolucionario e incluso de la utopía. En la medida que esto es
cierto, podríamos decir que el discurso de Pardo Lazo llega a ser
radicalmente más revolucionario que todas las variaciones de una
solidaridad articulada desde los púlpitos de una cátedra del Norte. Todo
deseo de filiación post-política llega incluso a repetir la "ficción del
Estado", como la entiende el escritor argentino Ricardo Piglia, en lugar
de sentir al menos simpatía con las escrituras débiles y marginales,
escritas desde un ordenador para un blog o una revista autogestionada.

Y aquí encontramos otra vuelta de tuerca muy lúcida por parte de Pardo
Lazo, ya que, como comentó el escritor en un momento de su ponencia,
esta pulsión que repite la suntuosidad de la ficción del Estado, puede
ocurrir tanto en la academia como en el discurso de aquellos que
ciegamente buscan solidarizarse con cierto activismo maniqueo. Para
ilustrar este argumento, Pardo Lazo comentó cómo un periodista de Miami,
supuestamente "simpatizante con la causa cubana", le formuló una
pregunta de la misma manera que lo habrían hecho miembros de la
Seguridad del Estado. En otras palabras, en la discusión política sobre
Cuba, los deseos de filiación desde ambas partes, por momento se cruzan
y se encuentran.

Cuba desde la academia norteamericana

Al llegar a este punto, tal vez deberíamos volver a la pregunta que
inicialmente habíamos elaborado: ¿es posible formular otro tipo de
relación crítica y política desde la academia norteamericana hacia el
pasado y presente de Cuba? Si acaso es una empresa posible, ¿bajo qué
condiciones pudiéramos articular una propuesta, y en qué consistiría su
operación crítica? En el orden de lo pragmático: ¿De qué manera
pudiéramos pensar la construcción de dicha crítica a la luz de las
escrituras de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, o Claudia Cadelo
que, como bien argumentó la profesora Ana María Dopico en su
intervención, pudieran situarse en la larga tradición de la crónica
latinoamericana?

En cierta medida estas son preguntas tramposas para hacer en este
espacio. En parte, porque responderlas no solo llevaría mucho tiempo,
sino también porque necesitaríamos la amplificación de voces y debates,
propuestas y proyectos intelectuales, la transformación política y
social de la Isla como tal. De igual modo, creo que una conferencia como
esta se justifica con haber logrado, en cierta medida, potenciar la
posibilidad de hacer las preguntas mismas.

Como académico que escribe y piensa desde un aparato institucional, pero
que también interviene con cierta frecuencia en el espacio público,
tengo para mí que la tarea más inmediata desde mi posición es llevar a
cabo una crítica de la razón académica en cuanto a Cuba, elaborada en el
interior de los marcos discursivos y epistemológicos de las distintas
disciplinas académicas.

Esta operación tendría varias ramificaciones, pero primero tendríamos
que formular una descripción preliminar de sus cualidades. En primer
lugar, una crítica de la racionalidad académica en torno a Cuba
comenzaría por preguntarse sobre la historia misma del campo del saber
latinoamericano —entendido como suma de discursos sobre América Latina
producidos en todo saber académico[3]— y desde allí estudiar los
momentos de inflexión de los saberes operacionales a partir del devenir
de la Revolución Cubana de 1959.

Segundo, se tendría que estudiar el porqué de la ausencia de una total
autocrítica por parte de académicos y profesores escribiendo desde la
academia norteamericana sobre Cuba. Podríamos adelantarnos a una crítica
a esta pregunta[4]. En particular, aquella que vendría a enfatizar que
Cuba carece de centralidad en la formación del espacio epistemológico
del latinoamericanismo escrito desde Estados Unidos. Sin embargo, contra
esta aserción, pudiéramos argumentar que la propia formación del saber
académico sobre América Latina converge en su origen, como enseñan en
muchos sentidos Jean Franco en Decline and Fall of the Lettered City
(2002) o algunos ensayos de John Beverley, tras el triunfo de la
Revolución Cubana, el auge cultural de Casa de las Américas, o la
Campaña de Alfabetización. Desencantados con la transformación política
de la Isla hacia el modelo soviético a partir del Congreso Nacional de
Educación y Cultura de 1971 y la censura de Heberto Padilla en el mismo
año, muchos académicos dieron vuelta a la página a la Revolución Cubana
sin realmente asumir responsabilidad por aquel nuevo orden que ellos
mismos habían celebrado e inscrito en el centro en sus respectivos
proyectos intelectuales.

Pero no es mi propósito en este espacio escribir una historia del
imaginario de la Revolución Cubana en las prácticas de la crítica
latinoamericana. Solo quiero decir que articular una crítica a la razón
académica tendría que volver sobre ese momento en que el desencanto
aparece como suspensión y silenciamiento tras el fracaso de un proyecto
político, y que luego aparece sublimado, en el sentido freudiano, en la
transferencia hacia otros momentos de solidaridad tercermundista, ya sea
la Revolución Sandinista o la lucha armada en Centroamérica, el chavismo
en Venezuela o las nuevas gobernabilidades nucleadas en proyectos
geopolíticas de Mercosur y ALBA.

