La revolución, el mejor camino para que los nuevos líderes se conviertan
en los viejos tiranos
DANIEL FERNÁNDEZ
Como la misma palabra indica, en dos de sus acepciones, una revolución
es una vuelta completa, un regreso al punto de partida, o bien el giro
de un cuerpo sobre su eje. Y aunque en la vida social la revolución se
entiende como una ruptura brusca del orden y un cambio radical, a la
larga la historia demuestra que esa revolución, esa promesa de cambio y
redención, al poco tiempo se convierte en más de lo mismo, y a veces el
cambio es para peor, para mucho peor.
De eso los cubanos tenemos una larga experiencia, aunque otros países de
América Latina han visto también en carne propia cómo los paladines de
la justicia obrera y campesina se convierten en reyezuelos déspotas que
pretenden y logran eternizarse en el poder.
Muchos dicen que eso va en la esencia latina, que es la herencia maldita
del caciquismo, del caudillismo. Es posible, el entronque cultural en la
América Latina no parece haber sido saludable. Ha sido un poco más feliz
en el mundo angloamericano, donde una revolución independizó a las
colonias británicas de su metrópoli originando lo que habría de ser
Estados Unidos. Sin duda ese país estableció un sistema que ofrece mayor
protección al individuo que la que ofrecen los países hispanos.
Suele decirse que la revolución como Cronos, devora a sus propios hijos,
aludiendo a un episodio de la mitología griega. Y así parece ser. Para
no remontarnos demasiado, la Edad Moderna comienza con la revolución
francesa que llevó a los reyes y nobles a la guillotina, y poco después
sus líderes también fueron guillotinados, Danton, Robespierre,
Saint-Just y otros sufrieron las consecuencias del fanatismo
revolucionario que ellos mismos desataron. Lo irónico del caso es que el
proceso culminaría con el ascenso de Napoleón que convirtió a la
república en un imperio.
Algo similar podemos ver en décadas más recientes en la Alemania de
Hitler, la Italia de Mussolini o en la Cuba de Castro que del socialismo
nacional (siglas de nazi en alemán) pasaron a las ambiciones imperiales
en África y otros continentes.
Pocas revoluciones han sido tan maravillosas y tan sangrientas como la
mexicana. Grandes figuras surgidas del ejército, del pueblo y hasta del
clero, van quemando etapas al frente de ejércitos de alzados o del
gobierno de turno. De Pancho Villa a Maximiliano, de Madero a Juárez, de
Carranza a Zapata, de Hidalgo a Morelos, la historia de la revolución
mexicana es una verdadera epopeya que ha dado lugar a obras maestras del
cine y la literatura, y su ciclo no ha terminado.
Quizá sea ese el aspecto más positivo de las revoluciones, el legado
artístico y literario que genera. El naufragio de la revolución
bolchevique, en la que un zar inepto fue sustituido por tiranos muy
efectivos como Lenin o Stalin, quedó plasmado en obras imperecederas del
cine y la literatura. Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko llevaron a la
pantalla la épica revolucionaria con todo y horrores, mientras que en
literatura Babel, Bulgakov, Pasternak o Solzhenitsin contaban las
monstruosidades y absurdos de los nuevos zares.
Retrataron los rusos uno de los fenómenos revolucionarios que más me
llaman la atención: el fanatismo de las masas y hasta de los
intelectuales. En la ortodoxia marxista, se llama período del "culto a
la personalidad" a ese delirio colectivo en el que pueblos enteros
adoran al opresor con el mismo fervor que un sádico sexual adora al que
lo tortura. Me hace pensar si no será que la psiquis humana está
organizada de esa manera.
Me asombra ver cómo los fanáticos de las revoluciones encuentran justo
el que los caudillos se apoderen de las propiedades de los ricos y se
enriquezcan a costa del pueblo. No logro entender cómo les parece justo
que alguien disfrute por la fuerza del fruto del trabajo de otros. ¿Por
qué le dan más mérito al que se apodera de una mansión o hacienda con un
rifle en la mano y no al que lo hace a través de su esfuerzo personal o
mediante negocios, por dudosos que estos pudieran ser?
