domingo, 17 de julio de 2011

Topografía del terror

Publicado el domingo, 07.17.11

Topografía del terror
Carlos Alberto Montaner

Berlín – Los alemanes no quieren olvidar el horror. Hacen bien. El
arrepentimiento no consiste en ignorar los crímenes propios, sino en
tenerlos presentes a cada momento, para que el dolor y la vergüenza nos
impida volver a cometerlos. Esa es la función de la culpa.

Berlín no sólo es la capital de Alemania: también lo es de la pena que
hoy siente esa sociedad alemana actual por los crímenes cometidos por
las generaciones de los nazis y de los comunistas. En una plaza
especialmente hermosa de la ciudad hay un edificio esbelto que lleva el
nombre de "Topografía del Terror". Más que un museo es un latigazo en la
conciencia. Alberga explicaciones claras y pedagógicas de cómo los nazis
tomaron el poder en 1933 y de las instituciones que luego desataron la
más cruel carnicería de la historia: la Gestapo, las SS, el siniestro
circuito de campos de concentración donde exterminaron a millones de
personas. En las paredes, junto a Hitler, están sus principales
cómplices: Himmler, Goering, Eichmann y el resto de la banda criminal.

Hay una sección especial dedicada a las víctimas. En primer lugar,
claro, están las razas enemigas encabezadas por los judíos. Los nazis
los odiaban y los responsabilizaban de casi todos los males que
aquejaban a la sociedad. Mataron a seis millones. No los exterminaron a
todos porque los aliados lo impidieron, pero ese era el propósito.
Borrarlos de la faz de la tierra. Los gitanos eran la otra etnia
destinada a la extinción. Más que odiarlos, los despreciaban como seres
subhumanos. Varios cientos de miles fueron asesinados en los campos de
la muerte.

Junto a las razas enemigas estaban las personas "defectuosas" por sus
taras biológicas: los discapacitados y los homosexuales. Para los nazis,
la homosexualidad era una desviación de la normalidad biológica que se
corregía con la muerte. Junto a ellos comparecían los enemigos del
Estado, especialmente los comunistas, porque dentro de las rabiosas
fantasías ideológicas de la tribu nacional-socialista, pese a las
numerosas coincidencias que la acercaba a los marxistas-leninistas –el
culto por el Estado, el desprecio a las libertades individuales y a las
instituciones liberales, el apego a la planificación económica, la
subordinación al caudillo–, los comunistas eran los enemigos políticos
principales y se les debía reeducar o matar sin contemplaciones.

El extraordinario Museo Judío de Berlín tiene una belleza sobrecogedora
en la que la Estrella de David se ha descoyuntado en pasillos y galerías
de piedra iluminados por altos ventanucos. Ahí se cuenta la cruel
historia de una persecución milenaria organizada por los cristianos
desde el siglo IV, cuando la secta se convirtió en la religión oficial
de Roma y comenzaron a martirizar a sus antiguos compañeros de la
sinagoga, creando una tradición de horror que culminó en el nazismo
muchos siglos más tarde. Hay una galería, la de las "Hojas caídas",
Shalekhet, donde uno camina sobre rostros de metal desfigurados por un
rictus doloroso, del tamaño de platos, cuyo ruido transmite la punzante
agonía intermitentemente padecida desde entonces por el pueblo judío.

En su afán de no olvidar, los alemanes, sabiamente, han dejado en las
calles el trazado del muro levantado por los comunistas para impedir la
huida de los berlineses rumbo a Occidente. Es una cicatriz de piedra que
recorre la capital de Alemania, interrumpida a trechos por restos de
aquel infame paredón que semejaba una llaga abierta sobre la espalda de
la sociedad. A veces esa dolorosa huella coincide con placas de metal
incrustadas en el suelo que recogen los datos estremecedores de judíos
asesinados por los nazis cercanas a las de los alemanes asesinados por
los comunistas cuando trataban de escapar. Dios cría a las víctimas y
ellas se juntan. Lo mismo sucede con los criminales.

La cárcel de la Stasi, la temible policía política de los comunistas,
sucesora de la Gestapo de los nazis, y a la que tanto se parece, está
hoy abierta al público. Me la enseñó uno de sus guías: un cubano-alemán
llamado Jorge Luis García Vázquez, humilde y brillante, quien la conoció
como preso político y hoy se dedica a mostrarla y a recopilar
información histórica sobre las relaciones entre este monstruoso cuerpo
represivo y los camaradas del mundo entero. Cuando García Vázquez, en
época de la Alemania comunista, fue deportado a Cuba porque descubrieron
que pensaba fugarse, comprobó en la Isla que sus compatriotas seguían de
cerca los métodos represivos de la Stasi. La cárcel política cubana era
un remedo de la alemana. La Stasi era la madre y maestra de la Seguridad
del Estado en Cuba.

"Nunca más", es el grito de las víctimas del siglo XX en todas partes.
"Nunca más", les responden los berlineses. No quieren olvidar. Hacen bien.

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http://www.elnuevoherald.com/2011/07/17/v-fullstory/984550/carlos-alberto-montaner-topografia.html

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