La Revolución Cubana para esta instrumentación académica no solo es el
punto de origen de un discurso de filiación política, sino también el
punto ciego o espacio donde el discurso se evapora. Metodológicamente,
el pasaje intelectual tendría que encarar una metacrítica de la
actividad interna del saber académico de la misma forma que a lo largo
de estos años se formularon, desde distintos métodos y aproximaciones,
la crítica a los nacionalismos latinoamericanos, así como al orden
operacional y hegemónico de las oligarquías regionales en los debates
que atravesaron la discusión sobre el desarrollismo y la teoría de la
dependencia en las últimas décadas del pasado siglo.

La elaboración de estas hipótesis a partir del boom de los blogs
independientes dentro y fuera de Cuba no solo dan cuenta de una nueva
potencialidad de una esfera pública cubana, sino que también pudiera
funcionar como punto de partida para repensar y deconstruir la razón
académica en cuanto al pasado y el futuro de Cuba. Los "nuevos medios"
en realidad, podrían tener en sí mismos implicaciones conceptuales e
intelectuales, además de prácticas concretas en la transformación real y
política del interior de la isla.

Como espacios de reflexión, escritura, y discusión, los nuevos medios
alcanzan un punto que, a diferencia de las expectativas del pasado
siglo, ya no anhelan descubrir la utopía, sino más bien acceder al
espacio de lo común más allá de los maniqueísmos y las políticas
infamantes que se generan principalmente en los discursos oficiales del
Estado cubano. Más importante aún, en conjunto con las voces
heterogéneas y plurales que emanan de la blogósfera cubana, una nueva
crítica académica en torno a Cuba —que ha venido perfilándose en la obra
de importantes académicos como los ensayistas Duanel Díaz Infante y
Rafael Rojas, críticos literarios como Rachel Price y Walfrido Dorta,
los historiadores Lillian Guerra y Alejandro de la Fuente— pudiera
ofrecer tan solo una puerta de entrada a una discusión sobre el lugar de
la memoria, entendida como repetición y duelo, de los últimas cinco
décadas de la dictadura cubana.

Así, un nuevo pensamiento sobre Cuba en Estados Unidos daría visibilidad
a los diferentes actores sociales y populares marginados de las
historiografías oficinales, cuestionando las estructuras y dispositivos
del saber académico. Una metacrítica del campo del saber académico
comenzaría por dar cuenta las diversas formas en que, desde este lado de
la producción del discurso, se silenciaron las voces populares con el
propósito de una fidelidad forzada al Estado cubano entendido bajo la
abstracción de la Revolución. Esto tendría irremediablemente como
corolario el pasaje del discurso crítico de la cultura hacia la
articulación política, carente de toda filiación libidinal y con la
finalidad de producir nuevos esquemas de hacer legible la verdad.

En el segundo día de la conferencia pude charlar extensamente con
Vicente Echerri, ese lúcido escritor cubano que también estuvo entre el
público. En algún momento Echerri me recordó una frase del escritor
Jesús Díaz que quisiera recordar para terminar esta reflexión: "Hicimos
una Revolución que no necesitábamos". Frase que abre polémica y que se
sitúa en esa rara posición cubana sobre el perdón y la memoria. Jesús
Díaz, sin duda fue una excepción notable, pero por esta misma razón fue
una figura, intelectual y académica, a la cual deberíamos no solo
releer, sino también aprender de sus libros, de sus gestos públicos,
para de esta forma generar otros "pensamientos críticos" y otros
"encuentros" que den lugar a una amplia y fecunda discusión para
comenzar a pensar esa Cuba que divisamos en el nuevo siglo.


[1] Para una crítica contemporánea de la categoría política del
"Pueblo", ver Medios sin fin: notas sobre política (Pre-textos,
Valencia, 1996) de Giorgio Agamben.

[2] Aunque no es propiamente parte de su argumento, un buen punto de
partida para discutir este derroche libidinal académico y su relación
con la fantasía lo podemos encontrar en el excelente ensayo Fantasía
roja (Debate, Barcelona, 2007) de Iván de la Nuez. Habría que pensar las
sugerencias de ese libro sobre intelectuales y las intervenciones sobre
Cuba desde la academia norteamericana.

[3] Ver la introducción del libro The exhaustion of difference: politics
of Latin American Cultural Studies (Duke University Press, 2001) de
Alberto Moreiras.

[4] En una excepción notable es el caso del ensayista puertorriqueño
Arcadio Díaz Quiñones con su ensayo "Cuba 1994 : salida...y voz?"
publicado en El arte de bregar: ensayos (Ediciones Callejón, San Juan,
2003), donde el intelectual puertorriqueño hilvana una lúcida crítica de
los noventa a partir de las teorías sociales y políticas de Albert O.
Hirschmann. Del mismo año, podríamos también incluir el libro Cuba on My
Mind: Journeys to a Severed Nation (Verso, 2003) del cubano Román de la
Campa.

http://www.diariodecuba.com/cultura/1363856853_2063.html

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