miércoles, 10 de agosto de 2016

Historiadores sin historia

Historiadores sin historia
Tres atropellos de la historiografía oficial cubana, que aún no se ha
hecho lo suficiente por reparar
Alejandro González Acosta, México DF | 10/08/2016 11:37 am

Hay unos cuantos historiadores cubanos que, a pesar de su importancia,
no han logrado su canonización en la Isla. Basten solo tres ejemplos:
Al primero de estos, Armando Álvarez Pedroso (La Habana, 1907, y
fallecido en el exilio[1]), señalado colombista, autor de una monumental
Biografía del Descubridor (La Habana, Cultural s.a., 1944), que fuera
considerada por el respetable Fernando Portuondo, como "acaso la mejor
entre millares de biografías de Cristóbal Colón" en su momento, casi
nadie lo recuerda. Fue también calurosamente elogiado por Gastón
Baquero[2] cuando publicó su meticulosa investigación. En el sitio
oficial EcuRed lo incluyen apenas como "empresario cubano", uno de "los
dueños de Cuba" y, una pequeña nota añade: "historiador y biógrafo
especializado en estudios colombinos". Nada más.
La propia historiadora Anunciada Colón de Carvajal, descendiente del
Almirante, se refiere a él como "un historiador dominicano"[3], lo cual
desliza no solo la sospecha de no haberlo consultado directamente
—aunque lo cita en sus pesquisas sobre los restos del antepasado
genovés—, sino además confirma que este historiador ha sido olvidado por
todos, incluso por su propia patria. Es una verdadera pena que un autor
importante, quien dedicó talento, paciencia y recursos de su bolsillo
(empresario exitoso, su familia era propietaria del Banco Pedroso),
apenas tenga no solo reconocimiento sino siquiera conocimiento de las
nuevas generaciones de historiadores, para quienes es simplemente un
absoluto y total desconocido.
Otro caso es el del apasionante Orestes Ferrara (Nápoles, 1876-Roma,
1972). En la Cuba oficial actual la mejor forma de "estudiarlo" ha sido
"ignorarlo", recurso clásico del nominalismo mágico insular: "Si no
hablamos de él, no existió". Casi todos sus exégetas se integran hoy en
el exilio intelectual cubano. Este "conservador entre liberales" ha sido
estudiado por José Sánchez Boudy, Carlos Alberto Montaner (su editor,
además), Adolfo Rivero Caro, Armando de Armas[4], Emilio Ichikawa[5],
Ariel Pérez Lazo[6], Arnoldo Varona[7] y Vicente Echerri[8], entre
otros. Sin embargo, sus obras capitales como Un pleito sucesorio: doña
Isabel La Católica y doña Juana La Beltraneja (1947), Enrique IV de
Castilla (1954) y El siglo XVI a la luz de los embajadores de Venecia
(1952), son auténticos clásicos de la historiografía mundial y continúan
siendo fuente de provechosa consulta.
Uno, casi acostumbrado (o resignado) a los atropellos de la
historiografía oficial cubana actual, y conociendo los complejos
mecanismos mentales que allí imperan, casi estaría dispuesto a aceptar
este olvido: a fin de cuentas, si se quiere, el primero fue "un
explotador, un capitalista voraz", y el segundo "un italiano machadista".
Enrique Gay-Calbó
Pero en el caso del tercero, no encuentro explicación, justificación y
ni siquiera pretexto: Enrique Gay-Calbó (11 de octubre, 1889 – 14 de
octubre, 1977), fue un hombre de bien, que vivió y murió en Cuba,
sencillo, abnegado y generoso. Sus únicos defectos quizá podrían haber
sido Maestro Masón (Grado 30), y esposo de Alicia Urrutia Lleó, hermana
del fugaz Presidente Provisional cubano en 1959. Residió hasta el final
de su existencia, modesta y tranquilamente, de su exigua pensión como
burócrata, en su casa de la calle Juan Bruno Zayas esquina con la
Avenida José Lacret Morlot, en La Víbora, sin meterse con nadie y
perfectamente postergado. Fue, junto con José Luciano Franco (1891-1989)
—otro masón preterido, aunque nunca tanto como Gay-Calbó— de los últimos
grandes historiadores republicanos que murieron en el país (Emilio Roig
de Leuchsenring, nacido en 1889, ya había fallecido en 1964).
A partir de 1959 hubo una profunda escisión entre los estudiosos de
historia en Cuba: los grandes investigadores cubanos que murieron en el
exilio fueron, por citar solo algunos, Jorge Mañach Robato (1898-1961),
Emeterio Santovenia Echaide (1889-1968), Juan J. Remos (1896-1969),
Ramiro Guerra (1880-1970), Herminio Portell Vilá (1901-1992), Leví
Marrero (1911-1995) y el más reciente, Manuel Moreno Fraginalls
(1920-2001). Hoy casi todos (quizá con la única excepción parcial del
último), son virtualmente desconocidos en Cuba por los jóvenes estudiantes.
