sábado, 23 de marzo de 2013

Aceite y vinagre

Aceite y vinagre
Viernes, Marzo 22, 2013 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Hablar seriamente sobre la
posibilidad de que las fuerzas armadas actúen como pivote para la
apertura política en Cuba, es, en el mejor de los casos, una
extravagancia. Las pruebas para la inviabilidad de esa propuesta ni
siquiera hay que buscarlas en la Historia, donde abundan. Basta con la
mera constatación de que aquí la jerarquía militar obedece a una casta
todopoderosa y privilegiada, a la cual nada podría interesarle menos que
un cambio en su estatus.

Y si extravagante resulta la idea, pasa de eso a sospechosa cuando, a la
hora de argumentarla, se menciona como ventaja el desmesurado y
descontrolado poder que las fuerzas armadas ejercen hoy sobre la
economía del país.

Por supuesto que al hablar de fuerzas armadas, en este caso (como en
cualquier otro tal vez) nos estamos refiriendo a los generales,
coroneles, tenientes-coroneles… que deciden, sin representarlos, sino a
la fuerza, por absoluta imposición jerárquica, el destino de cientos de
miles de inocentes reclutas que en mayoría no comparten sus criterios y
mucho menos sus prebendas.

No es dudable que como gran conglomerado militar-económico-político,
esta casta será efectivamente pieza clave en el futuro de Cuba. Pero
ello, lejos de beneficiar nuestro futuro, posiblemente lo hipoteque,
condenándonos por muy largo tiempo a sufrir la peor herencia que podría
dejarnos el fidelismo totalitarista.

Casta militar y democracia son aceite y vinagre, no hay magia que las
haga ligar. Y aun cuando se conocen ejemplos en los que la primera ha
servido de garante a la segunda, siempre fueron resultado de
circunstancias en que las cosas suceden al revés de cómo podrían suceder
en Cuba, o sea, partiendo del sistema democrático como fundamento,
dentro del cual se han formado los militares, atenidos a ciertas reglas
de juego que, por honor, no les corresponde violentar.

La casta militar cubana es un organismo contrario por naturaleza a la
cultura democrática. No la conoció nunca, no se sintió jamás en el deber
de respetarla. De ello resulta fácil inferir su rechazo y su negación
rotunda ante los dos pilares de la modernidad: libertad política y
economía libre y próspera. La convicción de nuestros generales y
coroneles en cuanto a que es el Estado el que debe monopolizar la vida
económica del país, como garantía para lo que ellos entienden como
justicia social, representa una rémora que probablemente gravitará muy
largo y tendido sobre nuestras aspiraciones de progreso y auténtica
justicia.

En vez de experimentar fagocitosis ante los efectos de la democracia y
del poder civil, lo verdaderamente previsible y temible es que en un
futuro –al menos medio- esta casta militar no hará sino contaminarlos,
corromperlos y usurparlos.

Claque encuevada en sí misma donde las haya, y por lo tanto ajena al
drama y a los anhelos de la gente de a pie, nuestras fuerzas armadas con
el paradójico apellido de revolucionarias, al contrario de facilitar
posibles vías para la transición democrática, parecen estar destinadas
–con su descomunal poder y su jurisdicción fuera de ley- a imponernos el
modelo de gobierno en un futuro próximo.

Por lo demás, quienes presentan a esta casta militar como propiciadora
de una apertura política en la Isla, basándose en el gran poder
económico que hoy ostenta y en la forma presuntamente eficiente y
pragmática en que lo administra, no debieran pasar por alto dos
detalles, por los menos dos, de momento:

En primera, ese poder económico no es resultado de inversiones
financieras particulares, o del talento, trabajo o sacrificios de la
casta en cuestión. Simplemente es una dote del régimen, el cual, a su
vez, lo obtuvo por medio de expropiaciones y de subvenciones. De modo
que la casta no es sino parásita del inútil sistema que,
extravagantemente, se nos dice que estará dispuesta a transformar.

En segunda, mientras no haya estadísticas confiables (o sea, no
estatales) que demuestren lo contrario, no resultan convincentes las
pruebas que nos han aportado hasta hoy aquellos que se empeñan en dar fe
de la eficiencia con que los generales y coroneles cubanos han dirigido
en las últimas décadas muchas de las principales organizaciones
empresariales recaudadoras de divisas. Y es cuando menos hipotética la
fama de austeros y de pragmáticos que se les acredita.

En realidad, aquello a lo cual suele llamársele el pragmatismo de los
militares cubanos, no es sino un comportamiento robótico, dependiente en
absoluto de la entidad superior, vacío de iniciativas propias, que poco
o nada tiene que ver con los más sobresalientes postulados del
pragmatismo, según los cuales la principal función del pensamiento es
guiar la acción, en tanto la comprobación de la verdad debe hacerse
mediante los efectos prácticos y directos de las ideas.

Con mucha más repugnancia que aprobación, recordamos que algunas de las
siniestras tiranías militares que en años atrás campeaban en
Latinoamérica, lograron ser por lo menos eficientes como propiciadoras
de un cierto avance económico. Espero, con el favor de Dios, que no sea
éste el patrón que ahora inspira a quienes están defendiendo la
conveniencia de confiar en nuestras fuerzas armadas como pivote para la
apertura política. Pero en todo caso, no debieran perder de vista que
para generar riquezas, aquellas otras tiranías no necesitaron
militarizar la empresa, ni suprimir la libre participación del individuo
civil en sus proyectos, algo en lo que sí incurre la corrupta y
burocrática casta militar de Cuba.

http://www.cubanet.org/articulos/aceite-y-vinagre/

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