viernes, 22 de marzo de 2013

Anticastrismo totalitario

Intercambio, Exilio, Miami

Anticastrismo totalitario

¿Hasta cuándo se va a escuchar el mismo argumento de la comparación
fácil con el régimen de La Habana? Si Cuba censura, ¿por qué nosotros
vamos a hacer lo mismo?
Alejandro Armengol, Miami | 21/03/2013 9:06 am


El pecado original de algunos exiliados anticastristas es que no son
verdaderos demócratas. Frente al régimen de La Habana, gracias a las
semejanzas que en ocasiones acompañan a los contrarios, encuentran su
definición mejor. Ocurre en Miami y también en otros lugares. Además de
una vocación caudillista que nunca los abandona, se aferran a tácticas y
puntos de vista caducos. Su ideal es ejercer el monopolio del
pensamiento opositor y viven en un mundo donde la guerra fría no ha
terminado. Este tiempo detenido puede que les llene de esperanza —desde
un punto de vista existencial—, pero solo contribuye a que su visión de
la Isla tenga validez en círculos muy reducidos: una casa, una cuadra,
una Calle Ocho, algunos comentarios entre conocidos o en el intercambio
nostálgico y belicoso entre pastelitos, tazas de café cubano y, en el
mejor de los casos, algún habano que en realidad es dominicano.

Ese afán por aferrarse al pasado hace que sean los únicos herederos de
la política de Washington en la época de Eisenhower y los hermanos
Dulles, cuando era preferible un tirano anticomunista a un gobierno
progresista. La época que propició la existencia de Odría, Rojas
Pinilla, Pérez Jiménez, Trujillo, Somoza, Stroessner y Batista.
Mentalidad que luego los llevó a apoyar a Pinochet y Fujimori, sin
olvidar otras diversas dictaduras militares de un pasado más o menos
reciente y una melancolía fervorosa por la España de Francisco Franco.

A esta estrategia de los años cincuenta del siglo pasado se ha unido la
paranoia de algunos ex, que durante décadas se han incorporado al
exilio, y que al tiempo que se identifican con el pensamiento de sus
antiguos enemigos, son incapaces de librarse de la lógica del partido:
dedicados ahora a aplicarla en la dirección contraria.

La tendencia hacia el totalitarismo es visible en el interés por anular
toda opinión contraria y ejercer la censura en bibliotecas, escuelas,
periódicos, revistas y sitios en internet; también en la incapacidad
para admitir la independencia de poderes y en una voluntad empeñada en
imponer sus criterios. Imposible que las ideas democráticas estén a
salvo entre quienes no son demócratas.

El anticastrismo totalitario sueña a diario con la muerte de Fidel y
Raúl Castro. La imagina semejante a la partida de Batista de la Isla.
Muere el dictador, o los representantes de una tiranía con dos cabezas,
y el reloj da una marcha atrás vertiginosa. Incapacitado frente al
futuro y prisionero en la arcadia del presente, solo le queda mirar al
pasado.

Por supuesto que Cuba cambiará a la muerte de los hermanos Castro. Lo
insensato es negarse a ver la realidad de que está cambiando ya. ¿Cómo y
cuándo? Ni en la forma que muchos esperaban ni tan rápido como se desea.
Pero no hay que sentir temor a reconocer que el país no es el mismo que
hace unos años atrás. No por voluntad de sus gobernantes sino porque el
tiempo, la biología y ese desarrollo vago e incierto, que a veces se
llama historia y otras destino, terminan por imponerse. Sin embargo,
ante la falta de respuestas precisas o agradables, algunos prefieren
refugiarse en la fantasía.

Los que solo se preocupan por echar a un lado las opiniones contrarias y
mirar hacia otro lado, frente a una nación que lleva años
transformándose para bien y para mal, no tienen grandes dificultades en
Miami. La radio del exilio y algunos programas de televisión siguen
alentando rumores y dedicando su espacio a satisfacer el odio, la
venganza y las quimeras de quienes entretienen su vida con fábulas y
sueños torpes.