En el mismo año (1969) morían en Cuba, el 10 de abril, Fernando Ortiz
(n.1881), y José María Chacón (n.1892) el 7 de noviembre. Los últimos de
la "vieja guardia" que murieron en el país, fueron Fernando Portuondo
(1903-1975) y Julio Le Riverend (1912-1998).
Tuve el gran privilegio no solo de conocer a Gay-Calbó, sino ser
bastante cercano a él en sus años finales, y sostener extensas y
provechosas conversaciones. Doña Alicia, su esposa, me pidió que lo
ayudara a organizar su biblioteca, la cual se encontraba en el sótano de
la casa (sótano muy peculiar, pues tenía una salida directamente a un
parquecito en la esquina de Lacret y estaba bien iluminado y ventilado,
aunque el acceso era por una escalera de caracol muy empinada, que su
propietario ya no podía recorrer) integrado por tres diminutas piezas.
Gay-Calbó fue amigo y colaborador de José Francisco Sariol, fundador de
Renacimiento (1910) y de Orto (1910), y también de José Manuel Poveda,
Regino Boti y Agustín Acosta. Fundó, con Pedro Henríquez Ureña, la
"Sociedad de Conferencias", y durante muchos años fue jefe de redacción
de la revista Cuba Contemporánea, donde además atendía muy solícitamente
la Sección Bibliográfica.
En 1925 publicó su folleto La América Indefensa que fue elogiado por
Julio Antonio Mella[9], y cuya originalidad ideológica le reclamó José
María Vargas Vila: tuve la oportunidad de leer la carta manuscrita
escrita con tinta morada, como era su costumbre, que le envió el
colombiano, de prosa tan peculiar y explosiva. Tuvo también un trato
estrecho con Enrique José Varona, con quien cruzó abundante
correspondencia.[10] A ambos temas le dediqué extensos artículos[11] en
Bohemia, cuando Gay-Calbó era un absoluto postergado, y que hoy no
aparecen en ninguna bibliohemerografía de la Isla, ni siquiera para
referirlos a Gay-Calbó. ¿Por qué será que no me asombro?
Aunque no perteneció al minorismo, estuvo muy vinculado con sus
integrantes y fue cercano a sus ideas. Fue también autor de varios
libros memorables como El cubano, avestruz del trópico (1939), o Isla de
Pinos, belga (1942), y su comentario sobre arte, El Bobo, ensayo sobre
el humorismo de Abela (1949); pero especialmente meritorios son sus
estudios referidos a Las banderas, el escudo y el himno de Cuba, luego
reunidos en un volumen, el cual fue editado y reeditado en 1946, 1956 y
1958, y contribuyó mucho a la formación cívica y patriótica de la
juventud cubana.
Por la extraordinaria generosidad y paciencia de Don Enrique y Doña
Alicia, en realidad mi misión de ordenar la biblioteca se dilató
bastante, contando con la risueña benevolencia de mis anfitriones.
Quienes sentimos los libros como una presencia familiar y entrañable,
entendemos que es una empresa ardua ordenarlos, pues basta verlos para
sentir la necesidad de abrirlos y leerlos; de tal suerte, que una tarea
mecánica como sería la de clasificar y colocar alfabética o
genéricamente los volúmenes en los libreros, se convierte
insensiblemente en un culposo, pero también delicioso acto de lectura
cómplice y múltiple. Pude leer así en la biblioteca de Gay-Calbó
(mientras la ordenaba), muchos libros que ya estaban totalmente
proscritos de los estantes oficiales y, por si fuera poco, con la
aprobación y los sabios comentarios de su propietario, revisar sus
manuscritos así como su correspondencia, y hasta los textos que
conservaba inéditos, conociendo mejor no solo a su autor y dueño, sino
sus amistades y colegas, es decir, toda una época que la política
cultural oficial quería ocultar y desvirtuar: los grandes autonomistas,
los pensadores liberales, los asombrosos eruditos isleños, las memorias
de las guerras de independencia… todos los libros (casi todos dedicados
por sus autores al historiador) fueron absorbidos con la avidez
esponjosa e insaciable de una mente de 20 y tantos años, para formar un
patrimonio intelectual irrevocable e inconfiscable: un verdadero festín.
