sábado, 8 de agosto de 2015

La redefinición de la oposición después del 17 D

La redefinición de la oposición después del 17 D
Desde la oposición le piden reformas a un régimen que basa su política
en las reformas de su modelo
viernes, agosto 7, 2015 | Alexis Jardines Chacón

MIAMI – Próximamente, del 13 al 15 de agosto se celebrará en San Juan,
Puerto Rico, el Primer Encuentro Nacional Cubano. Es un evento que viene
preparando Cubanos Unidos de Puerto Rico hace ya algo más de 1 año y que
convoca a organizaciones de las dos orillas. Se intenta conseguir en
dicha reunión la unidad de lo diverso. Lo que sigue explora la
naturaleza de la diferencia y las bases sobre las que pudiera descansar
la unidad.

El peligro del reformismo.

Cuando el general Raúl Castro asumió el mando de la nación tras el
desmerengamiento de su hermano Fidel en el 2008 la oposición tuvo, hasta
cierto punto, que reinventarse. Una serie de medidas ―entre las que
destacaba la nueva ley migratoria― dejó temporalmente a los disidentes
sin asidero, toda vez que podían salir y regresar sin consecuencias al
país. Pero el lado explosivo de la medida-ley antes mencionada era otro:
los disidentes pronto estarían más volcados al exterior que hacia el
interior de Cuba. Y, naturalmente, no se hizo esperar una reacción en
los medios contra esa suerte de turis-disidencia.

La ausencia de una oposición política estructurada deja muy vulnerable
el activismo de la sociedad civil ante el impacto de las reformas
raulistas. Cuando la actividad opositora se reduce a un paquete de
demandas al gobierno vigente cualquier cambio que emprenda el régimen
podría sobrepasar las expectativas de la propia disidencia. Esta última,
por ejemplo, no estuvo preparada para asumir el reto del levantamiento
de las restricciones de viaje, mientras el gobierno revitalizó con ello
su paupérrimo capital simbólico.

Es un hecho que el cubano de a pie es más radical en sus convicciones
anticastristas que buena parte de los llamados opositores. Y resulta
cuando menos curioso que del lado de la oposición se le pidan reformas
del sistema a un régimen que basa su política en las reformas de su
modelo (de socialismo). La paradoja se soluciona cuando se cae en cuenta
que la lógica del reformismo es compatible con la disidencia, no así con
la oposición política.

El otro golpe demoledor vino de la mano del Presidente Obama. Buena
parte de los disidentes y activistas quedaron fuera de la sombrilla del
gobierno norteamericano, interesado ahora en aquellos que apoyan
incondicionalmente el proceso de normalización. Una gran campaña se
lleva a cabo ―tanto al interior como al exterior de Cuba― para vender el
esquema bitonal (negro/blanco) de lo que está aconteciendo. Pareciera
que no hay matices: quien no apoya el pacto Obama – Castro queda
automáticamente del lado del extremismo y la violencia, asociado al
constructo
ultraderecha-reaccionaria-y-sanguinaria-que-vive-en-el-pasado. Esta
tendenciosa y falaz manera de rotular no reconoce la corriente que
defiende la normalización, pero con condiciones. Antes bien, mete en un
mismo saco el amplio espectro de los que considera hostiles a los dos
gobiernos, desde los activistas de Estado de Sats hasta Vigilia Mambisa.

Los incondicionales se hacen pasar, en cambio, por gente abierta y
dotada de un rosario de virtudes: inclusivismo, espíritu de diálogo,
pacifismo y un largo etcétera. En suma, ellos se ven a sí mismos como lo
que se vende, lo que está de moda y a tono con los tiempos que corren.
Esta postura, que fructifica dentro y fuera del país, no parece mostrar
interés por el cubano de a pie. Su preocupación se focaliza en el ámbito
de las relaciones entre los gobiernos cubano y estadounidense, de tal
modo que solo les interesa la defensa ―moderada hacia el interior de
Cuba y a ultranza en grupos de presión, como CAFE― del diálogo con el
régimen cubano, enmascarada bajo la inocua idea de la no confrontación.
Y quede claro que cuando se habla de condiciones, desde el otro lado del
espectro opositor, se tiene en cuenta exigencias para el diálogo y el
acercamiento en general entre los gobiernos de Cuba y los EE UU y no de
las clásicas y estériles demandas al gobierno cubano que anteceden al 17
D, las cuales no trascienden la lógica del reformismo y que habría que
abandonar para dar pasos concretos en el espacio físico, por la misma
razón de no haber funcionado todos estos años de dictadura.

