Publicado el domingo, 08.04.13
El humor y los tiranos
CARLOS ALBERTO MONTANER
(A la memoria de Guillermo Álvarez Guedes y Armando Roblán).
No hay nada que los tiranos teman más que al humor. Suele olvidarse que
la primera publicación que resultó clausurada en Cuba fue Zig-Zag. Se
trataba de un gracioso semanario, ilustrado con excelentes caricaturas,
que en 1959, entre risas y bromas, a los pocos meses de inaugurado el
manicomio, hacía las críticas más severas a la dictadura que comenzaba a
arraigar.
Leopoldo Fernández, Tres Patines, debió exiliarse al poco tiempo, porque
en una obra de teatro bufo aparecía en escena junto a diversos cuadros
de personajes importantes, y entre ellos estaba uno con la foto de Fidel
Castro. Leopoldo lo tomó entre las manos y, riendo, exclamó: "déjenmelo,
que éste lo cuelgo yo". Tuvo que escapar a galope.
En la España de Franco no se podía caricaturizar al Caudillo, ni hacer
la broma más inocente en torno al personaje. La Codorniz, que era un
semanario humorístico de derecha, pero inteligente, pícaro y punzante,
como corresponde al género, fue multado por publicar un parte del tiempo
que decía: "en España reina un fresco general proveniente de Galicia".
Con Franco no se podía jugar.
La clave de esa actitud está en la forma en que se ejerce el poder en
las tiranías. El jefe se impone por el miedo. Como explica Maquiavelo en
El Príncipe, la obediencia no se debe al amor, sino al terror, y éste
siempre es solemne. No es una cuestión del corazón, sino de la vejiga.
Además, ésta es la forma de ejercer la autoridad que disfruta el simio
Alfa instalado en la cúspide. Le gusta intimidar a sus subordinados y
siente un enorme placer cuando tiene pruebas de que sus enemigos le
temen. Para eso manda. Ahí radica su goce.
Para este tipo de psicópata, que dedica la vida a ascender hasta la
cima, la recompensa emocional se encuentra en percibir los efluvios de
una muchedumbre que se le entrega en medio de una mezcla de sentimientos
encontrados en la que prevalece el miedo. Es como el padre o el cónyuge
abusador: su placer está en ver el pavor en los ojos del otro.
En Cuba, la dictadura fusiló al general Arnaldo Ochoa y al coronel Tony
la Guardia por diversas razones, pero la más grave, a juicio de Fidel
Castro, fue la grabación que le entregó la inteligencia en la que se
escuchaba a estos personajes burlándose y haciendo chistes sobre "el
Viejo". Habían perdido el temor reverencial que Castro exige y esa
actitud era imperdonable. Por eso los mató. Ya no lo "respetaban" y,
dentro de la lógica del poder dictatorial, esa actitud es la antesala de
la conspiración.
Hace pocos días murió Guillermo Álvarez Guedes. Fue un excelente
comediante que sembró de chistes a Cuba, como quien coloca minas en un
campo enemigo. Su humor irreverente era explosivo y el régimen lo temía,
pero no podía evitar que los casetes circularan de mano en mano.
Incluso, ellos los escuchaban y reían, pero a escondidas, porque un buen
revolucionario no podía rendirse ante un adversario gracioso y
entregarle algunas carcajadas. Los buenos revolucionarios sólo pueden
reírse del imperialismo yanqui. Pobre gente.
Termino con una anécdota que nos contó Armando Roblán, otro gran
comediante y humorista cubano muerto en enero pasado. Como es casi
increíble, doy fe de que me hizo el relato en presencia de la escritora
Olga Connor, en su acogedora casa de Coral Gables.
Roblán tenía, entre otros talentos, el de la imitación. En 1959 imitaba
a Fidel estupendamente. En los teatros y la televisión, se ponía barbas
y un uniforme verde oliva, e imitaba al entonces joven Comandante,
incluida su voz gangosa de adolescente afónico, cargada con una ligera
entonación del oriente de la Isla. Algunos despistados hasta lo
aplaudían porque daban por sentado que era el mismísimo Máximo Líder,
como ya se le decía adulonamente.
Una tarde, Roblán recibió una misteriosa llamada telefónica. Era una
dama apasionada que quería tener una cita íntima con él. Roblán era
joven y soltero, así que la citó en un sitio público para saber si la
mujer se parecía a su voz bella y seductora, o si era una broma, o acaso
una señora con bigote y 500 libras de peso.
Era una muchacha preciosa. Quería, en efecto, acostarse con él, pero le
puso una curiosa condición. Tenía que colocarse la barba postiza y
hablarle en la cama como si fuera Fidel.
-¿Qué hiciste? –le pregunté.
-Cedí en todo. Me pasé la tarde haciéndole el amor mientras ella se
excitaba cuando yo gritaba: ¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!
El humor a veces tiene unas inesperadas consecuencias.
Source: "CARLOS ALBERTO MONTANER: El humor y los tiranos - Carlos
Alberto Montaner - ElNuevoHerald.com" -
http://www.elnuevoherald.com/2013/08/04/v-fullstory/1536126/carlos-alberto-montaner-el-humor.html
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