Payá, Carromero
La recurva de Carromero
Carromero tiene la oportunidad de consagrarse esta primavera, si acude a
los tribunales españoles en busca de justicia, y para validarse de paso
como joven político de talla
Arnaldo M. Fernández, Miami | 20/03/2013 11:54 am
Las últimas declaraciones —por ahora— de Ángel Carromero distan mucho de
ser «una broma de mal gusto de la derecha europea». La derecha española
en el poder convalidó jurídicamente la versión oficial del gobierno
cubano sobre la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero en accidente de
tránsito —o de tráfico, como se dice en España— por culpa de Carromero.
Al revirarse por sí mismo contra esta convalidación de su enjuiciamiento
penal en Cuba: «No sólo soy inocente, yo soy una víctima más», Carromero
trasciende como prueba viviente de que la dictadura castrista se
descompone sin remedio por debacle vergonzosa de su aparato represivo.
Ya pasaron los tiempos en que la Seguridad del Estado rodaba a los
agentes del FBI —de visita en La Habana a mediados de 1998— los videos
de seguimiento a Luis Posada Carriles en El Salvador, que obligaban a
preguntarse por qué no acababan de matarlo. Un agente respondió a la
periodista Ann Louise Bardach: They'll never get better propaganda than
Luis Posada.
A diez años de que Oswaldo Payá presentara su Proyecto Varela y hablara
en La Habana con el expresidente Jimmy Carter, luego de abstenerse de
encarcelarlo en la Primavera Negra y dejarlo salir del país para que se
viera hasta con el Papa en Roma, la Seguridad del Estado montó el
operativo de seguir a Payá desde La Habana y asesinarlo 675 kilómetros
después con doble chapucería: a la entrada, perpetrando una acción
criminal en la cual no se sabe de antemano quiénes van a morir, y a la
salida: dejando sobrevivientes para que algún día echaran el cuento.
La debacle se agudiza porque la policía política había incurrido antes
en la misma chapuza de impactar con otro el auto en que viajaba Payá,
esta vez junto a su esposa por la Avenida de Rancho Boyeros. El Jefe de
Operaciones del G-2 no lee ya los partes del chequeo policial rutinario
que refieren a Payá en bicicleta por El Cerro. Ni siquiera se le ocurrió
un hit and run mucho más seguro al venir Payá pedaleando por una de las
vías con mayor índice de accidentes en La Habana: la Calzada de
Ayestarán, o en alguna bocacalle de acceso al Parque Manila.
Ya no tiene cabida la versión light del operativo chapucero en paraje
rural cerca de Bayamo: que un chofer del G-2 o de la policía era tan
imperito que perdió el control del vehículo en misión de rutina e
impactó por descuido el coche Hyundai en que iban Paya, Cepero y dos
políticos europeos: el español Carromero (Nuevas Generaciones del
Partido Popular) al volante y a su lado el sueco Jens Aron Modig (Liga
Juvenil Cristiano-Demócrata).
La hija de Payá declaró que el Hyundai «fue intencionalmente golpeado
por detrás por otro auto, pero este golpe no ocasionó la muerte a
ninguno de los pasajeros». Así que remataron o dejaron morir a los
cubanos, pero dejaron vivitos y coleando a los extranjeros. Y para colmo:
Según el propio Carromero, entrevistado por The Washington Post, lo
metieron en «una furgoneta moderna» y —en vez de liquidarlo
profesionalmente allí mismo sin dejar rastro— lo llevaron a un hospital
para ponerle «una línea intravenosa».
Así quedó «medio sedado», pero seguirían inyectándole algo tan
misterioso que hasta hoy «sigo teniendo grandes lapsos de memoria», esto
es: algo que por efecto a tan largo plazo podría detectarse en análisis
toxicológico nada más que llegara a España.
Nada más se ocupó en el operativo que el celular de Carromero,
quien pudo entonces «utilizar el teléfono móvil de Aron mientras
estuvimos juntos en el hospital».
Aunque andaban en trajines de la disidencia, la Seguridad del
Estado dejó salir del país a Modig primero y después a Carromero, sin
tener control alguno sobre ellos.
Ni siquiera instruyeron la causa de Carromero en el Departamento de
Seguridad del Estado (Villa Marista), sino en 100 y Aldabó (Departamento
Técnico de Investigaciones) con instructor policial que amenazó de
muerte a Carromero, a sabiendas de que por ley tendría asistencia
consular y una queja del cónsul español al MINREX hubiera provocado
escándalo de vigueta Cuba-España sin dar opción para cumplir la amenaza.
Así mismo forzaron a Carromero a confesar ante las cámaras al
estilo de la televisión premoderna: con un policía en «la esquina
derecha» desempeñando función de chuletero al sostener un cuaderno con
la versión oficial escrita que Carromero debía leer. Ya pasaron los
tiempos en que las confesiones salían al aire después que el acusado
aprendía el libreto de memoria y lo ensayaba dos o tres veces.