La paradoja se manifiesta en todo su esplendor con el pasar el tiempo y
los líderes impolutos del pueblo se vuelven iguales o peores que los
poderosos que derrocaron, cuando los Ortega se vuelven los Somoza. Se
les descubren tropelías de todo tipo, desde narcotráfico y nepotismo
hasta malversación y asesinato de rivales, para no entrar en el destrozo
de la Constitución y un total desprecio por los Derechos Humanos. Lo
vemos todos los días en Cuba y Venezuela con gobiernos totalmente
arbitrarios y de profunda humillación al pueblo.
En Nicaragua, Daniel Ortega ha cambiado el marxismo por el cristianismo
en su lema de campaña y también pretende eternizarse en el poder. En
Bolivia, Evo Morales busca cambio constitucional para seguir montado en
el trono, mientras que en Brasil, la presidente ha sido destituida por
corrupción.
Tampoco las recientes revoluciones de la "primavera árabe" ofrecen un
panorama esperanzador, pero prefiero no apartarme de los ejemplos más
cercanos.
Hasta ahora, la única revolución bella y positiva es la de las flores,
que aparecieron en el planeta hace unos 130 millones de años, y desde
entonces han revolucionado al mundo con olores, colores, y sabores al
convertirse en frutas y vegetales.
En cambio, las revoluciones humanas tienen un desagradable olor a
sangre, el espantoso color de la injusticia y el amargo sabor de la
muerte. Tanto padecer para llegar a lo mismo, y a veces a peor, sobre
todo en América Latina que en los años de 1950 iba hacia un progreso que
se ha visto frustrado por guerrillas, populismos, corrupción y tiranías.
El deterioro físico y moral de Cuba y Venezuela son dos ejemplos
brutales de cómo ese afán de liberación se ve castrado por el egoísmo y
la egolatría que convierte al guerrillero en un tirano.
Es posible que los historiadores, desde sus cómodos despachos, especulen
y encuentren algo positivo al final de los períodos revolucionarios,
pero una opinión muy distinta tendrían los 20 millones de rusos que
murieron durante el gobierno de Stalin, los cientos de miles de víctimas
de la guerrilla colombiana o peruana, o los millones de cubanos que
durante más de medio siglo han sufrido un gobierno sin escrúpulos que ha
robado, asesinado y mentido sin piedad, separando las familias y
destruyendo el país física y moralmente.
Quizá de las revoluciones lo más valioso, repito, sea su reflejo en las
artes y la literatura. Antes que anochezca, Enamorada, El acorazado
Potemkin, El maestro y Margarita, El primer círculo… son obras maestras
terribles y fascinantes.
La revolución, como tantos mitos que guían al hombre en su paso por la
historia, sigue atrayendo a los jóvenes que creen que es posible
arreglar el mundo, que "sí se puede". Lo vemos en España con tanto apoyo
al partido Podemos, a pesar de que sus dirigentes participaron en el
descalabro venezolano. Pero también lo vemos en Cuba, donde algunos
creen que hay que hacer "otra" revolución…
Esos nuevos revolucionarios que pregonan la "igualdad" y creen que todo
se resuelve con quitarle el dinero a los ricos, me recuerdan una escena
de Los de abajo, de Mariano Azuela: Un campesino llega agitado a otro
que está trabajando la tierra para comunicarle que ha estallado la
revolución. El otro campesino, para quien las circunstancias materiales
no han cambiado mucho desde que comenzó la escabechina, se quita el
sombrero, se rasca la cabeza y pregunta: "¿Pos no dicen que ya la hicimos?"
Periodista y crítico musical
Source: La revolución, el mejor camino para que los nuevos líderes se
conviertan en los viejos tiranos | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article108518547.html
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