El silencio y la doblez de los obispos cubanos
ANDRÉS REYNALDO
Los obispos cubanos van a Roma. Les toca cada cinco años. La visita Ad
Limina Apostolorum. Se postran ante las tumbas de Pedro y Pablo y luego
presentan al Papa sus proyectos, sus logros, sus obstáculos. El Papa, a
su vez, los instruye de sus órdenes, sus expectativas y, de ser
necesario, los regaña. Para explicarlo a los cubanos atrapados en la
epistemología del castrismo: la visita viene a ser como el plan
quinquenal del Espíritu Santo.
A propósito de la oración, San Juan Pablo II decía que había que pedir
de todo. Tiene sentido. Si admito la participación de Dios en cada
aspecto de mi vida, es lógico que le invoque por igual en lo
concerniente a la salud de los míos, la paz de los muertos y las
funciones de mi auto. Estos son los vínculos determinantes de la fe. La
certeza, no falsa por indemostrable, de que el Creador del Universo, la
mano que puede hacer girar cien millones de estrellas en torno a un
hueco de pura nada, te ha concedido la curación de un primo y la
solución al problema del radiador.
Humilde en esa perplejidad, me pregunto qué pedirán los obispos cubanos
ante las tumbas de Pedro y Pablo. ¿Pedirán coraje, razón y fuerza para
soportar en carne propia el golpe que soportan los opositores o, ya que
estamos en pleno reciclaje al capitalismo, el golpe que soportan los
carretoneros, los bicitaxistas, los vendedores ambulantes? ¿Pedirán
templanza para resistir la tentación de hartarse en La Guarida, de
rajarse con una risita pusilánime en presencia de Raúl Castro? ¿Pedirán
una última, restauradora oportunidad de alzarse con una pastoral de las
libertades y darle cobijo y voz a los oprimidos?
Hace unos días, el cardenal Jaime Ortega Alamino salió de su retiro a
revelar la madeja de las negociaciones para el restablecimiento de
relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Habló de cómo él y el Papa
llegaron al presidente Barack Obama. Pero nada dijo de cómo Raúl llegó a
él y al Papa. De cómo la figura más importante de la Iglesia de Cuba
acabó actuando con la diligencia, el secretismo y la doblez de un
confiable funcionario de la dictadura. Más confiable, en este caso, que
el propio canciller. De cómo un hombre que no se atreve a hacer misa por
las almas de los mártires de su Iglesia se planta en el vestíbulo de la
Casa Blanca a dar crédito de la buena voluntad de Raúl. Ante las tumbas
de Pedro y Pablo, ¿rogarán los obispos por que la Iglesia cubana no sea
nunca más la Iglesia de Ortega sino la Iglesia de Pedro Meurice, de
Eduardo Boza Masvidal, de Agustín Román?
La Iglesia hace al país. No el país a la Iglesia. Dicen que una vez le
preguntaron a Ortega por qué la Iglesia cubana no era como la rebelde
Iglesia polaca. "¿Dónde están los polacos?", afirman que respondió
Ortega. Como observó Guillermo Cabrera Infante acerca de otro rumor de
nuestra historia: la anécdota será apócrifa pero las circunstancias la
hacen creíble. La alegada respuesta de Ortega encaja en la narrativa de
una jerarquía católica que ha adquirido los reflejos parasitarios, el
miedo a la salvación y la arrogante frivolidad de la clase dirigente.
Por lo demás, en este Vaticano del papa Francisco, con su opción
preferencial por los dictadores de izquierda y su teología de grandes
ofertas de liquidación doctrinal, nadie le recordará a los tropicales
visitantes que en Polonia, a la hora de tomar la calle, los obispos iban
por delante de los polacos.
Twitter: @AndresReynaldo1
Source: El silencio y la doblez de los obispos cubanos | El Nuevo Herald
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http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/andres-reynaldo/article145871609.html
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