¿Hay que escoger entre capitales y libertades?
RAFAEL ROJAS | Nueva York | 22 Mayo 2014 - 6:54 pm.
'Parece haber llegado el momento idóneo para abrir la puerta a la
derogación del embargo y para concentrar los esfuerzos en una
democratización soberana del sistema político de la Isla.'
En los últimos años, como efecto previsible de las reformas económicas
en Cuba, se ha acelerado el proceso de normalización de relaciones de la
Isla con la comunidad internacional. La concurrida cumbre de la CELAC,
la revocación de la Posición Común de la Unión Europea, el acuerdo entre
Bruselas y La Habana y la nueva Ley de Inversiones Extranjeras han
confirmado, a la vez, la irreversibilidad del desplazamiento de Cuba
hacia el mercado global y la contradicción ideológica entre esa
cautelosa apertura y un régimen político y un discurso oficial que
presentan dichos ajustes como continuidades del viejo modelo comunista.
El Gobierno de la Isla aprovechó la cumbre de la CELAC para apuntalar la
legitimidad de su obsoleto sistema político. El fin de la Posición
Común, en cambio, fue trabajosamente asimilado desde La Habana, por la
tensión que genera el interés europeo en la situación de los derechos
humanos y la coyuntura incómoda de la crisis venezolana. Aún así, la
apuesta por una integración de la Isla a los canales diplomáticos y a
las rutas comerciales y financieras de Europa y América Latina, que
tiene su origen en las expectativas de cambio generadas por las reformas
de Raúl Castro —reformas que en todas las cancillerías y medios
occidentales y hasta en círculos académicos y políticos de la Isla se
consideran tardías, limitadas o insuficientes— es promovida,
oficialmente, como un estímulo al inmovilismo y no como un incentivo
para una transición democrática.
La mayor parte de la oposición interna, de la clase política
cubanoamericana y de las organizaciones tradicionales del exilio,
interpreta de la misma manera lo que ha sucedido recientemente. Europa y
América Latina, dos regiones que juntan unas 60 naciones democráticas,
según ellos, se han "plegado" a la dictadura o, peor, se han vuelto
"cómplices" de los Castro. El hecho de que esos gobiernos,
democráticamente electos, actúen de acuerdo con las premisas del
realismo, la tradición más sólida de las relaciones internacionales
desde el siglo XIX, es asumido como "claudicación", cuando no como
derroche de cinismo o extemporánea conversión al comunismo ¿Es esta la
mejor manera pensar y actuar en la presente coyuntura?
No postergar la democratización
En el choque de percepciones sobre Cuba predominan, con frecuencia, los
espejismos. Por debajo de la retórica continuista, Raúl Castro y su
gabinete económico están vendiendo una idea del futuro de Cuba, cada vez
más instalada en un después de la "Revolución" y más cercana al mercado
y al pluralismo, porque saben que el tiempo no opera a su favor. La
comunidad internacional se está abriendo a la Isla, no para que el
régimen perpetúe su dimensión totalitaria y represiva, sino para
acelerar las reformas de los tres últimos años y crear condiciones para
una transición democrática. Lo que parecen haber comprendido América
Latina, Europa, algunos empresarios cubanoamericanos como Alfonso Fanjul
y Carlos Saladrigas y asociaciones como el Cuba Study Group y el Council
of the Americas es que con inversiones y créditos, además de hacer
negocios, por supuesto, se generan mayores posibilidades de intervenir
en el futuro político de Cuba.
El dilema reta la imaginación de un exilio y una oposición que, de no
leer claramente las señales del presente, pueden quedar estancados en
una actitud testimonial. Rechazar la integración comercial y diplomática
de Cuba implica suscribir ideas antiliberales y nacionalistas, similares
a las que por más de medio siglo ha sostenido el Gobierno de la Isla.
Prohibir, condenar o, en el mejor de los casos, descalificar por
interesado o egoísta que un empresario cubanoamericano, expropiado por
Fidel Castro, decida invertir en Cuba y, como ha dicho uno de ellos,
plante allí la "bandera familiar", significa, en la práctica, pensar de
manera muy parecida a quienes se propusieron acabar con la inversión
nacional o extranjera en la Isla.
Es evidente que la represión en Cuba está anclada en la Constitución,
las leyes, el Código Penal y la práctica cotidiana de ese régimen y su
cese no depende del mayor o menor comercio sino de la movilización
opositora y ciudadana y de una reforma constitucional que despenalice la
oposición. Pero mientras se globaliza lentamente la Isla y se
flexibilizan en la práctica ciertos derechos civiles y económicos, como
consecuencia de las reformas, la represión se vuelve más preventiva. Los
viajes frecuentes de los opositores también contribuyen a crear la
sensación de que la maquinaria represiva se hace más casuística y
astuta. Los actos de repudio, los arrestos de los días de la CELAC y los
procesos abiertos contra líderes opositores son, sin embargo, un
recordatorio de que los derechos políticos, en Cuba, siguen y seguirán
criminalizados.
La penalización de opositores pone al descubierto, además, el uso de la
represión para fines de política exterior. Con los arrestos preventivos
y los actos de repudio, el Gobierno manda mensajes concretos a América
Latina, Europa y Estados Unidos, para que se persuadan de que La Habana
entiende la normalización de relaciones como un proceso que debe excluir
el tema de los derechos humanos. La represión, además de un mecanismo de
terror y control interno, es un desafío moral a la comunidad
internacional. Sin embargo, para democracias del siglo XXI, que se
construyeron, en muchos casos, luego de largas experiencias autoritarias
en el siglo XX, es problemático cerrar los ojos a la represión en Cuba.
