La revolución pudo haberse escapado por la alcantarilla
Lunes, Agosto 12, 2013 | Por Manuel Cuesta Morúa
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org. El turismo revolucionario es
una práctica del primer mundo. Como lo es el turismo-turismo. Los
revolucionarios del segundo y tercer mundo no tienen ni tiempo ni dinero
para pasear por el globo a poetizar la miseria congelada por esas
violencias que triunfan en nombre del pueblo.
Debo dejar sentado en seguida que primer, segundo o tercer mundos no
siguen para mi criterios geográficos. Todos los países los combinan a su
manera, y siempre en términos relativos. En Cuba también hay un primer
mundillo. De modo que los que se dedican al turismo de la revolución
provienen de cualquier latitud, compartiendo todos tres cosas: una
ceguera frente a la realidad social, un desprecio antropológico por los
pobres que inevitablemente generan las revoluciones y una billetera algo
abultada.
Pero últimamente me llama la atención un dato: la pérdida de
sensibilidad higiénica en los turistas revolucionarios . Porque Cuba es
el país sucio del mañana. Me pregunto por eso cómo desde el status de
primer mundo se puede defender una revolución mugrienta. Es posible
estar del lado de los nacionalismos, los populismos o los indigenismos,
con independencia de su calidad aséptica. De las revoluciones
antihigiénicas, no.
Cuba, la higiene y el turismo revolucionario
Quien visite cualquier parte de Cuba debe espantarse, excepto en
pequeños pueblos o en pequeñas ciudades como Cienfuegos, por sus olores
fétidos. Es como si Cuba se estuviera aventando ininterrumpidamente para
evacuar los gases de una digestión lenta, opípara y pesada en virtud de
la calidad de los alimentos que ingiere. Solo que en este caso se trata
de desechos públicos que quiebran la capacidad media para resistir la
putrefacción ambiente.
Un país sin baños para viandantes, sin agua ni jabón para lavarse las
manos después de una incursión por cafeterías o restaurantes, sin
servilletas o papel sanitario en lugares públicos, sin una recogida de
basura medianamente eficaz, con portales que acumulan tres décadas de
suciedad, con edificios a medio derrumbar que sirven de posadas a
jóvenes parejas sin espacios privados para el placer sexual, con
ómnibus-baños en la madrugada, con hospitales y policlínicas listos para
transmitir infección, todo dentro de un clima tórrido que sintetiza las
excrecencias naturales entre el calor y la humedad, un país así no puede
atesorar un proyecto de futuro.
Lo que distingue a las utopías es la higiene. Si no pensemos en el
vocabulario fundador de las revoluciones: en todo momento asocian el
pasado que destruyen con lo podrido, intentando comenzar por una especie
de higienización de la sociedad para edificar el país pulcro del día
después. Todo en ellas parece reducirse a la sanidad y a la higiene: a
la higiene mental, la relación difícil de los totalitarismos con la
locura se parece a la de la aristocracia con la peste; a la higiene
social, la separación y el aislamiento del delincuente son igualmente
reacciones patológicas para los constructores de utopías; y a la higiene
del cuerpo, pensemos en la obsesión con la salud en un tipo de sociedad
que piensa que sus súbditos siempre están enfermos. Estas higienes son
básicamente técnicas de control y disciplina totalitarios que no
deberían permitirse fisuras. Sin embargo, todos estos ámbitos de
trabajo sanitario están colapsados. El número de enfermos mentales no
cesa de crecer, la población delincuencial es casi endémica y los
enfermos atestan las estadísticas. Del lenguaje, ni hablar.
Desarrollo impensable
Que las utopías sean improductivas, bueno eso no es un gran problema;
las tensiones de la productividad y del consumo son teóricamente
extrañas a las revoluciones del futuro. Que son poco imaginativas, pues
no importa; la imaginación es un rasgo individual que, en su esencia,
amenaza la coherencia y el núcleo rígido de poder de los constructores
de pueblos. Lo que sí debería ser una señal alarmante es la suciedad
prosaica de la ciudad utópica cubana. Como una muestra de su salubridad
su gente debería andar con ropa zurcida, pero limpia; como recomendaba
mi abuela.
Y lo peor de Cuba no es la hediondez de la faena diaria, sino un tipo de
suciedad medieval que se nota en cuatro rasgos: la acumulación de
inmundicias, la indiferencia como inmunizada de todos frente al plus
desecho de la ciudad, la cercanía de los centros que dicen procesar los
detritos a los espacios poblacionales y la ausencia de infraestructura
moderna para el reciclaje de la basura. Como en el Medioevo, las
sentinas están muy cercas del dormitorio y es fácil la confusión entre
agua potable y agua albañal.
¿Por qué el turismo revolucionario no se da cuenta que la revolución
cubana pudo haberse escapado por la alcantarilla? Llegar a La Habana,
Holguín o Santiago de Cuba y tener que beber agua embotellada, vendida a
precios inaccesibles para quienes supuestamente se hizo la revolución,
debería ser la prueba suprema de que sin higiene es imposible desandar
por las pretendidas calles del futuro. También rotas y grasientas.
Source: "La revolución pudo haberse escapado por la alcantarilla |
Cubanet" - http://www.cubanet.org/?p=47768
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