Este atrincheramiento se justifica en frustraciones y años de espera,
pero ha contribuido a brindar una imagen que no se corresponde con la
realidad de esta ciudad. Por décadas, un sector del exilio miamense se
ha identificado con las causas y los gobiernos más reaccionarios de
Latinoamérica. Al contar con los medios y el poder para destacar estas
posiciones, no solo se han manifestado en favor de las más sangrientas
dictaduras militares, sino defendido y glorificado a quienes colaboraron
con estos regímenes, incluso en los casos de terroristas condenados por
las leyes de este país.

En un intercambio de recriminaciones y miradas estereotipadas, en muchos
casos la prensa norteamericana se ha limitado a mostrar las situaciones
extremas y destacar las acciones de los personajes más alejados de los
valores ciudadanos de este país. Al mismo tiempo, los exiliados han
observado esa visión con ira y rechazo, pero también con un sentimiento
de reafirmación.

Entre la intransigencia y la tolerancia

Ni Miami es siempre tan intransigente como la pintan, ni en ocasiones
tan tolerante como debiera. Olvidar que es una ciudad generosa con
exiliados de los más diversos orígenes resulta una injusticia.

Quizá la clave del problema radica en esa tendencia a los extremos que
aún domina tanto en Cuba como en el exilio, donde falta o es muy tenue
la línea que va del castrismo al anticastrismo, palabras que por lo
demás sólo adquieren un valor circunstancial.

De esta forma, ser de izquierda en esta ciudad se identifica con una
posición de apoyo a Castro, mientras que los derechistas gozan de las
"ventajas" de verse libres de cualquier sospecha.

No importan los miles de derechistas, reaccionarios y hasta dictadores
de ultraderecha que en Latinoamérica, Europa y el resto del mundo se han
manifestado partidarios del régimen de La Habana y colaborado con éste.
En Miami estas distinciones no se tienen en cuenta.

En igual sentido, cualquier posición neutral o de centro es vista con
iguales reservas. Resulta curioso que mientras en Cuba se ha perdido
parte de esta retórica ideológica —no en la prensa oficial pero sí en
las opiniones cotidianas y en puntos de vista no gubernamentales aunque
tampoco oposicionistas—, aquí nos mantenemos anclados en nuestro fervor
"anticastrista".

El problema con estos patrones de pensamiento es que resultan poco
útiles a la hora de plantearse el futuro de Cuba. La figura de Fidel
Castro —no importa si se lo ve débil y enfermo o sano y relativamente
vigoroso— actúa como un espejo en que aún reflejamos nuestras acciones y
actitudes. En realidad, es un espejismo.

Cierto, las conclusiones del momento son que poco o nada cambiará en
Cuba hasta su muerte, e incluso hasta la de su hermano menor. Pero
confundir un paréntesis con un objetivo final resulta engañoso y fuente
de errores y desdichas. Tampoco hay que descartar por completo que este
escenario se transforme por múltiples factores, y que el cambio social y
político se vea acelerado y no dependa exclusivamente del factor biológico.

Ignorar el debate

Los cubanos nos hemos destacado en agregar una nueva parcela al
ejercicio estéril de ignorar el debate, gracias a practicar el
expediente fácil de despreciar los valores ajenos. Aquí y en la Isla nos
creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como
si sólo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos.

El encuentro de la diversidad de criterios ha quedado pospuesto. La
apuesta reducida al todo o nada. Antes que discutir o aceptar
diferencias, abogar por la uniformidad. Mientras tanto —y gracias al
apoyo de diversos gobiernos en Washington, tanto demócratas como
republicanos, ajenos a los verdaderos problemas de Cuba y poco deseosos
de encontrar soluciones reales— se han reafirmado los cotos cerrados. La
política de plaza sitiada alimentando discursos en La Habana; en Miami y
Madrid complaciendo las frustraciones de televidentes, radioescuchas y
lectores del exilio, aferrada en apoyar emocionalmente a una comunidad
que en buena medida ya se resiste a esa retórica gastada.

