Nostalgia por el té ruso
Miércoles, Mayo 23, 2012 | Por Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -Estoy por pensar que los cubanos
somos unos malagradecidos. Son pocos aquí los que se acuerdan de aquel
té negro ruso que se vendía en sobrecitos, a diez centavos cada uno, en
cualquier farmacia del país.
Han pasado los años, y yo, lo confieso sin vergüenza alguna, me
acostumbré tanto a él que aún lo sigo extrañando. No faltaba en mi
cocina por nada de este mundo, y mucho menos en los timbiriches del
Estado, que como no tenían mucho que vender y escaseaba tanto la
cubanísima tacita de café, nos calmaba con los vasitos de té negro,
aunque muy mal preparado, para seguir en la lucha por el socialismo.
Estoy segura de que muchos de mis compatriotas contemporáneos que
vivieron esos años en Cuba y aún están en este mundo, no importa si en
el exilio o en la Isla, me darán la razón. Aunque su sabor al
principio nos resultó raro y amargo, ajeno a nuestro paladar caribeño
acostumbrado al café, poco a poco nos fuimos adaptando, y el té negro
ruso logró ocupar un lugar cimero en aquel período –los primeros 30
años de dictadura castrista– en que sobrevivimos gracias a los subsidios
que le brindaba la descuajeringada URSS a su única colonia en el Nuevo
Mundo.
No había una reunión de amigos o tertulia poética, en las que no
estuvieran presentes las tazas, vasos o lo que hubiera, de té negro; con
hielo, durante el verano, y caliente en el invierno. Aquel té ruso, casi
milagroso, lo mismo nos servía para mantenernos despiertos, que para
silenciar las tripas del estómago para hacernos olvidar que teníamos hambre.
Recuerdo una de mis lunas de miel, que celebré en mi casa durante toda
una semana, solo con amor, té negro ruso y huevos duros, porque no había
otra cosa. Hacía milagros aquél dichoso té, que desapareció alrededor de
1989, cuando el imperio fundado por Vladimir Ilich Lenin comenzó a
desmoronarse, para felicidad de tantos millones de personas, aunque no
para los cubanos, que continuamos sin libertad y con mucha menos comida,
tras el comienzo del Periodo Especial, que oficialmente aun dura.
Hoy, nadie nos manda té negro. Ni nuestros amigos chinos, con su
floreciente capitalismo de Estado, ni los bolivarianos venezolanos, con
su petróleo, han sido capaces de enviarnos un té como aquél, muy
diferente a esos que saben a jazmín, limón, manzanilla, o a esos otros
que, según dicen, son anti estrés.
Tan importante en mi vida fue el té negro ruso, que, hace un año,
conversando con un caraqueño en el Parque Central de La Habana, sobre la
ayuda que nos brindaba su país, lo dejé con la boca abierta y sin
comprenderme, cuando al despedirme le dije: Y el té negro, compa, ¿dónde
está? Pensaría que estaba loca.
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