Disfruté privilegiadamente de un curso de historia cubana dictado solo
para mí por uno de sus principales estudiosos. También debo señalar que
su rico archivo resultaba tan revelador como comprometedor, pues reunía
numerosos documentos que nunca podrían ver la luz en las condiciones que
ya padecía Cuba. En especial, la correspondencia que su esposa Alicia y
él sostuvieron con Manuel Urrutia Lleó, depuesto fulminantemente el 17
de julio de 1959, y quien permaneció asediado en su pequeña finca en las
afueras de La Habana, de donde solo salió para asilarse en 1961 en la
embajada venezolana, y luego en la mexicana, hasta que le otorgaron el
imprescindible salvoconducto para poder dejar el país en 1963, cuatro
años después de su destitución por vía televisiva: "el primer golpe de
Estado por televisión", como se ha dicho.
Aquel noble pero ingenuo magistrado, que como presidente de la Sala
Tercera de lo Penal de la Audiencia de Oriente, el 14 de marzo de 1957,
apoyado en el Artículo 40 de la Constitución de 1940, emitió su voto
particular exculpando a los acusados en la Causa Nº 67 de 1956, por los
sucesos relacionados con el alzamiento popular del 30 de noviembre de
1956 en Santiago de Cuba, y el desembarco del Granma el 2 de diciembre,
fue rápidamente desechado, ante el designio supremo y arrollador de
apoderarse del mando vitalicio en una Cuba esclavizada hasta hoy. El
probo jurista, después de su magnífico acto de dignidad, pudo jubilarse
de acuerdo con la ley, y recibir puntualmente la pensión correspondiente
durante el resto del gobierno de Batista, sin resultar molestado ni
perseguido. Al ser colocado en el poder por Castro, el 3 de enero de
1959, fue quien decretó la disolución del Congreso cubano, así como de
todas las autoridades anteriormente electas. El 7 de febrero de 1959,
con la manipulada Ley Fundamental (firmada por Urrutia), fue asesinada
la que un día se conoció como "revolución cubana". Cuánto remordimiento
y vergüenza sintió después en su amargo exilio, hasta que murió, siendo
un modesto profesor de español en un college de New Jersey: en política,
la ingenuidad es uno de los peores crímenes, y Urrutia fue quizá el
primero de una larga serie de cándidas víctimas, que llega hasta hoy.
A pesar de no mezclarse en los acontecimientos, a su hermana Alicia y su
cuñado Enrique los alcanzó el amenazante desdén del poderoso.
Arrinconado en su modesta casa, rodeado por sus libros y el afecto, no
se le permitió publicar más en Cuba al anciano historiador que un día,
muy joven, había denunciado al imperialismo y ayudado a los republicanos
españoles, manteniendo una vida recta e intachable. Como no se sometió a
prosternarse ante el nuevo dios triunfante, fue apartado de su vista y
apenas ahora, con la decadencia del que ocasionó su oscuro final
desdichado, apenas vuelve a escucharse tímidamente de él, quien decidió
pasar el resto de su vida en Cuba, a la que había dedicado siempre su
mejor y más puro esfuerzo, cantando sus símbolos y sus glorias, pero sin
entonar las alabanzas del nuevo tirano. Murió en su patria: más que
enterrado, fue sembrado, como una semilla de la Cuba que volverá a
levantar la frente después de esta larga noche de humillación y tristeza.
Se habla mucho de Óskar Schindler, así como del abnegado embajador
mexicano Gilberto Bosques, como protectores de perseguidos y exiliados
políticos, pero hay dos figuras cubanas todavía ignoradas que tuvieron
un desempeño ejemplar, uno en España y el otro en la Isla, para salvar
numerosos republicanos españoles: el aristócrata José María Chacón y
Calvo, desde la Legación cubana en Madrid, y en la Secretaría de Estado
de Cuba, el modesto Enrique Gay-Calbó, quien creó el expediente
salvífico llamado "Carnet de Tránsito", que fue el recurso expedito para
sacar con urgencia a muchos acosados por la represión. Apenas ha sido
mencionado: cumpliendo un deber filial, solo lo ha señalado su hijo, el
ingeniero Enrique Gay Urrutia (fundador de Radio Habana Cuba), quien
vive en la Isla y que en 2004 presentó una ponencia sobre el tema, que
recoge únicamente Jorge Domingo Cuadriello en su documentado libro El
exilio republicano español en Cuba (2009). Creo que el Gobierno español,
sobre todo en estos tiempos de Memoria Histórica, debería realizar el
acto de justicia que hidalgamente corresponde, y entregar a los
descendientes de Gay-Calbó la distinción de un "hombre justo entre las
naciones", como hacen meritoriamente los israelitas con quienes los
protegieron. Gay-Calbó ayudó sin esperar premio, pero tampoco olvido.
