Felicia y el coronel
La familia del vecino se marcha con frecuencia de vacaciones para una
casa en la playa. El hijo mira a la gente por encima del hombro, y no
trata a nadie en la cuadra
jueves, julio 31, 2014 | Marcia Cairo
LA HABANA, Cuba -Los militares ha inundado los barrios de La Habana. Ya
no les basta con Barbosa, el Reparto Eléctrico y otros de la periferia.
Ahora también están en Miramar, en el barrio La Puntilla, que han tomado
casi por asalto. Hay tres militares en esta zona, dos casas contiguas
pertenecen a dos oficiales retirados de las FAR (Fuerzas Armadas
Revolucionarias), y en el edificio de enfrente, hace más de un año,
reside un coronel.
Las primeras dos casas han sido construidas en un viejo solar yermo.
Éstas tienen todas las condiciones, que incluyen techos de placa con
manto granulado, jardines y sendos garajes.
En el edificio de enfrente, en el último piso, antes habitaba una
funcionaria con su familia, pero como no contaba con los recursos
necesarios para arreglar su vivienda, que por aquella época presentaba
un avanzado deterioro en las paredes, y múltiples rajaduras en la placa
del techo, llegó a un acuerdo con la FAR , que ofrecieron otro domicilio
en el mismo municipio. Debido a esto, la casa permaneció cerrada por un
tiempo.
Después de transcurridos unos meses, una familia vino a ver el
apartamento. Luego apareció una brigada completa de constructores que
pusieron una nueva placa (cubierta), corrigieron las rajaduras y
restauraron todo el inmueble, con pintura además.
Inmediatamente se mudaron el coronel, su esposa e hijo. No parecían
malas personas, pero pronto comenzaron a abusar del poder.
El apartamento de abajo lo habitan Felicia con su madre, una señora
inválida de más de 80 años, que está enferma, y su tía, otra anciana de
70 años. Felicia ha tenido que pedir su jubilación, aunque no cuenta aún
con la edad requerida, para dedicarse a cuidar a su madre, por lo que
las tres mujeres subsisten con sus irrisorias pensiones, prácticamente
en la miseria.
El coronel ha mandado a realizar una serie de cambios dentro de su
apartamento que han provocado filtraciones a la casa de Felicia. Aunque
han subsanado algunas, quedan otros daños, que bajo promesa, todavía no
se resuelven. Le dice que eso se hará poco a poco, y que no se preocupe.
Mientras, todo sigue igual.
La familia del coronel se marcha con frecuencia de vacaciones para una
casa en la playa. El hijo se da humos, mira a la gente por encima del
hombro, y no trata a nadie en la cuadra.
Felicia cuenta que en el garaje del edificio existen dos plazas, una de
ellas, por supuesto, le pertenece, y la otra, al vecino nuevo. La suya
se la presta a un amigo que posee auto, acuerdo previamente concertado
hace ya varios años. Pero un día, inesperadamente, al regresar de hacer
mandados, vio una puerta diferente en el garaje, sustituida sin su
consentimiento. Aunque lo más terrible quizá sea que dicha puerta solo
se abre con un control remoto, que pertenece al compañero coronel.
Al descubrir lo que consideró una injusticia, trató de ver al coronel
para solucionar el asunto amigablemente. Pero a estas alturas no ha
podido hacerlo, pues el militar casi siempre está trabajando o de viaje.
Habló con el hijo y éste le respondió –de modo despótico y arrogante-
que si necesitaba acceder al garaje, debía llamarlo con antelación.
Felicia sigue sin poder utilizar su plaza en el garaje.
Source: Felicia y el coronel | Cubanet -
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