lunes, 2 de julio de 2012

Víctimas del castrismo

Víctimas del castrismo
Lunes, 02 de Julio de 2012 00:06
Escrito por Oscar Sánchez Madan

Cuba actualidad, Cidra, Matanzas, (PD) Estaba recluido en una celda de
castigo cuando el oficial de guardia del penal, el teniente Gaínza,
entró al aislador, junto a otros dos carceleros y se acercó a la reja
para decirme: "prepárate, tienes visita". Sería la penúltima cita
familiar en aquellos tres años a los que me condenaron por ejercer el
periodismo independiente. Me habían imputado una supuesta "peligrosidad
social" y me convirtieron en una víctima del castrismo. ¡Quién lo diría!

Después de recoger lo mínimo indispensable, un bolígrafo, una hoja en
blanco, tres vasijas plásticas vacías y el saco en el que nos obligaban
a trasladar los alimentos que nos llevaban nuestros familiares todos los
meses, acompañé a los militares hasta la reja de entrada al aislador.

Allí, el teniente Gaínza, con su acostumbrada ironía, más bien con
cinismo, un arma con mucha frecuencia utilizada por él para humillar a
los reclusos, me preguntó: "¿Puedes extender las manos?".

El insoportable oficial al recibir una respuesta afirmativa y observar
el movimiento de mis dos extremidades superiores, añadió: "Así no. Las
manos hacia atrás"...

Después de colocarme las esposas metálicas, bien apretadas, para
causarme dolor, me condujo hasta el edificio de la guarnición, que en la
prisión Combinado del Sur, de Matanzas, le llaman "El 27". Como ocurría
durante todas las visitas a las que acudía, el lugar estaba lleno de
militares. Éstos no me quitaban la vista de encima, como si yo fuera
Osama Bin Laden. ¡Qué ridiculez!

Gaínza, quien entonces era el segundo jefe de reeducación, preguntó en
ese instante a uno de los custodios: "¿Todo está listo?". Como esta vez
la respuesta fue negativa, el teniente se volvió hacia mí y me dijo que
debía esperar. Acto seguido, supuestamente disgustado, se marchó o mejor
dicho, se dirigió al área de visita donde se encontraban los reclusos
pertenecientes a mi destacamento. A ese salón a mi no me dejaban pasar
por mi condición de preso político.

Como me lo exigió el oficial, esperé. Mientras tanto, me esforzaba por
saber cuál sería el nuevo truco de la policía política y de los
carceleros para irritarme, obligarme a protestar y buscar el ansiado
pretexto para volverme a encausar penalmente.

De repente, quedé espantado cuando escuché los desesperados gritos de un
conocido recluso del destacamento de menores. Dichos alaridos procedían
del área de castigo de donde yo había salido minutos antes. Lo guardias
lo golpeaban salvajemente. Se trataba de otra víctima del castrismo
cuyos familiares no serían informados de lo acontecido.

Faltaba poco tiempo para mi liberación. Por eso debía cuidarme de las
coartadas de los militares, quienes dominados por el odio y la venganza,
eran capaces de hacer cualquier cosa para castigarme. No obstante, traté
de hallar la manera de interrumpir aquella brutal paliza. Los gritos de
la víctima eran insoportables. "¡Qué abuso!", no pude dejar de exclamar.

Inquieto, miré a todos lados. Sin éxito, intenté desatarme las manos.
Como muchas otras veces, me sentí impotente, pero por la vertiginosa
reacción de mis acompañantes comprendí que mi rostro dispersaba toda la
rabia que sentía.

Al instante, los nueve gendarmes me rodearon como si yo, un prisionero
con las manos atadas, delgado y de baja estatura, alcanzara a poner en
peligro sus vidas. Habían percibido mis intenciones de protestar ante
semejante atropello.

Sólo un miserable puede callar cuando se tortura ante sus ojos a un
muchacho de apenas 17 años. Esa fue la razón por la que les grité, una y
otra vez: "¡Abusadores, asesinos!"

Había pensado correr hasta el área de visita, situado a pocos pasos de
donde me hallaba, para informarles a los familiares presentes lo que
sucedía y masificar la protesta, pero el teniente Gaínza retornó por la
misma puerta por la que yo pensaba entrar al referido lugar.

Por órdenes de éste, me trasladaron con urgencia hacia el piso superior
del edificio, donde se encontraba el pequeño local en el que me
concedían las visitas, apartado del resto de los presos. El propósito de
ese aislamiento era impedir que tuviera contactos con los familiares de
los convictos. Cuando el verdugo se marchó, pensé en mi madre...

Con un modesto vestido que le cubría las rodillas y con sus penas, que
eran también las mías, y con sus 75 años al hombro, entró, como de
costumbre, a aquel cuchitril en el que sólo habían una pequeña mesa y
dos sillas. Nos besamos y abrazamos por trigésima quinta vez en aquél
indeseable lugar en el que recordé que ella, muy a pesar de ser miembro
del Partido Comunista, era otra víctima más del castrismo.

Durante los sesenta minutos reglamentarios de visita la vi muy animada.
Comió como nunca. Me recordó todo el tiempo que sólo me faltaban unos
veintinueve días para ser excarcelado. Sus planes mentales estimularon
en mí las ganas de vivir. Escuché muy atento sus consejos y regaños y
percibí ¡oh, Dios! su sufrimiento.

Cuando me besó y se marchó, y después de que me regresaran a la celda,
me convencí de que nunca una madre es tan necesaria como cuando
afrontamos situaciones difíciles, sobre todo, si estamos en prisión.

Dos años después supe que al teniente Gaínza lo habían degradado, que al
director del penal, Rolando Brito, por alguna razón lo "trasladaron".
También me enteré que fue separado del cargo de segundo jefe del penal
el capitán Yoldi. Dichos oficiales, aunque ellos mismos no lo crean, son
víctimas del castrismo, como lo es el teniente Juan Araña García, quien
mató a golpes, hace unos años, a un recluso en la prisión de Canaletas y
ejerce hoy la responsabilidad de subdirector. Sólo hasta que llegue la
hora de su defenestración. Sí, porque los gobernantes cubanos usan a sus
capataces mientras les sean convenientes. Cuando necesitan limpiar su
imagen o imponer su voluntad a cualquier precio, se deshacen de ellos
sin pensar en los "relevantes servicios" que éstos les han prestado. A
fin de cuentas, estas personas traicionaron a su pueblo y no son de
fiar. "Roma paga a los traidores, pero los desprecia", dicen los entendidos.

Por eso, al recordar a mis antiguos carceleros, la manera en que los
obligan a maltratar a sus rehenes y al observar a los funcionarios del
Estado y del Partido Comunista, quienes tienen como deber mentir y
subordinarse, a ciegas, a una voluntad supuestamente supraterrenal, el
Comandante (o General) en Jefe, siento lástima de ellos. Se que más
tarde o más temprano las pesadas ruedas de la historia les pasarán por
encima.

Para Cuba actualidad: sanchesmadan61@yahoo.com

http://primaveradigital.org/primavera/politica/54-politica/4470-victimas-del-castrismo.html

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