El hombre huevo
BORIS GONZÁLEZ ARENAS | La Habana | 3 de Abril de 2017 - 08:45 CEST.
Ernesto Guevara, allá por la primera década de la revolución cubana,
aspiró a la aparición de un hombre especial, el hombre imprescindible
para la construcción del socialismo con su carga de justicia social,
ilustración y quizás otros atributos ineludibles para una mente
egocéntrica que creía haber ganado, en la lucha guerrillera, una
clarividencia definitiva. A aquel hombre lo definió como el hombre nuevo.
Sorprende en el tipo de revolucionario que prevaleció luego del primero
de enero de 1959, la fruición con que aceptó que para construir una
sociedad nueva hacía falta un ser humano diferente y la determinación
con que se lanzó a obtenerlo sin descartar purgas sangrientas dentro de
los mismos movimientos armados por los que habían llegado al poder.
Con el fracaso económico que la revolución redirigida o el castrismo le
procuraron a nuestro país, el sujeto de laboratorio del comandante
Guevara se estancó en una lucha por la comida y la sobrevivencia que le
agotó cualquier afán trascendente en pos de una jaba de picadillo y tres
jabones. Los cubanos debimos conformarnos con una alimentación dirigida
e indigerible en la que el huevo tenía un papel central.
Panes grises sin sal ni grasa, puñados de frijoles duros y empedrados,
arroz partido, café mezclado con cantidades variables de chícharos o
frijoles, extrañas masas de carne de color mudable y sabor nauseabundo,
rones y cervezas adulterados repartidos a granel, y huevos, siempre el
huevo coronando nuestra dieta. Para llevar al ser humano a semejante
dependencia hizo falta reducirle el tamaño de sus manos, la velocidad de
sus piernas, la presteza de sus reflejos y el altruismo de su corazón.
Todos los tiempos del hombre huevo fueron convertidos en tiempos
difíciles y si no dejó de andar fue porque hizo falta llenar la barriga.
Así crecieron nuestros padres, a los que la revolución sorprendió niños
y el castrismo atenazó adolescentes. Así nacimos y crecimos nosotros,
los que hoy merodeamos los 40 y no pocas veces hemos caminado kilómetros
en pos de cartones de 30 huevos. Y así crecen los niños de hoy,
prefiriendo el huevo frito de entre nuestros símbolos patrios.
Desencantado y cada vez con menos esperanzas de llegar a su superhombre
a partir del hombre huevo, el burócrata regresó al uniforme, se inventó
la teoría del foco guerrillero, tontería a la que acompañó con un puñado
de hombres, y se lanzó a engrasar la "fría máquina de matar".
Pero el hombre huevo no resultó un estorbo para Fidel Castro. Los
sociópatas, si bien tienen ambiciones análogas, son estimulados por
sentimientos distintos. A diferencia de Ernesto Guevara, que se
complacía con la idea de crear, el Comandante en Jefe se solazaba con el
amor de lo creado. El hombre huevo, que era solo una maqueta en los
tiempos en que el comandante Guevara simultaneaba la rectoría del
Ministerio de Industrias, el Banco Nacional y los pelotones de muerte,
fue desarrollado a cabalidad por el Comandante en Jefe.
Su progreso se obtendría asistiendo a las movilizaciones en loor de
Fidel Castro por una cajita de comida, arriesgando su vida para
satisfacer las necesidades macedónicas del Alejandro cubano, y trocando
valiosas joyas por un televisor en colores para engrosar el bolsillo de
generosidad transnacional del magnate revolucionario.
Pero para consumar al hombre huevo era necesario que su principal
alimento deviniera objeto de agresión, movilización aviesa y estigma. El
escarnio no se consuma si no se degrada lo que nos resulta preciado.
Ello llegaría en 1980, momento en que miles de cubanos que deseaban
emigrar fueron agredidos con huevos en medio de una cacería de la que
aún hoy no se reponen siquiera muchos de sus espectadores. Cuando en
1988 Juan Carlos Tabío dirigió la película Plaff —onomatopeya de la
cáscara del huevo al romperse— el hombre huevo estaba perfilado y el
cineasta lo incrustó en nuestra historia del arte.
No terminó allí la distopía castrista, la URSS dejó de existir y en el
hambre que sobrevino hasta el huevo resultó preciado. Una escena
cotidiana en los días que corren es aproximarse a la casa con dos
cartones de huevos y que alguien pregunte dónde los están vendiendo. Las
respuestas más naturales son las disuasorias "había en tal lugar pero ya
se acabaron", "en tal lugar lejos de aquí" o "me los vendieron en mi
trabajo".
Para superar su condición el hombre huevo no deja de aventurase en la
búsqueda de sitios adonde irse a residir, ni de contratar su fuerza de
trabajo en tierras extrañas, aceptando muchas veces la administración
del Estado que lo llevó a tal condición. Es la realidad de nuestros
médicos, que son separados de sus familias como antaño los negros
africanos y llevados a cualquier parte por un puñado de dólares, que
igual malbaratarán al regresar pagando miles por vehículos usados y
bienes a sobreprecio.
Hoy, en el Cementerio de Santa Ifigenia, las cenizas de Fidel Castro se
encuentran empotradas en un monolito de forma ovoide a la altura del
espacio que correspondería al corazón de estar viva la piedra. Es justo,
el hombre huevo es la única creación de la que Fidel Castro se podría
enorgullecer, y la roca funge como su representación alegórica.
Source: El hombre huevo | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1490997545_30074.html
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