lunes, 11 de julio de 2016

La complicidad de los encubridores

La complicidad de los encubridores
[11-07-2016 14:17:52]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Mucho se ha dicho sobre la corrupción. A
estas alturas no quedan demasiadas dudas acerca de la enorme
responsabilidad que le cabe a los que comenten esos delitos cuando se
apropian indebidamente del dinero que la gente aporta permanentemente al
Estado vía impuestos.
Esa vil canallada, que se replica a diario en casi todo el mundo, tiene
culpables directos que deben asumir las consecuencias de sus decisiones,
pero también existen alrededor de ellos, otros ruines personajes cuya
participación resulta imprescindible para que aquellas andanzas sean tan
cotidianas.

El bandido siempre está rodeado de personas que juegan un rol
preponderante y que normalmente se prefiere pasar por alto, a veces por
excesiva ingenuidad, otras tantas por subestimar la relevancia de esas
actitudes adicionales y en otras ocasiones simplemente por compasión,
evitando involucrar demasiado a quienes se considera sujetos secundarios
de estas trasgresiones tan patéticamente habituales.

En primer lugar habría que observar detenidamente el accionar de los
colaboradores directos, esos que conocen con precisión los movimientos
de ese funcionario que transita el camino indebido. Ellos saben
perfectamente que hace, con quienes habla y cuáles son sus rutinas
específicas. No son necesariamente personas de gran jerarquía. A veces
un ayudante de escalafón inferior se convierte en conocedor pleno de la
realidad, cuando no en coparticipe, de cada una de las correrías de ese
crápula.

Es trascendente también no desligar a los propios superiores de los
corruptos que también tienen contundentes incumbencias respecto de lo
sucedido. Es que se puede delegar tareas en subalternos, pero jamás se
transfiere la responsabilidad final. Quienes deben supervisar no pueden
jamás aducir desconocimiento absoluto. Por acción u omisión, ese error
tiene un costo, y desentenderse como sin más, no parece ser aceptable.
No existe excusa que justifique dejar pasar semejantes despropósitos.

Pero tampoco es saludable hacerse los despistados frente a tanto descaro
y habrá que decir entonces que la sociedad en su conjunto también debe
asumir con hidalguía su significativa cuota de responsabilidad frente a
lo sucedido en cada circunstancia sombría que se termina descubriendo.

La ciudadanía en general, con su indisimulable apatía, su indiferencia
evidente, su inocultable desinterés, construye paso a paso los pilares
vitales que se terminan convirtiendo en los aliados estratégicos
centrales de los que cometen fechorías adueñándose de las arcas del
Estado. Nada de eso podría ocurrir, de ese modo tan burdo, si la
sociedad tuviera menos tolerancia frente a estos inaceptables delitos.

El funcionario corrupto no toma la decisión explícita de delinquir
graciosamente para enriquecerse, sino que lo hace porque tiene un
contexto enormemente favorable y tiene entonces en cuenta que contará
con la valiosa colaboración de algunos que expresamente contribuyen con
la consumación del ilícito, con otros que se harán sistemáticamente los
distraídos y obviamente también supone que la abúlica comunidad en la
que reside hará su parte renovando su eterno silencio.

Se sabe que la corrupción no es un fenómeno coyuntural, sino que obedece
a causas mucho más profundas que explican su complejo entramado
estructural. Es por eso que su ocurrencia no depende solo de la voluntad
del delincuente, sino de otras circunstancias que lo posibilitan y
facilitan.

La red de corrupción que gira en torno al Estado y los gobiernos no será
desmantelada gracias a la optimización en la selección de funcionarios
más honestos e íntegros. Pretender que así sea no solo demuestra un
infantil voluntarismo sino que se constituye en una demostración de
ingenuidad intelectual e incomprensión de la evidencia empírica que se
verifica a diario.

Si realmente se quiere destruir la matriz de la corrupción se debe ir a
fondo y hacer reformas con mayúsculas, para que robar no sea posible,
para asegurarse que todo no dependa de la moral media del funcionario de
turno, sino de la efectiva inviabilidad para concretar delitos contra
los contribuyentes.

Hasta tanto se comprenda acabadamente la dinámica de la corrupción y se
encare con inteligencia la batalla final que logre destruir su núcleo
duro, se debe empezar a trabajar concomitantemente en otros aspectos,
que no resolverán el problema pero ayudarán a mitigar su gravedad
durante algún tiempo.

Nadie puede esperar que seres esencialmente corruptos cambien su
concepción moral de la noche a la mañana. Evidentemente estos cínicos
criminales creen que saquear al resto de los ciudadanos es algo
correcto, por eso lo hacen, apelando al recurso de "salvarse para
siempre" con esos dineros que intentarán acumular durante sus acotados
mandatos.

Pero si se puede apelar a una severa y genuina autocrítica de los
ciudadanos que periféricamente colaboran, tácita o explícitamente, con
ese temible delincuente de "guantes blancos" que parapetado en un
escritorio, vistiendo ropa elegante, se atribuye la potestad de quedarse
con lo ajeno.

Ellos pueden revertir parcialmente la historia. Lo pueden hacer mañana
mismo, denunciando a esos corruptos sin pudor, exponiéndolos
descaradamente, quitándoles la protección que a diario le suministran, a
veces sin querer y otras veces por temores infundados.

Combatir la corrupción requiere de coraje, de valor y de determinación.
Los refinados forajidos que pululan en la administración estatal cuentan
con que nadie tiene la valentía suficiente para confrontarlos. Tal vez
sea este el momento de elegir entre seguir dándoles la razón y
esconderse nuevamente, como tantas otras veces, o definitivamente dar
vuelta la página abandonando para siempre la complicidad de los
encubridores.

Source: La complicidad de los encubridores - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/57838e703a682e12344395e0#.V4PH_rh95h0

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