En Cuba: contra la vida
agosto 8, 2016
Verónica Vega
HAVANA TIMES — Se dice que una imagen vale más que mil palabras. Se sabe
que el tiempo, implacable e irreversible, transforma todo lo vivo y
hasta lo aparentemente estático. Que donde único permanecen intactos los
rostros y cuerpos, las impresiones, y los escenarios de nuestra vida en
continua secuencia, es en la memoria.
Pero es inevitable que un lugar asociado a recuerdos felices, si se le
ve deteriorado, roto, olvidado, uno sienta que algo (o alguien) se burla
del valor del pasado, del esfuerzo y los recursos que requirió
construir, y de la alegría arrebatada a las generaciones presentes o
venideras.
En un artículo del diario Cubanet vi unas fotos del parque Lenin y del
Acuario Nacional que me recordaron estas hechas en mi presencia, de la
Piscina Gigante, de Alamar, una opción que en los 90 reemplazaba a la
playa, y nos libraba de las guaguas repletas y las molestias de la
distancia.
El mismo aplastante deterioro que duele, como si junto al óxido, la
suciedad y los escombros se remolcaran nuestras propias vivencias, se
pisotearan nuestras más preciadas nostalgias.
Se puede y se debe por lógico, aceptar el cambio, pero cuando se demuele
para construir, mejorar, permear cada rincón del pasado, con progreso.
En esta realidad surrealista de Cuba, las culpas se barajan, y los
culpables se escurren. Hay responsables visibles solo para el éxito.
Pero ¿qué cadena de acciones, decisiones, determina el abandono de
instalaciones recreativas que han sido parte de la infancia de varias
generaciones?
¿Por qué están en semejante estado el parque Lenin y el Acuario
Nacional? ¿Por qué se perdió esa Piscina Gigante, fuente de diversión
para niños, jóvenes, adultos y, supuestamente, solo la primera de unas
siete que serían construidas a lo largo de la costa?
¿Por qué en el parque José Martí, también en Alamar, no funcionan ya la
mayoría de los aparatos traídos con gran pompa de Tarará (otro lugar de
recreación arrebatado a los cubanos)?
Cuando paso por el cine de esta "Ciudad del Futuro", que lucía radiante
en los 80 con su bellísimo lobby acristalado, y hace años entregado a la
corrosión de los elementos, no puedo evitar acordarme de un señor que
conocí, fundador de Alamar y jefe de obra de sus instalaciones más
importantes, quien junto a esas brigadas de cascos blancos, impulsadas
por Fidel, confiaban en estar moldeando un mundo mejor para sus hijos.
"Ayer pasé por el cine y lloré", me confesó ese hombre. Le propuse
entrevistarlo y accedió, pero el día previsto para el encuentro tuvo que
ir al hospital, luego me enteré de que había vendido su casa y emigrado
a Estados Unidos.
Por una conversación casual de la que fui involuntaria testigo, supe que
el gobierno municipal de la Habana del Este, en diálogo con varias
iglesias protestantes, planteó a la misión cristiana la necesidad de
enfocar a los jóvenes en entretenimientos constructivos que los alejen
de hábitos perniciosos como la droga. La propuesta fue construir una
pista de patinaje para la que ya están disponibles todos los recursos,
solo falta la aprobación gubernamental.
Aun conociendo la larga y viscosa cadena de burocracia, uno llega a
preguntarse qué impide que se autorice la construcción de algo bueno,
útil, necesario. Algo que disfrutarán tantos.
¿Acaso hay algún eslabón roto en la cadena donde se diluye el flujo de
orden y mando?
Si la historia se cuenta por sus conquistas, también se revela por sus
derrotas. La apatía de los cubanos empieza con la contemplación de tanto
menoscabo, tantos indicios de omisión, de exclusión, que son la voz
inaudible donde se expresa el lugar que tiene la población para el Estado.
Ese lugar que se ve en las asambleas de rendición de cuenta, adonde los
suscriptores ya no quieren ir porque se sienten burlados, estafados,
porque sus continuos planteamientos reciben respuestas ambiguas o
sentencias lapidarias.
Cuando miro tantas obras entregadas a la demolición (no de una guerra,
no de un cataclismo natural, sino de esa mezcla letal resultante de la
pésima administración gubernamental, la densidad burocrática y la
desidia ciudadana), entiendo que justo aquí empieza la compulsión del
cubano por irse, por salir del estatismo de no poder decidir ni qué va a
pasar con los baches, la basura, la falta de alumbrado público, de
opciones de recreación. Es la necesidad natural de aspirar aire de
evolución, no de estancamiento. De ser parte de la vida, de lo que se
mueve, no de lo que se atrofia o se paraliza.
Source: En Cuba: contra la vida - Havana Times en español -
http://www.havanatimes.org/sp/?p=117441
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