El estado de las creencias
MIGUEL SALES | Málaga | 15 de Diciembre de 2016 - 08:01 CET.
Bien entrada la tercera semana del año I de la era D.C., que empezó la
medianoche del pasado 25 de noviembre, cabe preguntarse: ¿Cuál es el
estado de las creencias en Cuba? ¿Qué queda de la ideología castrista,
que durante más de medio siglo fue el pensamiento único, oficial e
indiscutible de 11 millones de cubanos?
Las creencias del Estado ya las conocemos. Están petrificadas para la
eternidad en la Constitución intocable y son las mismas que los jerarcas
juran tener y repiten mecánicamente en sus discursos, aunque algunos
síntomas inducen a pensar que de dientes para adentro tal vez esas
convicciones no sean tan sinceras como aparentan. Ahora habría que
indagar por las creencias profundas de la población, ésas que conforman
lo que en sociedades menos sujetas al control estatal suele denominarse
"opinión pública".
La tarea es complicada, porque el objeto de investigación —la ideología
castrista— ha sido un poco camaleónica y porque los sujetos que la han
asimilado desarrollaron al mismo tiempo un mecanismo de simulación que
les permite pensar una cosa, decir otra y hacer una tercera sin que la
menor sombra de contradicción les nuble la mirada. Esa disociación entre
las ideas, la expresión personal y la actividad real es lo que en otras
páginas he denominado la trizofrenia cubana.
En la trayectoria que va desde el intento de golpe de Estado del 26 de
julio de 1953 en Santiago de Cuba —un ataque terrorista que se saldó con
70 muertos, remedo del putsch que Hitler había intentado 30 años antes
en Münich— hasta el discurso de despedida ante el VII Congreso del
Partido Comunista, que Castro I balbució en abril de este año enfundado
en un chándal de Adidas, hubo numerosas contradicciones e incoherencias
en materia de ideología.
Nacionalismo, socialdemocracia, constitucionalismo liberal, socialismo
tropical, estalinismo rancio, tercermundismo belicoso, numantinismo
comunista, socialismo del siglo XXI, capitalismo de Estado: todo eso y
más ha sido sucesivamente (y a veces simultáneamente) la ideología
predicada por Castro I y sus seguidores.
A la vista de estas mutaciones, desde 1959 lo más seguro para los
súbditos fue limitarse a repetir las consignas del último discurso del
Máximo Líder, sin empeñarse en recordar lo que había dicho o escrito
anteriormente y sin atreverse a comparar las ideas de ayer con las de
hoy. En ese contexto, la ideología quedó a merced de los humores y las
tácticas del Conspirador en Jefe, que no podía malgastar en florituras
del pensamiento las pocas horas que le quedaban al día, ocupado como
estaba en promover la insurrección antiyanki a escala planetaria y
eludir los centenares de atentados que la CIA organizaba cada semana
contra su revolucionaria persona.
Pero, muerto el caudillo y huérfano el pueblo de su palabra orientadora,
¿cuáles son las creencias que prevalecen hoy en la Isla?
Dejemos a un lado el sainete del cortejo fúnebre y la urna de cristal,
las lágrimas vertidas en público a partir del momento en que su hermano
Raúl chasqueó los dedos y ordenó: "A llorar" (tres días después del
óbito) y la ridícula liturgia que obligó a millones de personas a
desfilar ante un retrato y unas medallas anacrónicas, bajo la raspadura
de Martí. Nada de eso refleja en realidad las ideas y los sentimientos
que los cubanos albergan en su fuero interno con respecto al régimen.
Muchos que hoy se sorben los mocos ante el pedrusco sembrado en Santa
Ifigenia sueñan secretamente con huir cuanto antes a Estados Unidos.
Otros que aplauden rabiosamente al nuevo/viejo presidente, ya calculan
cómo pedirán asilo en la próxima misión internacionalista. En las
condiciones actuales, no hay encuesta, estudio o cálculo que pueda
arrojar un resultado cabal sobre el estado de las creencias en Cuba. La
trizofrenia lo impide.