Buscar la manera más respetuosa y eficaz de mantener el tema de la
democratización dentro de las agendas bilaterales y multilaterales es el
mayor reto de la nueva diplomacia global, en relación con Cuba.
Cualquier paso que dé la comunidad internacional o Estados Unidos a
favor de la integración comercial de la Isla, no tiene que aceptar que
la meta de la democratización se postergue, como desea el régimen. Son
muchos los actores internacionales que buscan quebrar ese pacto de
silencio, sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, como
garantía de la inserción de la Isla al mercado global y la atracción de
créditos e inversiones. La opinión pública de todas las democracias
occidentales —incluidas las latinoamericanas— ofrece amplios espacios
para presionar en esa dirección. La oposición y el exilio se imaginan
más solos de lo que realmente están.
Sí a flexibilizar el embargo
Como con China o Viet Nam, la comunidad internacional no quisiera tener
que escoger entre capitales y libertades, inversiones y derechos,
comercio y democracia. No hay cancillería de Occidente que desconozca la
naturaleza represiva del régimen cubano. Solo en muy pocas —las de los
gobiernos del ALBA, por ejemplo— ese conocimiento está puesto en función
de perpetuar el totalitarismo. Pero, como se ha visto en los últimos
meses, ese bloque está perdiendo prominencia en la política exterior del
gobierno de Raúl Castro. El rebajamiento del perfil del ALBA en las
relaciones internacionales de Cuba es una buena muestra de los efectos
positivos de la integración. Al comprometerse con intereses comerciales
y diplomáticos de Europa y América Latina, La Habana se ve obligada a
tomar distancia de las posiciones más extremistas a nivel global.
Esa manera de enfrentar el dilema entre comercio y democracia es la que
ha predominado en la decisión de revisar la política europea y la que
anima la carta abierta del 19 de mayo, que más de 40 líderes
norteamericanos y cubanoamericanos enviaron al presidente Obama. En caso
improbable de que se logre alguna flexibilización concreta del embargo,
antes de que culmine la segunda administración, el Gobierno intentará,
como hasta ahora, presentar mediáticamente el gesto como un triunfo
moral de la "Revolución". Pero en la práctica, como ese mismo Gobierno
sabe, se habrá producido un nuevo capítulo en el desmontaje del orden
social creado, en Cuba, tras la llegada de Fidel Castro al poder.
No creo que ante las nuevas demandas de flexibilización del embargo, por
parte de sectores económicos y políticos en Estados Unidos, que nunca
han integrado el lobby antiembargo oficial, la mejor actitud de la
oposición y el exilio sea el rechazo y, mucho menos, la acusación a sus
promotores de "complicidad" o "colaboracionismo" con el régimen.
Entiendo que hay sectores que no quieren suscribir esas demandas de
mayor intercambio y diálogo porque las perciben en sintonía con la
agenda gubernamental, en el corto plazo, pero la fabricación de un
consenso proembargo, entre asociaciones y líderes de la oposición y el
exilio, a estas alturas, me parece un error político, cuyos peores
efectos podrían sentirse en pocos años, cuando al actual descenso de la
presión internacional siga un aumento de la presión interna, favorable a
la democratización.
Tampoco me parece correcto que se prejuzgue la idea de apoyar a pequeños
empresarios de la Isla, con capitales cubanoamericanos, dando por
descontado que la misma será instrumentada por el régimen para favorecer
a sus elites o para crear un seudocapitalismo. Los promotores de la
iniciativa no son ingenuos, ni cínicos: apuestan a una ventana de
oportunidades que tendría que abrirse con una nueva plataforma jurídica
de inversiones y créditos que, desde luego, deberá construirse con
plenas garantías para las partes involucradas. Se trata, además, de un
proyecto que, como otros en el pasado reciente de la oposición y el
exilio, posee una dimensión simbólica que no debería ser subestimada o
descartada a la ligera. Parte de esa dimensión simbólica tiene que ver,
por ejemplo, con el malestar que la iniciativa está generando en las
zonas más intransigentes de la Isla y el exilio.
Lo que podría estarse incubando con el rechazo de líderes opositores y
exiliados a la flexibilización del embargo es una fractura mayor dentro
de la sociedad civil de la Isla y la diáspora, aprovechable por los
sectores inmovilistas del Gobierno que, a juzgar por sus publicaciones
electrónicas, ya se alistan a boicotear cualquier normalización de
relaciones entre Estados Unidos y Cuba que no se desentienda de los
derechos humanos. A dos años del fin del segundo mandato de Barack Obama
y del inicio de una sucesión presidencial en Cuba, parece haber llegado
el momento idóneo para abrir la puerta a la derogación del embargo y
para concentrar todos los esfuerzos en una democratización soberana del
sistema político de la Isla. Pero, a juzgar por las reacciones de los
últimos días, tal vez estemos en presencia de una nueva oportunidad perdida.
Source: ¿Hay que escoger entre capitales y libertades? | Diario de Cuba
- http://www.diariodecuba.com/cuba/1400777685_8706.html
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