Diez años, la mitad de nada
MIGUEL SALES | Málaga | 4 de Agosto de 2016 - 05:05 CEST.
Diez años son apenas un instante en la escala histórica, pero pueden
representar un periodo muy largo en términos políticos. En los regímenes
parlamentarios, por ejemplo, la mayoría de los mandatos presidenciales
son de cuatro o cinco años, de modo que un decenio equivale a dos
mandatos o incluso a dos mandatos y medio. Y lo normal es que en el
curso de esos años, el Gobierno rinda cuentas varias veces al parlamento
acerca de la labor que ha realizado.
La digresión viene a cuento por los comentarios publicados en los
últimos días acerca de la primera década de ejercicio de gobierno del
general Raúl Castro y los resultados de su gestión.
A finales de julio de 2006, Fidel Castro, aquejado de una grave
enfermedad, delegó todos sus poderes en su hermano menor y sus más
cercanos colaboradores. De la larguísima lista de cargos y funciones que
Castro I desempeñaba, Castro II heredó la jefatura del Consejo de
Estado, el Consejo de Ministros y el mando interino del Partido
Comunista (PCC), al tiempo que conservaba el control de las fuerzas armadas.
En un decenio de ejercicio del poder absoluto, tras haber sido el
segundo hombre del régimen durante medio siglo, el balance de la gestión
de Castro II puede resumirse en cinco puntos:
a) Restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos
b) Implantación de reformas económicas de escasa entidad
c) Cambios menores en el dispositivo de control social (comunicaciones,
salidas del país, etc.)
d) Incremento de la represión contra los grupos opositores
e) Aumento sustancial de la emigración.
De todas esas medidas, la reanudación de los vínculos oficiales con EEUU
es sin duda la de mayor alcance y más grave potencial para la Isla. La
reconciliación con EEUU, en los términos en que se produjo, constituyó
sin duda una gran victoria diplomática para el castrismo. La
confrontación permanente con Washington, mantenida por Castro I como
principal seña de identidad del régimen, sirvió para granjearle la
simpatía de millones de personas que, real o imaginariamente, se sentían
agraviadas por la política estadounidense. Incluso en sectores
conservadores y de extrema derecha de Europa se veía con agrado que Cuba
fuera algo así como un clavo en la bota del Tío Sam. Obama y Castro II
decidieron poner fin a la pugna en diciembre de 2014.
Al decretar que la estrategia de contención y aislamiento hacia Cuba
había fracasado, restablecer incondicionalmente las relaciones con La
Habana y abogar por el fin del embargo comercial, Obama otorgó la razón
al régimen cubano en el contencioso y reconoció que el papel de David
caribeño que Castro I había asumido ante el Goliat yanqui estaba
plenamente justificado. Según el razonamiento de Obama, el cambio de la
política estadounidense hacia Cuba induciría transformaciones económicas
y políticas que podrían a la Isla en el camino de la democracia y la
prosperidad.
Pero la extrema lentitud y superficialidad de los cambios económicos
permitidos en la Isla, y el recrudecimiento de la represión contra los
disidentes, ponen de manifiesto la endeblez de los argumentos del
Gobierno demócrata y el acierto de sus críticos. Obama renunció
unilateralmente a casi todos los medios de presión sobre La Habana y a
cambio sólo recibió vagas promesas de liberalización económica y lenidad
política. Hasta ahora, sus medidas han contribuido a legitimar y
reforzar al régimen de Castro II, sin mejorar las condiciones de vida la
población.
El rápido aumento de las salidas legales e ilegales y la llegada de más
de 50.000 exiliados a territorio estadounidense el año pasado son
pruebas fehacientes de la desconfianza que sienten los ciudadanos
cubanos hacia el gobierno que los oprime. El incremento de la represión
demuestra también que la política intolerante y discriminatoria del
castrismo, lejos de ser una consecuencia accidental de la confrontación
con EEUU, es consustancial a su naturaleza totalitaria.
La victoria de diciembre de 2014 también se le está agriando a Raúl
Castro, por las mismas razones. Pero, además, en su caso opera un factor
ideológico que agrava la situación.
El problema capital que afronta el nuevo/viejo Gobierno de La Habana es
que el comunismo cubano está minado por un virus mucho más patógeno que
la corrupción o la ineficiencia económica. Su fragilidad esencial
procede de la íntima convicción que comparten hoy millones de hombres y
mujeres —sobre todo los más jóvenes— de que están sometidos a un
sistema anacrónico, a un Estado que es un quiste histórico, carente de
proyecto de futuro e incapaz de suscitar ilusión o entusiasmo en la
ciudadanía. Todo el mundo sabe en Cuba que el porvenir traerá un grado
mayor o menor de capitalismo, pero que en ningún caso sería viable una
vuelta al integrismo estatista de los decenios de 1970 y 1980.
Si en esas condiciones de quiebra moral y económica el Gobierno todavía
consigue mantener el poder, es porque la tecnología moderna permite que
una minoría bien armada, organizada y dueña de todos los medios de
comunicación del país mantenga sometida a la mayoría, que carece de
medios para expresar y articular sus opiniones. Esa situación podría
cambiar si el descontento popular va en aumento y se genera una masa
crítica de opositores, capaz de exigir reformas de sentido
democratizador. En 1998, la oposición al régimen de Milosevic estaba
tan anémica y desunida como la cubana de hoy; dos años después le echó
un pulso en la calle a las fuerzas represivas y forzó la convocatoria de
elecciones libres, de las que el Gobierno salió derrotado.
Pero los movimientos históricos son sumamente lentos en comparación con
el raudo tránsito de la vida humana. "Veinte años no es nada", reza un
verso del célebre tango de Gardel y Le Pera. En esta óptica, los diez
años transcurridos desde el eclipse del Máximo Líder y la llegada al
poder del Líder Mínimo serían, pues, la mitad de nada. Nunca mejor
tangueado.
Source: Diez años, la mitad de nada | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1470230102_24341.html
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