martes, 24 de julio de 2012

Quien acepta la censura termina siendo censor

Quien acepta la censura termina siendo censor
Martes, Julio 24, 2012 | Por Ernesto Santana Zaldívar

Entre los creadores de nuestro país, difícil sería encontrar a uno tan
singular como Pedro Luis Ferrer: un artista de una contribución
sostenida a la música popular cubana en los últimos cuarenta años; que,
no obstante, fue ruidosamente silenciado en nuestros medios masivos
cuando alcanzaba su madurez como creador, sin que eso haya podido
menguar su desarrollo ni su inventiva; que asombrosamente ha mantenido
intacta su popularidad sin dejar de ser fiel a su conciencia ni a su
arte y que, para más inri, sigue viviendo en Cuba.

Aunque su formación fue más autodidacta que académica, estudió guitarra
con Leopoldina Núñez, solfeo con Juan Elósegui, orquestación con Adolfo
Guzmán, canto con Danilo Orozco e incluso recibió clases de guitarra de
Jesús Ortega en la Escuela Nacional de Arte. Muy joven aún, estuvo en
cuartetos como Los Nova, Los Dada, Los Dimos y Tema IV, y en el grupo
Los Francos, además de formar un efímero dúo con Sara González. Según
propia confesión, la mayor influencia en sus primeros tiempos como
solista fue Atahualpa Yupanqui ("lo imité por mucho en la composición"),
pero también ha dicho lo decisivo que resultó para su formación la obra
de Carlos Puebla y de Silvio Rodríguez. Sin embargo, fue una suerte
haber tenido cerca, en su natal Yaguajay, entre otros, a un hombre como
Eduardo Martí, "un enorme tocador de guitarra y tremendo tresero
también, que nunca quiso irse para La Habana". Recuerda Pedro Luis
Ferrer que, tras sus primeras apariciones en la televisión, cuando iba
de visita allá, se burlaban de él porque, "para ellos, salir en la
televisión era una especie de rebajamiento. Eran muy irreverentes y eso
me marcó mucho. A Eduardo Martí le propusieron contratos para ir a tocar
en muchos lugares y jamás salió de Yaguajay. A ellos lo que les
importaba era hacer buena música, tocar bien y ser felices", cuenta en
No me voy a defender, un documental rodado en el año 2000 por Ismael
Perdomo.

Y hacer buena música, cantar y tocar bien y ser feliz fue siempre
también la dedicación de Pedro Luis Ferrer. Según Danilo Orozco, en el
Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana, en su obra "se dan
referentes de los modelos y códigos expresivos del centro de la isla,
reinsertados en un amplio espectro de procesos asimilados en su
creatividad individual", y es "un guitarrista virtuoso que, sin embargo,
no abusa de ese recurso", caracterizado por "su peculiar 'nasalismo' y
la naturaleza de su poderosa y comunicativa voz, por no hablar de las
canciones-sones y guarachas salpicadas de novedosos contrastes
rítmico-armónicos".

En 1981 sucedió un verdadero salto en su carrera cuando creó su propio
grupo, con el que introdujo una sonoridad muy novedosa. Comenzaron a
nacer así los frutos de su ardua formación y de su fértil creatividad, y
empezó Pedro Luis a guarachar en grande y su popularidad tocó techo.
Pero sabía muy bien lo que estaba haciendo: "los textos festivos de la
guaracha se rigen por una lógica histórica, no arbitraria; están
determinados en medida considerable por la conciencia festiva histórica.
El ingenio del creador cuenta con esa libertad concreta del sentido
humorístico del cubano, cuya esencia es diferente a la de otros pueblos
de América. El son y la guaracha tienen su propia poética y para evaluar
su calidad y desarrollo debemos situarnos dentro de su lógica histórica
esencial". No conforme con renovar la guaracha —género que Miguel
Matamoros, Ñico Saquito y Carlos Puebla, entre otros, habían elevado a
la cumbre de la música cubana—, entró con la llave correcta lo mismo en
la conga, el guaguancó, la canción, la música campesina o el son como en
la música de concierto, dejando siempre su inconfundible marca personal
en cada labor.