Pero, más allá de lo que los cubanos declaran a la prensa o lo que
fingen en público, algunas conductas individuales o colectivas sí
apuntan a determinadas convicciones profundas. Procedamos con cautela:
Parece haber consenso acerca de la inviabilidad del sistema de economía
estatizada. Son cada vez más numerosas las personas que tratan de
buscarse la vida al margen del aparato oficial de producción de bienes y
prestación de servicios. Buena parte de esas iniciativas recaban el
apoyo de parientes y amigos que viven en el extranjero. No está de moda
ser funcionario.
Lo anterior sugiere que hay cierta desconfianza en el rumbo del país y
la clarividencia de sus dirigentes. Los sucesos ocurridos desde la caída
del Muro de Berlín y la previsible pérdida de los subsidios venezolanos
han socavado la fe en el porvenir luminoso del socialismo y el carácter
eterno de las dictaduras comunistas. Al parecer, la mayoría cree que en
lo sucesivo todo dependerá de la relación bilateral con Estados Unidos y
del grado de capitalismo que el gobierno tolere.
Esta impresión se refuerza por la crisis demográfica y el aumento de la
emigración irregular. Las cubanas paren cada vez menos y los jóvenes
huyen de la Isla por cualquier medio, incluso jugándose el pellejo en
una balsa. Estas tendencias están presentes desde hace mucho, pero se
han agravado en los últimos años.
Prevalece una gran confusión en lo tocante a la política. La mayoría
parece ignorar cuáles son sus derechos inherentes y de qué libertades
deberían disfrutar, en virtud del derecho internacional que el propio
Gobierno reconoce y acata de cara al exterior, pero incumple en el
interior del país. Este desconocimiento se complica con los hábitos de
servidumbre inducidos por el prolongado dominio del régimen y los
temores sembrados por la propaganda del PCC (amenaza de revancha de la
"mafia de Miami", explotación del "capitalismo salvaje", previsible
desaparición de escuelas y hospitales "gratuitos" en caso de que cambie
el Gobierno y un largo rosario de clichés y falsedades, basado casi todo
en el miedo a la libertad, que ya explicara Erich Fromm).
Pero, a fin de cuentas, estas conjeturas son apenas aproximaciones.
Entonces, ¿cómo saber en qué creen y qué quieren realmente los cubanos?
La única manera de saberlo sería dejar que expresaran libremente sus
preferencias, tanto en política como en otros ámbitos de la vida. Esto
conduciría, en última instancia, a la celebración de elecciones libres,
bajo supervisión internacional.
Que los grupos y partidos políticos expongan libremente sus idearios y
los ciudadanos voten por los candidatos y programas que prefieran. Solo
así podría saberse si desean seguir viviendo bajo el régimen que Castro
I les dejó en herencia u optan por cambiar hacia un modelo de democracia
liberal y economía de mercado. Pero ese derecho a elegir el gobierno que
la mayoría apruebe mediante el voto libre y secreto, consagrado en la
Declaración Universal de Derechos Humanos, es lo que el PCC, los
generales y la dinastía castrista están decididos a impedir por
cualquier medio.
La democracia y la libertad no son inevitables, sino más bien lo
contrario: son el fruto de una construcción ardua y complicada. Los
opositores no deberían incurrir en la superstición marxista de creer que
los cambios en la base económica van a acarrear automáticamente la
transformación de la superestructura política y la transición a un
régimen democrático.
Desde la consolidación del totalitarismo castrista, allá por 1962, la
sociedad cubana ha demostrado una capacidad casi ilimitada de soportar
en silencio la penuria material y la supresión de sus derechos. La
posibilidad de huir al extranjero y las remesas procedentes de Miami han
ayudado no poco a paliar el sufrimiento impuesto por el sistema. Pero
tanto una como otra son factores que contribuyen también a la
estabilidad del régimen.
La transición democrática, si alguna vez se inicia, no vendrá de las
reformas económicas ni de la buena voluntad de algunos burócratas
fatigados. Nadie nos va a regalar a los cubanos los derechos y las
libertades a los que secretamente (quizá) muchos aspiran, si nosotros
mismos no empezamos por exigirlos.
Source: El estado de las creencias | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1481784816_27440.html
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