Una de las peores consecuencias de esta política cerrada —y también
errada— ha sido la divulgación de una imagen de Miami donde impera una
especie de estalinismo de café, y en que determinados círculos defienden
la politización del arte con mayor furor que en la época nefasta del
realismo socialista. "Dentro de Miami, todo. Fuera de Miami, nada"
parece ser la consigna.

Para agravar aún más la situación, los que la practican se equivocan en
lo que —con otros argumentos y una exposición menos estrecha— habría que
aceptar como válido en buena medida, y defienden con falsedades lo que
en ocasiones es cierto.

Quienes para criticar al totalitarismo no encuentran argumentos mejores
que la repetición de valores y estrategias caducas no hacen más que
favorecer al sistema que pretenden atacar, sin otra arma que la
tergiversación y la añoranza de un pasado irrepetible.

En Miami siempre han estado desvirtuadas las actitudes de
"confrontación" y "acercamiento", ya que no ha sido posible el
desarrollo de un grupo que postule la no confrontación desde una actitud
que sea al mismo tiempo anticastrista y antireaccionaria. Este
anticastrismo no se asume en el sentido tradicional de la beligerancia
contra los centros de poder asentados en la Plaza de la Revolución, sino
en uno más amplio, de desacuerdo fundamental con el estilo de gobierno
imperante en la Isla. No por falta de un fuerte rechazo al régimen
imperante en Cuba, sino por la necesidad de marcar distancia con una
agresividad vocinglera que puede tener diversos objetivos, pero se
limita al papel de brindar la peor imagen de un exilio cavernícola y
fanático.

El acercamiento a la realidad cubana, por otra parte, ha sido
desvirtuado a través de los años, en muchos casos reducido a la
categoría de complicidad ⎯o peor, de colaboracionismo⎯ y encerrado en un
cuarto donde el gobierno cubano dicta las pautas y solo escucha lo que
con anterioridad ha dejado en claro que quiere escuchar. Luego, a veces,
añade un brindis con mojitos.

Por décadas, el maniqueísmo de La Habana ha definido la dicotomía en
Miami. El simple hecho de ser simpatizante o miembro del Partido
Demócrata resulta sospechoso; si además uno está en contra del embargo
se arriesga a ser declarado un peligro para la comunidad y si a todo
esto se añade que apoya los contactos entre quienes viven a aquí y allá,
se gana un puesto en la lista negra.

Pero cuando se mira al otro bando el panorama es aún más desolador.
Quienes denuncian la intolerancia del exilio, desde una posición cercana
a Cuba, son a su vez igualmente intolerantes. La llamada radio
alternativa de esta ciudad es incapaz de la menor crítica hacia el
gobierno de los hermanos Castro, y se limita a repetir ⎯o incluso a
exagerar⎯ el discurso de La Habana.

Triste el hecho de abandonar Cuba para convertirse en caja de resonancia.

Dicotomía y esperanza

Si una parte del exilio de Miami se empeña en identificarse con las
causas más reaccionarias y glorifica a terroristas que nunca han pagado
por sus crímenes, en igual sentido otro sector critica esa situación,
pero se niega a denunciar también los crímenes y la represión del
régimen castrista, aplaudió los disparates de Chávez y continúa
ensalzando a Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, Cristina
Fernández y otros personajes de la opereta latinoamericana.

Lo que es peor, esos que gritan denuncias sobre la falta de libertad de
expresión en esta ciudad, se niegan a salir en defensa de los disidentes
encarcelados, condenar las violaciones de los derechos humanos en la
Isla o rechazar la permanencia en el poder de los hermanos Castro. Para
ellos, nada es más fácil que recordar los crímenes de Pinochet y Videla
y olvidar los de Castro.