Mi pregunta, entonces ―acorde con la premisa sentada por el presidente
Obama― es: si lo que no funciona se cambia ¿por qué los incondicionales
de la normalización no salen a la calle a apoyar, al menos, las marchas
de las Damas de Blanco? Si Cuba cuenta con un pueblo mayoritariamente
anticastrista y el lado débil de la oposición se sabe que ha sido su
incomunicación con el cubano de a pie ¿por qué no ir discretamente casa
por casa a preparar a la gente para una consulta popular? Se trata de
acciones realmente opositoras que no requieren de fondos ni de inmolaciones.

¿Cuál es el peligro, en suma, del reformismo? Que viene delimitando un
frente en el que se borran cada vez más las fronteras entre oficialismo,
disidencia y oposición leal. En este escenario, la oposición real
resulta ser un estorbo.

La luz al final del túnel

Es obvio que los gobernantes que adoptan el modelo totalitario lo hacen
con el objetivo expreso de permanecer indefinidamente en el poder. Si
ello ocurre en un país como Cuba las probabilidades de cambio de
régimen, incluso a largo plazo, son mínimas. Hay un asunto cultural, en
este caso, que pasa factura. Personalmente, estoy convencido que si
Einstein resucitara y se parara en una esquina de La Habana, al cabo de
5 minutos tendría delante de sí a un par de individuos explicándole la
teoría de la relatividad. Estos tipos ―en el improbable caso que le
permitieran al genio argumentar sobre el asunto― terminarían
reprobándolo con el argumento de que "no sabe un carajo de física".

Luego viene el tema de la bodeguita, según lo califica un amigo mío:
ante cualquier sugerencia de colaboración cada cual hala para sí como si
de un asunto de supervivencia se tratara. Ya puede imaginarse cuán
difícil resulta unir disidencia, activismo y oposición alrededor de un
objetivo que trascienda las expectativas gremiales. Pero, aun el caso
que hagamos abstracción del tema antropológico-cultural, el principal
obstáculo seguiría en pie: ¿está usted interesado en la vigencia de un
régimen democrático o en democratizar al régimen vigente? Sea cual fuere
su opción nada conseguirá sin desmantelar el sistema de partido único.
Por consiguiente, el consenso ―si fuera posible― no debe construirse
sobre la base de objetivos reformistas.

En cualquier caso, a partir del 17 D las cosas se van haciendo más
claras y habrá que definir sobre qué bases un cabildeo a favor del
diálogo incondicional con la dictadura y una resistencia a trabar
contacto con el cubano de pie entra en la extensión del concepto de
oposición. En el año 2011 ―recién llegado al exilio― salí en defensa de
Estado de Sats ante unas acusaciones de Marta Beatriz Roque que tildaba
al proyecto de disidencia light y ponderaba la lógica heroica y de
barricada de la oposición tradicional. Las golpizas que no nos daban era
el argumento de peso que esgrimía la venerable opositora en nuestra
contra. Desde entonces, cada a uno a su manera se ha radicalizado. Yo,
que pensaba más como disidente, ahora lo hago desde el ángulo de la
oposición. Y no se trata de ironías del destino, sino que el tema cubano
es un GPS en constante relocalización: hoy Antonio Rodiles, líder de
Estado de Sats, es el que recibe las golpizas y no pocos opositores de
la vieja guardia miran a otro lado cuando las Damas de Blanco emprenden
su marcha cada domingo.

Personalmente, creo que las condiciones están dadas. El acceso al
espacio público, a la calle, está ahí delante de todos. No es una
quimera, no es un imposible. Si se es opositor se marcha junto a esas
bravías mujeres y se protege el espacio que ellas supieron conquistar
para todos nosotros. Espacio sagrado, porque es el único que realmente
tenemos y el único que pone en jaque a la dictadura. Si se es opositor
se busca el contacto con la gente, se va casa por casa ―como lo han
venido haciendo los testigos de Jehová en momentos mucho más difíciles―
con el propósito de hacerle ver a cada cubano la necesidad de poner fin
al sistema de partido único mediante una consulta popular. Si se es
opositor se trabaja por darle voz al pueblo, al cubano de a pie.

La combinación de estos tres factores pudiera ser la unidad de objetivo
que busca la oposición en la diversidad de sus formas, a saber: el
apoyo, mediante la presencia física, a las marchas dominicales; el
contacto individual y sistemático ―cara a cara― con la gente en los
barrios, las cuadras y los hogares a fin de que voten NO a la hegemonía
del PCC en la consulta popular del 2016 y; la consiguiente necesidad de
que el pueblo decida cómo y por quién debe ser gobernado mediante un
plebiscito. Esta línea y su respaldo mediático es lo que, en mi opinión,
define el campo opositor en Cuba tras las movidas del 17 D. Lo demás
también es necesario, pero no necesariamente opositor. Ergo, si esa
embajada que abrirá próximamente en La Habana limita sus contactos al
entorno reformista, sabremos entonces ―al menos en lo que al tema de
Cuba respecta― quién manda en Washington.

Source: La redefinición de la oposición después del 17 D | Cubanet -
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