Apuntes para la transición
A. G. RODILES Y A. JARDINES | La Habana | 29 Jul 2013 - 2:45 pm.
- La reconstrucción democrática solo será posible si se involucra al
mayor número de cubanos.
- La oposición debe articularse y proyectarse dentro y fuera de la Isla
con un peso cívico y político.
- Debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, capaz de
generar un entramado político y jurídico que llene cualquier vacío.
El panorama político de la Isla se ha dinamizado en los últimos tiempos.
En la arena internacional el hecho de mayor impacto ha sido sin dudas la
muerte de Hugo Chávez y su sucesión materializada en Nicolás Maduro, un
hombre con muy pocas herramientas políticas, que a pesar de muchos
pronósticos ha logrado, por ahora, mantener cierto equilibrio. Sin
embargo, la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba y el
incierto escenario chavista, hacen que el totalitarismo cubano evite
apostar todas sus cartas a Venezuela.
Para la elite en el poder, el tiempo, como parte de la ecuación
política, se convierte en la variable más importante. El relanzamiento
de su posición en la arena internacional pasa a ser parte de sus
prioridades. Mostrar un nuevo momento en las relaciones con Europa y
Estados Unidos se vuelve vital en la búsqueda de nuevos socios
económicos y políticos que le brinden estabilidad y legitimidad.
En el interior de la Isla, las transformaciones en el sector económico
no generan una nueva impronta dado los años de estatismo acumulado, la
descapitalización y la precaria situación de múltiples sectores. Un
proceso de verdaderas reformas implicaría acciones más profundas que
dinamicen una realidad que ya se anuncia como desastre social,
reconocido incluso por Raúl Castro en su última intervención. Pero el
miedo a perder el control se convierte en obsesión y principal obstáculo.
La posibilidad de viajar de algunos opositores representa en este
sentido el paso más audaz que ha dado la elite en el poder, una clara
apuesta a mejorar su imagen en el exterior y sacudirse el estigma de la
falta de libertad de movimiento. Es muy probable que esta movida esté
manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos amargos no serán más
que eso, que la realidad seguirá metida en su habitual camisa de fuerza,
porque los opositores no pasaremos del nivel mediático y al regresar a
Cuba, el control absoluto de la Seguridad del Estado y la falta de
articulación social, mantendrán todo en su lugar.
Ante este escenario se hacen necesarias algunas preguntas: ¿Está la
sociedad cubana en condiciones de pujar por mayores espacios de libertad
e independencia? ¿Puede la oposición capitalizar políticamente sus
viajes? Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad de articularnos y
proyectarnos dentro y fuera de la Isla como fuerzas prodemocráticas con
un peso cívico o político en cada caso. Proyección que nos permita
también terminar con el nefasto juego de gato y ratón con el que la
Seguridad del Estado, como brazo del sistema, nos ha mantenido
ineficientemente ocupados. Se vuelve entonces imprescindible madurar
como oposición y sociedad civil, lograr expandir las grietas de un
sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la violencia
de Estado como elementos de contención social.
La experiencia de múltiples transiciones muestra la importancia de
comprender el momento del cambio como un paso dentro del proceso de
reconstrucción nacional, visto como un punto de inflexión no
discontinuo. En un escenario extremo como el que enfrentamos, una
transición exitosa implicará necesariamente la activa participación de
capital humano preparado, con un fuerte compromiso social y una clara
visión de la nación que desea construir.
Sin un tejido social que represente cuando menos un microcosmos del meso
y macrocosmos que visualizamos, será muy difícil edificar una democracia
funcional. Los ejemplos fallidos son abundantes y resulta irresponsable
omitirlos. La conocida "primavera árabe", devenida "invierno", es el
caso más reciente que muestra que la instauración de un sistema político
necesita un proceso de maduración y articulación de su sociedad civil.
Imaginar el cambio y la reconstrucción de un país roto, fragmentado, no
solo en el aspecto físico sino también en su dinámica social e
individual, resulta ejercicio primordial si pretendemos la construcción
de una democracia que contenga los ingredientes de toda nación moderna.