Lo lamentable ⎯y que al mismo tiempo hace perder las ilusiones⎯ es que
pese a indicios aislados, la dicotomía entre anticastristas y
simpatizantes de Castro continúa dominando el panorama, no sólo en esta
ciudad sino en la nación y muchos otros países. Pese a cambios
demográficos, la llegada de nuevos exiliados cada año y el desgaste del
Gobierno cubano, las discusiones vuelven una y otra vez no sólo al todo
o nada, sino a la política de avestruz recíproca.

Ese exigir una definición en blanco y negro se hizo práctica común en
Cuba después del triunfo de Fidel Castro. Por un tiempo ―por demasiados
años― el exilio adoptó este principio no solo como táctica: fue su razón
de ser. Las frecuentes llamadas a no ofender el "dolor del exilio" no
han resultado más que advertencias claras a no cuestionar el "poder del
exilio". Lo curioso es que muchos partieron hacia Estados Unidos
precisamente ―entre otros motivos― para abandonar esa rigidez. Por ello
el mejor ―y quizá único― cambio introducido en la naturaleza política de
Miami, por las nuevas generaciones de exiliados, es el rechazo a
subordinarse a esa inquisición versallesca.

¿Perdura hoy en día en Miami ese intentar definir cualquier actividad,
desde oír música en la radio hasta asistir a un cabaret, bajo el rigor
ideológico? Perdura sí, pero no avanza. Estamos en las antípodas del
régimen castrista. Si en La Habana quienes están al mando prefieren
anquilosar el sistema como única forma de sobrevivir, aquí el avance es
indetenible.

El ejemplo judío

Escribe Hannah Arendt sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén que
el "error básico" del proceso fue que "los judíos querían arrojar toda
su pena al mundo", aunque "por supuesto ―añade―, habían sufrido más que
Eichmann".

Para los exiliados cubanos la lección es doble. Primero porque muchos
evocan el sufrimiento del pueblo judío mediante una comparación
ridícula. De una manera ofensiva, tanto para Israel, Cuba y el exilio,
se consideran los iguales de quienes sufrieron o incluso perdieron la
vida en los campos de la muerte. En segundo lugar, porque es una
advertencia contra la demagogia.

Desde hace años se adulteran en Miami una serie de conceptos vinculados
a la historia y la realidad del pueblo judío, entre los cuales el
Holocausto es uno, pero no el único. Esta maniobra, donde intervienen
tanto la ignorancia como la mala intención, se lleva a cabo de forma
impune. Ello implica que se tergiverse tanto la historia cubana como la
hebrea.

Se desconoce la existencia de diferentes opiniones en Israel, y la
tolerancia al respecto, pese a ser un Estado en guerra desde su
fundación. Si bien al respecto se ha producido un cambio negativo en los
últimos años en Israel, aún a estas alturas la realidad en ese país está
lejos de esta versión que se quiere brindar aquí, como si la opinión
entre los hebreos y el gobierno israelí fueran algo monolítico. La
última elección celebrada así lo demuestra.

Por supuesto que se desconoce y omite también cualquier referencia al
pensamiento socialista dentro de Israel, y sólo se ven los aspectos
religiosos y familiares cuando se trata el problema judío.

La tolerancia israelí, que en el propio Israel permite manifestaciones
contrarias, se desconoce. Se destaca únicamente la labor de la Liga
contra la Difamación y casi a diario se oye decir o se escribe: "Si
fuéramos judíos (los cubanos) no podrían decir esto en contra de
nosotros", cuando en la realidad es que no solo en el resto del mundo,
sino en el propio Israel, cotidianamente se expresan criterios contarios
al pensamiento sionista.

Otro argumento socorrido al tratar este tema es apoyar unas
restricciones con otras.

