lunes, 25 de marzo de 2013

Una mujer que Cuba necesita

Reflexiones de la Caimana: Una mujer que Cuba necesita
Publicado el Domingo, 24 Marzo 2013 17:54
Por Ramón Alejandro*

Para Yoani Sánchez

Un viejo conocido, cierto egipcio llamado Cozery, quien después de haber
muerto en un discreto anonimato finalmente parece que ha alcanzado
modesta fama como novelista en París, me vino a ver una tarde de otoño a
mi taller que por ese tiempo quedaba junto al poético Canal Saint-Martin.

A medida que pasaban las horas iba desgranando sus recuerdos de infancia
y juventud, tratando de explicarme con lujo de detalles en qué consistía
esa humanísima y muy pintoresca mentalidad del bajo pueblo cairota en la
cual había sido educado, tan rica en muy variados y coloridos personajes
como eran los protagonistas de su literatura, cuando de repente y sin
aparente explicación le sobrevino una sorprendente angustia.

Yo no tenía costumbre de encender las luces hasta que no estuviera bien
entrada la noche, ya que siempre me gustó saborear detalladamente ese
momento de la jornada, disfrutando al ver como esa tenue luz solar de
las zonas templadas de Europa se va haciendo poco a poco más débil hasta
no quedar más que un breve halo anaranjado en medio de un cielo turquesa
hacia el horizonte occidental.

Una pausada manera de despedirse

Como él sufría de estar ya bastante entrado en años, según me explicó,
parece que le sobrecogían esos instantes del final de cada jornada,
quizás porque le recordaba que el momento de despedirse de este mundo se
le iba acercando a semejante pausada manera. Encendí todas las luces que
tenía en mi pequeño taller para sosegarlo un poco, hasta que el viejo
Cozery retomó el interrumpido hilo de su conversación y me fue contando
de cierto amigo de infancia que a pesar de ser de origen tan humilde
como el suyo, había llegado a ser ministro en el gobierno egipcio
gracias a su extraordinario talento personal.

Resultó ser que en uno de esos frecuentes sobresaltos por los que suelen
pasar los gobiernos de nuestros países subdesarrollados, cayó en
desgracia y fue encerrado por unos meses en una cárcel, donde le
atribuyeron a un experto torturador a su exclusivo servicio para que
todos los días este "funcionario público" le infligiera algunos
vejámenes profesionalmente bien administrados y codificados, entre los
muchos que por lo general son practicados en ese país que goza de tan
añeja civilización, varias veces milenaria, una de las más antiguas de
esta ingeniosa especie humana a la cual pertenecemos todos.

Durante todos los meses que duró su desgracia política, el hacendoso y
concienzudo verdugo vino a verlo cotidianamente a horas fijas para
propinarle su torturita en cumplimiento de su función social, sin
excesivo celo, pero con seria aplicación, cumpliendo al pie de la letra
el contrato que como responsable empleado había libremente concertado
con su tan respetable como vetusta nación-Estado.

Petición del torturador

Llegó el momento en que se viró la tortilla política y una nueva
configuración de intereses personales, económicos y diplomáticos dio el
poder a otra facción más afín a las ideas de nuestro ex ministro de marras.

El socio volvió al poder y siguió tan campante su carrera política y
algunos meses después ni se acordaba de esos infaustos meses pasados en
chirona.

Hasta que cierto día recibió la solicitud de recibir personalmente en su
despacho de ministro al que antaño fuera su fiel torturador. Sin el
menor empacho, el verdugo le explicó que lo habían cesanteado por un
cambio de jefatura en la administración de esa cárcel, y le venía a
pedir trabajo, pues en las condiciones en que se hallaba no podía
alimentar a su numerosa familia.

El generoso Ministro le dio un empleo consecuente a sus talentos y todos
fueron felices por muchos años más, junto a esas deliciosas orillas
rodeadas de palmeras datileras de aquel legendario río Nilo.

Cuentan que estando preso Mahatma Gandhi, que bien merece su nombre de
Mahatma (significa Gran Alma en sánscrito), se enteró de que el
Comandante General del las fuerzas británicas en la India, quien había
tenido la responsabilidad de haberlo hecho meter en esa celda de
presidiario en la que cumplía su injusta condena, sufría por tener que
usar unas botas que tenían tremendos huecos en las suelas.

Lecciones de Gandhi

Gandhi aprovechó algunas horas de su larga detención para confeccionarle
a su estimado esbirro un flamante par de botas nuevas con una suela en
perfectas condiciones y evitarle las molestias de seguir sufriendo más
con su viejo par de botas. El hombre se puso tan orgulloso con este
regalo que el resto de su vida se la pasó mostrando -a quienquiera que
quisiera prestarle atención- sus botas nuevas hechas por nada menos que
el liberador de la India, la tierra donde surgió hace muchos miles de
años esa civilización que tan fuertemente ha inspirado, tanto como
nuestra Grecia Clásica, a la filosofía universal.

Si en estos momentos me permito distraerlos de la siempre agitada
actualidad cubana contándoles estas dos aventuras orientales, es
sencillamente porque al escuchar las palabras de Yoani Sánchez sobre
nuestra siniestra realidad actual, me pareció sentir los ecos de una
sabiduría muy antigua que surgían de la boca de esta admirable mujer.

Cuba también puede producir grandes almas, aunque nosotros no las
llamemos Mahatmas. No hay ninguna duda que esta mujer tiene algo que nos
hacía mucha falta. Denle ustedes el nombre que quieran darle.

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que
publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

http://cafefuerte.com/cuba/noticias-de-cuba/sociedad/2712-reflexiones-de-la-caimana-una-mujer-que-cuba-necesita

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