Hoy, apenas, casi vergonzantemente y eso solo desde 2013 —36 años
después de su muerte— la actual Academia de la Historia de Cuba concede
un Premio Nacional de Crítica Historiográfica que lleva el nombre de
Enrique Gay-Calbó; menos mal: algo es algo. Y muy recientemente, el 12
de julio pasado, en un acto presidido por Eusebio Leal Spengler, la IV
Graduación del Colegio Universitario de San Jerónimo de La Habana de la
Licenciatura en Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico y
Cultural, recibió el nombre del ilustre y sencillo historiador
preterido. No dudo que ambas hayan sido idea y acción del Historiador de
la Ciudad de La Habana y son, por tanto, para reconocer: Honrar, honra.
Pero esto resulta, a todas luces, insuficiente. ¿Cuándo tendrán la
dignidad de editar sus obras completas?
Gay-Calbó ejerció el estudio de la historia desde la trinchera de las
redacciones; y es que el periodismo resulta, como potencia, historia en
el futuro. Pues ¿qué fue primero: la nota o el dato? ¿el artículo o el
ensayo? En Cuba se dan tan bien maridadas a través de toda su
trayectoria nacional estas dos vertientes, que resulta muy arduo
separarlas para estudiarlas aisladamente. Ambos van, si no de la mano,
al menos una tras el otro: Martí, Piñeyro, Sanguily, Montoro, Novás
Calvo y tantos otros, son apenas colinas más destacadas dentro de una
cordillera dilatada e ininterrumpida.
La primera Academia de la Historia de Cuba fue fundada en 1910 y
abruptamente clausurada en 1959. Solo en 2010, un siglo después de haber
sido creada, decidieron "resucitarla", pero de modo muy distinto a sus
honrosos orígenes. La primera AHC era un ejemplo de diversidad
pluralista, donde convivían civilizadamente todas las doctrinas y credos
(basta revisar su nómina fundacional); la segunda, la actual, es la
pétrea representación de un obelisco monoideológico: es lamentable pero
entendible. Pero la historia con un solo ojo, no puede ver bien. Y hasta
debe tener, como el antiguo dios Jano, dos perfiles, uno mirando al
futuro y otro al pasado. Al considerar el nombre de Enrique Gay-Calbó
para prestigiar su Premio de Historiografía, la Academia de la Historia
de Cuba hace un pequeño acto de justicia y aporta un leve gesto para
establecer su credibilidad. Pero faltan muchos más.

[1] No he podido encontrar su fecha de fallecimiento: se agradecerá
cualquier informe al respecto.
[2] Revista Iberoamericana, Mayo de 1945.
[3] Anunciada Colón de Carvajal y Guadalupe Chocano, Cristóbal Colón:
incógnitas de su muerte, 1506-1902. Madrid, CSIC, 1992. p. 178.
[4] "Orestes Ferrara: intelectual y aventurero de armas tomar". Otro
Lunes, Nº 28, Año 7, Julio de 2013.
[5] "Orestes Ferrara y la contemporaneidad". Discurso de homenaje el 23
de enero de 2004 en el Koubek Center de la Universidad de Miami. En su blog.
[6] "Orestes Ferrara: un acercamiento a su política y pensamiento".
Cubaencuentro, 3 de Agosto de 2010.
[7] Semblanza en el blog The Cuban History.
[8] "La República de Cuba a la luz de las Memorias de Orestes Ferrara".
Penúltimos días, 4 de Mayo de 2009.
[9] A.G.A., "Enrique Gay-Calbó: Contra la injerencia norteamericana",
Bohemia. La Habana, A. 72, Nº 22, 30 de mayo, 1980, pp. 84-87. También
apareció, más extenso, en la Revista de la Biblioteca Nacional José
Martí (La Habana, A. 72, 3ª época, Vol. XXIII, Nº 1, enero-abril, 1981.
pp. 95-104), con el título "A cincuenta y cinco años de la América
indefensa, de Enrique Gay-Calbó".
[10] A.G.A., "Enrique José Varona: A los fundadores del mañana".
Bohemia, La Habana, A. 72, Nº 19, 5 de mayo, 1980, pp. 84-88. Debo y
agradezco la publicación en su momento tanto de este como del anterior
artículo, a la gentileza del amigo entonces jefe de la sección de
historia de la revista Bohemia, el historiador Pedro Pablo Rodríguez,
poco después absurdamente destituido, pues la policía política cubana lo
vinculó con la fuga del país de un importante comisario comunista de la
revista donde trabajaba, en la época de la colosal Huida del Mariel. Por
fortuna, ya ha sido revindicado y ocupa hoy una posición importante,
como la persona de bien que siempre ha sido.
[11] Véanse las dos notas anteriores, 9 y 10.

Source: Historiadores sin historia - Artículos - Cultura - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/historiadores-sin-historia-326250

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