Justificación ajena

Quienes defienden que artistas de la Isla no puedan actuar en Miami
argumentan con frecuencia que músicos del exilio no se escuchan en la
radio cubana. Curioso eso de tener que acudir al enemigo a falta de una
explicación mejor. La censura en Cuba como la justificación perfecta
para ejercerla en esta ciudad. En vez de condenar ambas, establecer una
relación simbiótica malsana. El anticastrismo como la etapa final del
totalitarismo.

Al mismo tiempo, y en un sentido general, tanto en Estados Unidos como
en Europa, dos tendencias definen las reacciones de la diáspora —el
exilio en su acepción más amplia— ante los artistas e intelectuales
procedentes de Cuba, que viajan al exterior a participar en cursos,
conferencias y seminarios. Una es de un franco rechazo, de oposición
abierta, de desprecio y odio. La otra es la búsqueda de un espacio
abierto que permita el encuentro.

Las dos responden a actitudes y puntos de vista opuestos, pero en el
caso de Europa, con frecuencia ambas se manifiestan libremente en
actividades patrocinadas por diversas instituciones. Cuando ocurre una
actividad en que coinciden invitados de Cuba y el exilio, cada cual es
libre de participar según su deseo, intereses y circunstancias específicas.

Lo que sigue vigente en la mente de algunos anticastrista —no importa si
viven en Estados Unidos, especialmente en Miami, o en otros países— es
un legado no solo de la guerra fría sino de los tiempos recientes del
expresidente George W. Bush, cuando con respecto a la situación cubana
se intentó ejercer el monopolio del pensamiento opositor, vivir en un
mundo donde esta guerra fría no había terminado. Este tiempo detenido
puede que por algunos años llenara de esperanzas a un grupo de electores
en Miami, pero al final se ha demostrado que con esa visión se lograba
caminar alegremente por la Calle Ocho, pero no conquistar los votos
suficientes para ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Aun no es posible que Willy Chirino pueda dar un concierto en La Habana.
Tampoco en la Isla se ha realizado el merecido homenaje a Celia Cruz.
Bebo Valdés no ha recibido en la prensa oficial el tratamiento que
merece. Es más, se ha omitido su nombre en las diversas ocasiones en que
ha sido premiado. Tampoco a Guillermo Cabrera Infante y otros escritores
se les reconoce oficialmente —de forma cabal y sin recurrir al ejemplo
de publicaciones aisladas— el lugar que ocupan en la literatura cubana y
mundial. Son algunos ejemplos, hay muchos más. Pero no es necesario
convertir este artículo en un inventario de deudas. Este inventario ya
existe y es la realidad del país. Y bien, ¿debo convertir mis quejas en
otro inventario, esta vez de omisiones?

¿Hasta cuándo se va a escuchar el mismo argumento de la comparación
fácil con el régimen de La Habana? Si Cuba censura, ¿por qué nosotros
vamos a hacer lo mismo? Si los cantantes de Miami no pueden actuar en la
Plaza de la Revolución, ¿debemos permitirle pasearse por las calles de
Miami a quienes viven en Cuba y al regreso hacen declaraciones a favor
del régimen?

Sí, y por una razón muy simple: quienes vivimos en esta ciudad estamos
hasta la coronilla de censores y no queremos uno más. Si a usted le
disgusta que el intercambio cultural sea en un sólo sentido, tiene todo
su derecho a expresar su criterio. Pero si al mismo tiempo, por esa
limitación quiere suprimirlo o se pone de parte de los censores, pues
sencillamente no ha entendido lo que es vivir en democracia. O lo que es
peor, por conveniencia económica o no apartarse del redil se pone de
parte de quienes actúan igual que sus supuestos enemigos. En este
sentido, solo merece el desprecio más absoluto de quienes realmente
valoran lo que significa tener la libertad de expresar un criterio propio.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/anticastrismo-totalitario-283561

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