jueves, 16 de marzo de 2017

Los bárbaros del transporte público cubano

Los bárbaros del transporte público cubano
En un país donde nada es de nadie, estas son las imágenes del día a día
Jueves, marzo 16, 2017 | Ana León y Augusto César San Martín

LA HABANA, Cuba.- El transporte público en La Habana es un problema
perenne, con períodos cíclicos de alivio y crisis. Cualquier
controversia sobre el tema gira en torno a las mismas cuestiones: la
escasez de ómnibus, la inexistencia de rutas que faciliten el traslado a
ciudadanos que viven en zonas periféricas de la ciudad o la pésima
frecuencia del servicio.
Sin embargo, no se mencionan las indisciplinas cometidas por las
personas que utilizan el transporte público y los propios choferes.

Está terminantemente prohibido fumar en el ómnibus, o que los choferes
viajen con personas a su lado que puedan desviar su atención de la vía.
Sin embargo, es alarmante la cantidad de conductores que encienden un
cigarrillo durante el servicio o van felices con una groupie en el
estribo, atentos a su cháchara incesante.

Partiendo de las infracciones cometidas por quien debería ser ejemplo de
respeto, es imposible exigir a los pasajeros que, a su vez, no fumen, ni
suban ingiriendo alimentos o bebidas alcohólicas. No es de extrañar que
ocurran situaciones violentas producto del consumo de alcohol, ni que
los ómnibus estén sucios y maltratados; un incordio añadido a la
pelotera de gente que los abarrota, y al tórrido calor que no da tregua.

El equipo de CubaNet conversó con varias personas acerca de las
principales indisciplinas que ocurren dentro de los ómnibus, y la
mayoría mencionó la flagrante falta de cortesía con los ancianos, los
discapacitados y las mujeres embarazadas, así como la grosería y el
poder destructivo de los jóvenes que hacen uso del transporte público.

Pero muy pocas personas hicieron referencia a la actitud desconsiderada
y abusiva de los choferes, que abarca desde no detenerse en las paradas
establecidas o arrancar el ómnibus mientras hay personas subiendo, hasta
manejar a velocidad suicida, zarandeando a los pasajeros como si fueran
ganado. Los mayores perjudicados son los ancianos que viajan de pie,
tironeados por los frenazos repentinos que los dejan adoloridos y
mareados. A menudo el chofer descarga pasaje antes o después de la
parada reglamentaria, provocando que los viejitos deban caminar varias
cuadras.

Los cubanos se han acostumbrado de tal modo a la barbarie que no
perciben que el primer maltrato es pagar un peso por un pasaje que vale
40 centavos, y no recibir el vuelto correspondiente. La mayoría de los
usuarios pone el peso en la mano del chofer, sin cuestionarse hacia
dónde va ese dinero. ¿Por qué no echarlo en la alcancía, si
supuestamente el monto recaudado durante los viajes puede ser
reinvertido en el mejoramiento del servicio de transporte?

Es tanta la mala voluntad contra el Estado que el pasajero prefiere
contribuir al lucro personal de los choferes, y mientras viaja exprimido
en el apretado molote, observa cómo el que maneja acumula en monedas de
un peso la mitad —o más— del salario promedio mensual en Cuba.

A menudo choferes e inspectores bloquean con un trozo de cartón la boca
de la alcancía para obligar al pasajero a pagar en sus manos. Quizás
sea este el más abyecto mecanismo de robo a la población, conocido
perfectamente por las autoridades cubanas. No solo el usuario debe pagar
el pasaje al doble de su costo real, sino que tanto su importe como la
diferencia no engrosan el erario público. Ese dinero va a parar al
bolsillo privado.

El pueblo cubano acepta la potestad del chofer para disponer del dinero
de los viajantes con la misma pasividad que ha mostrado ante un régimen
de más de medio siglo. Es una tendencia a dejarse abusar que irradia
desde la sumisión política hasta las más elementales relaciones sociales.

Lo peor es que los cubanos de a pie, que deben romperse el lomo para
ganar un peso, no tienen idea de hasta qué punto es lucrativa la plaza
de chofer. Póngase, por ejemplo, la ruta 27, que hace aproximadamente
cuarenta paradas oficiales en su trayecto de ida y regreso. Suponiendo
que en cada parada el chofer se embolse un solo peso (siempre es más),
ello representaría 40 pesos por viaje. Si realiza cinco viajes diarios
-ida y vuelta-, el menudeo se convierte en la redonda cifra de 200 pesos.

La temeraria actitud de los funcionarios estatales es la prueba
irrefutable de hasta qué punto la corrupción y la negligencia se han
arraigado en la sociedad cubana. Pero no se trata solo del robo
descarado o las peligrosas condiciones en que circulan algunos ómnibus,
sino del incomprensible regodeo en la suciedad y el salvajismo que
caracteriza a un número creciente de cubanos.

Ómnibus nuevos y rutas mejor diseñadas nunca marcarán la diferencia que
solo puede emanar de la educación, la honestidad y el respeto. La
indiferencia y cobardía ante una responsabilidad ciudadana es el legado
terrible de la voluntad de colectivizarlo todo. En Cuba nada es de
nadie; por tanto las personas no sienten la obligación de preservar,
defender, ni reclamar.

Video:
https://youtu.be/Qmyi4FfpWM0

Source: Los bárbaros del transporte público cubano CubanetCubanet -
https://www.cubanet.org/actualidad-destacados/el-transporte-publico-desde-dentro/

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