Bastardos sin gloria: Tecnología y censura
Sin dudas, ha habido saltos tecnológicos que consiguen burlar cada vez
mejor el cerco oficial de las prohibiciones. Los "paquetes" constituyen
la trasgresión llevada al siguiente nivel. La situación de las
autoridades es desesperada: no pueden con esa competencia.
viernes, mayo 23, 2014 | Víctor Ariel González
En un principio fueron los casetes: Betamax primero, VHS después. La
gente se pasaba las películas que no ponían en la programación habitual,
los documentales, los shows de televisión, las novelas, los noticieros.
Existían bancos de video, casi todos clandestinos.
Recuerdo que en la Plaza Carlos III había uno de aquellos bancos, pero
en dólares. Los casetes de allí terminaron pudriéndose porque todo el
mundo prefería gastarse cinco pesos cubanos en un filme de estreno, o en
los "Sábados Gigantes" donde los participantes más afortunados se
ganaban un automóvil nuevo. ¡Ah, los colores brillantes del mundo
exterior! El refrescante deslumbramiento que producen es un bálsamo para
la realidad imperante, y la promesa de que existe otra mucho mejor,
aunque distante.
El gobierno le tenía abierto un fuego tal al tráfico de estos productos
que un mensajero era, por poco, tan terrible como un drug dealer frente
a los ojos de las autoridades. Y es que lo que portaba el comerciante
era, como toda droga, una mercancía que daba placer y creaba adicción:
ambos, en este caso, muy sanos para el consumidor, pero terribles para
un Estado total e igualitario.
No se vendían videocaseteras –aunque, repito, había un banco "legal" en
Carlos III y en algún que otro lugar propiedad del gobierno– y la ley
del aburrimiento imperaba como uno de los primerísimos mandamientos;
pero las videocaseteras igual entraban. Eran traídas a miles por
individuos como los marineros, por ejemplo. Se levantaron fortunas
gracias a ese contrabando que, por otra parte, tanto bien le hizo al
pueblo de este país porque consiguió darle a sus silenciosas y oscuras
noches un toque de revelación: la vida fuera de Cuba no era en verdad la
que mostraban aquí, en la TV "comunista".
Así, tener un video en casa era coquetear con la disidencia. Ya podíamos
bien quitar la mesa redonda o el discurso. Ver cualquier otra cosa
estaría mucho mejor. Tan fácil como cambiar de canal: el aislamiento a
la distancia de unos pocos toques en el control remoto.
Luego vinieron los DVD, y entonces los mensajeros pudieron cargar más
ofertas todavía. El tráfico ilegal creció, al tiempo que las
computadoras con quemadores incluidos también se multiplicaban. La
industria se estaba volviendo un monstruo incontenible. Tanto, que al
final hubo que brindar un marco legal (dentro de Cuba) a los incontables
vendedores que ponían sus estantes, llenos de títulos a precios
accesibles, en diversos puntos de La Habana, a la vista de todos.
Hoy, que tener una PC es bastante menos difícil que hace diez años, el
negocio crece. Ahora son los "paquetes semanales" el más reciente
vehículo del audiovisual. La gente los consume como caramelos, y los
disfruta tanto o más. Los clientes quieren ver no sólo las películas en
HD o las series norteamericanas, no: también quieren ver lo último en
tecnología que salió en Youtube, el videoclip este o aquel… en fin, esas
bocanadas de aire fresco que ponen el discurso oficial tan lejos de la
realidad y de los anhelos de la gente; sobre todo, de quienes somos más
jóvenes.
Hace unos pocos días asistí a un hecho curioso: mientras veía el anuncio
de un móvil nuevo que había copiado de uno de estos "paquetes" (pues el
público cubano está ávido hasta de comerciales), de pronto surgió un
cartel en la parte superior de la pantalla: "fulano de tal, arreglo PC y
celulares, buen servicio, llámame a tal número". Por la forma en que
estaba hecho, parecía puesto ahí por profesionales, ¡y el número de
teléfono era de un cubano! ¡La propaganda era de aquí! Fue todo un
descubrimiento para mí.
Hasta ese punto ha llegado la independencia, el desentendimiento de lo
que parecía prohibido, el empuje de la floreciente empresa privada, el
atrevimiento. El mensaje está claro: no me hace falta que la televisión
me anuncie; ya lo hago yo mismo. Inclusive hay personas dedicándose a
este negocio de insertar carteles publicitarios en los materiales que
vienen dentro de los paquetes. Nada más tendríamos que decirles a qué
queremos darle propaganda y, dinero mediante, la magia se lograría.
Lo "más mejor en todavía" es que, gracias a las posibilidades de la
tecnología (y a la falta de leyes anti-piratería, por supuesto) esos
paquetes se pueden copiar gratuitamente, sin ningún problema, e ir de
mano en mano. Invaden el mercado, forman parte de un club underground de
video, con sus anuncios underground, para esa Cuba también underground
que viene, como las raíces de los árboles, levantando el asfalto sin
pensar en más nada que crecer.
Sin dudas, ha habido saltos tecnológicos que consiguen burlar cada vez
mejor el cerco oficial de las prohibiciones. Los "paquetes" constituyen
la trasgresión llevada al siguiente nivel. La situación de las
autoridades es desesperada: no pueden con esa competencia.
La censura, a fuerza de apretar tanto durante demasiado tiempo, hoy está
fatigada y su vejez no la dejará recuperarse ya. Se halla derrotada,
como los grandes tiburones fuera del agua cuando, recién pescados y
sobre la cubierta del barco, tiran unos mordiscos terribles al aire. Su
torpeza es agónica; sus esfuerzos, inútiles. Sólo un poco de cuidado en
no coger una dentellada o un coletazo, y el tiempo hará el resto. El
bicho, al final, muere. La tecnología derrota al monstruo de la censura.
Tomado del blog Bastardos sin gloria, de Víctor Ariel Goanzález
Source: Bastardos sin gloria: Tecnología y censura | Cubanet -
http://www.cubanet.org/blogs/bastardos-sin-gloria-victor-ariel-gonzalez-tecnologia-y-censura/
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