La consagración de la primavera
Además de testigo excepcional de doble asesinato, Carromero es víctima
de otro crimen flagrante de la dictadura totalitaria castrista en contra
de la letra de su propia constitución: «No se ejercerá violencia ni
coacción de clase alguna sobre las personas para forzarlas a declarar»
(Artículo 59). Ahí está el video como prueba concluyente: «Mi cara y mi
ojo izquierdo están muy hinchados, y yo hablo como si estuviera
drogado», subrayó Carromero al WaPo.
También describió el maltrato cruel e inhumano a la espera de juicio:
«en régimen incomunicado, sin poder ver la luz del día [y] entre las
cucarachas hasta que me pusieron en la celda de la enfermería (…) Un
chorro de agua caía desde el techo una vez al día, el inodoro no tenía
tanque y se podía usar solo cuando tenías un cubo de agua para tirárselo
después a la taza. La celda estaba llena de insectos que me despertaban…»
Tanto abuso provocó que Carromero se olvidara de que era Licenciado en
Derecho y así guardó silencio no solo ante el cónsul español, sin
también ante sus abogados, que podían ser agentes del G-2, pero como
España pagaba el servicio podrían haber buscado la absolución con el
simple alegato del hit and run sin enredarse con que detrás de estos
hechos está el G-2.
Last, but not least, Carromero dejó para después su «valiente homenaje a
los principios de Payá» —como reza ahora en editorial de WaPo—
tragándose la lengua ante los jueces: «El juicio en Bayamo fue una
farsa, para convertirme en un chivo expiatorio, pero tuve que aceptar el
veredicto sin solicitar apelación para tener una mínima posibilidad de
salir de aquel infierno».
Ni siquiera se percató de que el Convenio entre el Reino de España y la
República de Cuba sobre Ejecución de Sentencias Penales (1998) se aplica
por mera condena, dígase lo que se diga en juicio. Carromero dejó pasar
esta oportunidad para el heroísmo y a la postre cayó en trance de
conciencia: «No merezco ser considerado culpable de homicidio
involuntario, y, sobre todo, yo no podría vivir siendo cómplice con mi
silencio».
Tal conjunción ofrece ahora a Carromero la oportunidad de consagrarse
esta primavera yendo a los propios tribunales españoles en busca de
justicia y para validarse de paso como joven político de talla, que
viajó a la Isla a «dar su apoyo al pueblo cubano, porque admiro a los
defensores pacíficos de la libertad y la democracia como Oswaldo [Payá]».
The WaPo se equivoca de plano con que «la única acción apropiada en este
caso es convocar a una investigación internacional». Sólo por ignorancia
o hipocresía puede instarse a dar apoyo «la familia Payá en su justa
demanda de una investigación independiente y [dejar] que este pobre
chico [Carromero] siga su camino». Ya han pasado los tiempos de muchas
cosas, pero no de olvidarse de que, frente al Pentágono entero en
zafarrancho de combate, Castro se plantó con que NADIE vendría a Cuba a
inspeccionar in situ.
La única acción apropiada en este caso fue cantada ya por la derecha
española en el poder. El canciller español José Manuel García-Margallo
declaró que Carromero «haría bien en ir a un tribunal». Este pobre chico
tiene que seguir su camino hasta la Audiencia Nacional (Madrid), donde
la tradición de justicia mundial pervive más allá del juez Baltasar
Garzón. La pura verdad de Carromero trasciende a su propia causa penal
porque desmiente al «mayor Sánchez», de la policía castrista, quien
notificó la muerte de Payá a la viuda con el eslogan de que «la
revolución no asesina». Se sobreentendía «si no vale la pena», esto es:
si los occisos no son útiles después de muertos para el propio régimen,
pero Carromero es la prueba viviente de que la revolución asesina ya a
unos por gusto y deja vivos a otros para que larguen el cuento.
Coda
El mensaje crucial de Modig: «Dice Ángel que un carro lo empujó fuera de
la carretera», coincide con el relato de Carromero publicado en el WaPo:
«La primera persona que me habló fue una oficial uniformada del
Ministerio del Interior. Le dije que un auto había chocado nuestro
vehículo por detrás, haciéndome perder el control. Ella tomó notas y, al
final, me dio mi declaración para que la firmara (…) Cuando me
interrogaron sobre lo que pasó, les repetí lo que le dije a la oficial
que originalmente tomó mi declaración».
Si la debacle del aparato represivo castrista anda ya por montar un
operativo de asesinato político extrajudicial tan chapucero cerca de
Bayamo, en Madrid la dictadura de Castro jamás podrá dar los cuantos
jurídicos de prueba para demostrar que la otra parte del relato de
Carromero: «Luego vino un señor que se identificó como un experto
gubernamental, quien me dio la versión oficial de lo ocurrido»,
corresponde al pasaje en que Carromero se partió bajo el peso de las
diligencias de instrucción policial, que destruyeron la versión con que
había reaccionado instintivamente para zafarse de la culpa por el
accidente de tránsito o mejor, de tráfico, como se dice en España.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-recurva-de-carromero-283552
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