Según Margarita Mateo (escritora y académica hoy, antaño fundadora del
Movimiento de la Nueva Trova), hay una zona de su creación que retoma
una fuerte tradición de la música popular, uno de cuyos centros "es 'el
diablillo del choteo cubano', como nombró Fernando Ortiz a esta actitud
típica del cubano. Ya sea a través de guarachas, de movidos sones, de
las denominadas por él 'changüisas', u otras formas musicales, Pedro
Luis incorpora a sus textos muchos de los códigos del choteo en la burla
crítica y sancionadora del entorno social, lograda a través de la
palabra riente y tendenciosa, los juegos con el lenguaje, los vocablos
de doble sentido y toda una amplia gama de recursos que establecen un
diálogo constante con la realidad social cotidiana, captando el costado
jocoso y risible de su acontecer". En cuanto a la guaracha, para él
sería imposible hacerla sin los coros. "No es lo mismo", dice en el
documental de Perdomo, "no me da placer cantar una guaracha con una
guitarra nada más". Y precisa: "El contenido del tumbao de un bajo es
tremendo… Y lo que hace el tres. Son aportes a la festividad de la
guaracha".

De pronto, en los primeros ochenta, con poco más de treinta años, el
artista triunfador que viajaba el mundo pareció echar su éxito por la
borda y suicidarse para la cultura oficial. Ocurrió sencillamente que,
en un viaje que hizo al exterior, le respondió a un periodista lo que
pensaba. Sus palabras resonaron como una bomba. Si Pedro Luis Ferrer
está muy claro en lo que dice con su música, la nitidez de lo que dice
como simple ciudadano es similar. ¿Qué artista cubano que viva en el
país se atreve a hablar (como hizo él en una entrevista con Reinaldo
Escobar para la revista Consenso en 2005) "de un diseño totalitario que
tiene su propia velocidad, como la tuvo el fascismo con Mussolini o el
nazismo con Hitler o el totalitarismo comunista con Stalin? Unos se
mueven más a la derecha o más a la izquierda. No puede haber caudillismo
sin caudillistas y la censura está entronizada en el diseño mismo del
estado". Y, para que no quedaran dudas: "Uno de los resultados de este
entramado es que, mucho más allá de la censura, todo esto que estoy
diciendo aquí puede ser catalogado fácilmente como un acto de
disidencia. Pero al disidente lo creó el totalitarismo".

En esa entrevista, comenzó diciendo que "en primer lugar, quiero
agradecer a la revista Consenso porque ningún periodista de los órganos
oficiales se atreve a venir aquí a hacerme una entrevista, como si uno
padeciera de la peste o como si no existiera. Es estimulante ver que
ustedes hayan decidido hacer otra cosa y no hayan aceptado sumisamente
ese nivel de obediencia que se ve en el periodismo cubano de estos años
y que lo hayan hecho con moderación, porque en la contención está la
verdad". Habló también de por qué se consideraba un "emigrante
eventual": viviendo en Cuba, se gana la vida trabajando fuera del país,
ya que, si no, no podría comprar equipos y ni siquiera repararlos. Sin
embargo, confiesa que "preferiría ganar ese dinero en Cuba", pero no
puede hacerlo debido a "muchas disposiciones, o mejor dicho,
indisposiciones administrativas". Y define: "La gente no se convierte en
emigrantes económicos solo cuando se marchan para siempre de Cuba, sino
que muchos también somos emigrantes económicos aun cuando vivimos aquí".

En cuanto al tópico de la "cubanía", en su conversación con Escobar,
demuestra su llana lucidez cuando asegura: "Yo soy un artista cubano,
pero ni siquiera tengo un compromiso estético con el proceso de la
cubanía. Yo soy el cubano que quiero ser, siempre lo he dicho, y de la
música cubana tengo derecho a decantar lo que me interesa y lo que no, y
hay muchas cosas que no me interesan. Mi objetivo no es ser cubano
porque considero que eso no es una virtud, sino un accidente. La
tradición me interesa como un instrumento de comunicación. Pero algo que
el pueblo no practica ni atiende ya no es una tradición. El danzón es el
baile nacional cubano, pero en verdad ¿quién baila danzón en Cuba?"

Si de algo no hay dudas al hablar de Pedro Luis, más allá de su visceral
compromiso artístico, es que está entre quienes procuran un país mejor y
es de los artistas que no temen hablar de "política" porque tiene claro
que los ciudadanos somos el combustible de la política, que no hay que
ser político para opinar de los que quieren, no solo gobernarnos, sino
decirnos qué tenemos que pensar. Pero tampoco se cree excepcional: "Yo
no soy gordo solamente. Soy un hombre trigueño también, tengo barba, me
gusta comer. Por eso, calificar a una persona de disidente es como decir
que solo te dedicas a eso". Y puntualiza: "Disentir es la cosa más
natural del mundo. Lo que pasa es que el término se usa peyorativamente
en un medio donde lo más natural es que siempre se diga que sí, aun
cuando estés pensando que no, en un ambiente de hipocresía".