Como oposición debemos romper con paradigmas que impliquen regresión y
copia de lo que se ha vivido, en el que símbolos gloriosos, épicos y
personalismos juegan un papel significativo. Un imaginario que cifra
demasiadas esperanzas en una "chispa" expansiva y que suele aplazar un
trabajo efectivo con vistas al mediano y largo plazo.
Sería saludable igualmente reajustar una idea que ha dominado nuestras
mentes durante más de medio siglo postrepublicano: la anhelada unidad de
la oposición como única vía de presión efectiva para promover el cambio.
Consideramos que el protagonismo principal de la transición debe recaer
sobre la sociedad civil, mientras la oposición, como actor político, con
un discurso y una acción coherente, debe pujar porque su
representatividad tenga el alcance y la penetración necesaria.
El viejo Hegel llevaba razón al afirmar que "todo lo que un día fue
revolucionario se vuelve conservador". Las palabras pierden su sentido
original y se resemantizan al cambiar el contexto que las alimentó y
sostuvo, tan es así que la propia lógica de las revoluciones se vuelve
en su contra.
El acto verdaderamente revolucionario es un gesto brusco, un momento de
ruptura que trastoca el orden establecido. Las revoluciones todas,
incluyendo las científicas, están diseñadas para transformar, socavar
las bases del modelo o paradigma anterior y, de esa manera, echarlo abajo.
Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender esa posible
brusquedad como un instante dentro de un proceso, que debe estar
permeado de los ingredientes que conforman las sociedades modernas, el
conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la tecnología. La
revolución es un momento de la evolución, pero no a la inversa.
En la segunda década del presente siglo no podemos pensar en ningún
proceso social sin tomar en cuenta el carácter transnacional de los
mismos. En nuestro caso sería imposible analizar un tránsito a la
democracia y un proceso de reconstrucción sin involucrar a la diáspora y
al exilio con sus actores políticos. Si bien ellos no están anclados en
la cotidianeidad de la Isla, son elementos vivos de la nación y como tal
gravitan en ella. En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el
imaginario del cubano una parte importante de la solución de nuestros
problemas está en Miami (como genéricamente se define a la diáspora). La
visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar y, en
nuestro caso, componerse en gran medida a través de una constante
retroalimentación entre la Isla y su diáspora. La oposición y el exilio
deben ser, justamente, la bisagra que haga posible tal articulación.
Y este es, a nuestro modo de ver, el otro elemento que terminaría
encuadrando el escenario cubano: cómo se imbrica en lo adelante la
oposición con una sociedad civil transnacional de tal modo que la lógica
binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del "cubano de
adentro" y del "cubano de afuera" llegue a su fin, para lo cual no es
suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace
el régimen) que no hay diferencias entre nosotros, que somos iguales,
etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano
debe tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el
futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se
encuentre o resida. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no
solo de un problema político, sino conceptual.
Como actores políticos debemos mostrar que somos una opción de
gobernabilidad, exponer el capital humano del que disponemos, la
capacidad que poseemos de generar un entramado político y jurídico capaz
de llenar el posible vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista;
demostrar que podríamos garantizar la seguridad no solo para el país
sino para toda la región y por último, aunque no menos importante, la
capacidad para rebasar las campañas de los castristas en eventuales
elecciones libres.
Este sería, quizás, el escenario más deseable en términos de expansión
de la sociedad civil transnacional y del correlativo constreñimiento del
Estado totalitario. Estemos, pues, alertas para no confundir sucesión
con transición; aprendamos a vernos y sentirnos como cubanos a secas y
exijamos nuestros plenos derechos civiles y políticos, económicos,
sociales y culturales como aparecen reflejados en ambos pactos de la
ONU. Admitamos que para la transición es tan necesario el capital humano
disperso por las instituciones del Estado como las habilidades, el
conocimiento y capital financiero de aquellos que han tenido que crecer
lejos ―aunque no fuera― de su patria.
El problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y la
reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se
involucra al mayor número de cubanos, vivan donde vivan. No decimos que
la patria es de todos, lo cual es una declaración de jure; decimos que
todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración
de facto.
Source: "Apuntes para la transición | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1375101908_4426.html
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