Fiel a su maestro en Yaguajay, no se ha doblegado a la seducción de los
medios masivos, sobre todo la televisión, pues sabe bien que siempre hay
una diferencia entre la imagen que se divulga y lo que es en realidad el
artista, e incluso se atreve a aseverar que "ellos te ponen y te quitan
cuando les da la gana, pero eso no quiere decir que tú dejas de hacer
música, que tú dejas de pensar. Nunca me he considerado un hombre
prohibido porque nunca me he prohibido a mí mismo". Sin embargo, pocos
músicos han podido, como él, vivir la experiencia de que canciones suyas
que jamás han sido pasadas por la radio ni la televisión, sean coreadas
en un concierto por dos mil cuatrocientas personas.

Para él no cabe el menor titubeo: si hay canciones que no puede cantar
en la televisión, no irá a la televisión, pues: "Martí dijo una vez:
Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos". En definitiva, no
le resulta fácil entender que aquí haya unas pocas personas que tienen
la mayor libertad para decir lo que piensan y otros muchos que no la
tienen. "Alguien dijo que 'nadie sabe el pasado que le espera'. Esta
realidad la hemos construido todos juntos", dice, "y es legítimo
deshacer lo que hicimos cuando entendemos que está mal. Hay quien
pretende poner las verdades políticas por encima del ser humano, pero yo
me niego a eso. Todo lo que atente contra las libertades humanas, contra
las posibilidades del hombre de expresarse en todos los sentidos de la
vida, en la política, en la economía, la religión, el arte, en todo, y
ser feliz, para mí, no está bien".

En la citada entrevista, pese a todo su buen humor, Pedro Luis Ferrer se
reconoce pesimista porque no considera que el futuro sea fácil, aun con
el logro de la libertad. "Toda sociedad no está capacitada para
transitar por un proceso de diálogo y de respeto a la otredad". Sus
temores parten del presente, porque ahora y aquí se ha entronizado un
poder "con una elevada cultura de violencia y mucha ascendencia sobre la
sociedad a través del chantaje y de un pasado común de errores. ¿Qué es
un mitin de repudio, donde unas personas golpean a otras porque piensan
diferente?" Debido a eso, aboga por que en el arte, el periodismo, la
literatura, haya personas sensatas con capacidad para hacer reflexionar
con objetividad. "Transformar la sociedad requerirá sacrificios, pero
también mucha sensatez y mesura. No creo que la transición sea algo que
se vaya a hacer, es algo que ya se está haciendo y ha empezado por la
mente de quienes se están dando cuenta de todo".

No es este un hombre que se alimente de amarguras y frustraciones. Por
escribir, ha escrito incluso varios cuentos y hasta una novela, pero la
música ocupa tanto tiempo en su vida que no ha podido dedicarle a la
literatura la concentración que requiere. Aunque "quizás algún día
encuentre sosiego para eso". De todas maneras, sin importar cuánto haya
sido apartado de su público natural, reconoce convencidamente que "estos
años han sido muy provechosos para mí: he trabajado más que nunca:
pienso que he evolucionado para bien". ¿Cómo dudarlo? Pedro Luis Ferrer
puede cumplir sesenta años sin cargos de conciencia, sin necesidad de
defenderse, sin dejar de entregarse por completo a su vocación vital,
sin defraudar jamás a la mayor parte del incalculable público que sigue
con fidelidad su obra pese al enorme muro de silencio.

Y sin callarse nunca. En unas décimas publicadas junto con la entrevista
concedida a la revista Consenso, además de los versos quien acepta la
censura / termina siendo censor, concluye con otros más incómodos: La
censura es el poder / que puede no divulgarte / y no le importa ni el
arte / cuando trata de vencer. / La censura es Lucifer / y el que trata
con el diablo / termina usando el vocablo / que está en boga en la
caldera, / saludando la bandera / que se impone en el establo.

http://www.cubanet.org/articulos/quien-acepta-la-censura-termina-siendo-censor/

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