lunes, 25 de julio de 2011

AMBICIÓN SIN RUMBO

AMBICIÓN SIN RUMBO
25-07-2011.
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Para muchos la política es el ÚNICO modo
de cambiar la realidad. Se trata de una temeraria afirmación, pero para
aquellos que creen en ese paradigma, queda claro que participar de la
acción política se convierte en una necesidad, en una forma de
compromiso ineludible para quien se interesa en modificar el rumbo de
los acontecimientos e influir en ellos.

Pero esa, loable finalidad, la de participar, la de ser parte de, la de
involucrarse activamente, tiene sentido si existe un objetivo
previamente establecido y si el sendero del cambio está debidamente
mensurado.

Por obvio que parezca, la inmensa mayoría de los que conforman la
denominada clase política trabajan para el acceso al poder. Argumentan
que si no se llega a él, nada resulta posible. Y probablemente tengan
alguna cuota de razón, aunque no toda. Pero aun asumiendo esa premisa
como válida, el problema es que tanta concentración vinculada a la lucha
por los espacios de poder, consigue vaciar el objetivo, y muchos cuando
llegan a donde querían, ya no recuerdan siquiera porque estaban peleando.

La desideologización de la política le ha quitado contenido a la
actividad partidaria. Todos se han creído el cuento de que lo importante
es la gestión y que los sistemas de ideas son fundamentalmente imprácticos.

En realidad, lo que quieren es evitar compromisos con ciertas ideas, que
los obliguen moralmente a defender determinados valores, y terminar con
ciertas mañas que la política ha instalado, y que no tienen interés en
desactivar porque atenta contra la esencia de la corporación.

Todo el esfuerzo está direccionado a conseguir poder. La lucha, los
recursos, las energías, están puestas allí. Las intrigas, los
movimientos de ajedrez para prever la siguiente jugada del rival y
actuar en consecuencia, sólo apuntan a ganar la partida.

Se ha hecho un culto, exagerado por cierto, de este costado de la
política, necesario, pero no suficiente. Triunfar sirve cuando se sabe
que es un medio para, y no se lo considera un fin en sí mismo.

Y la política contemporánea nos muestra que los dirigentes están
concentrados en el próximo acto electoral, en reunir votos, en conseguir
apoyos y acumular poder, y muy pocas veces en resolver los problemas
para los cuales se supone que la política tiene sentido.

Este fenómeno no es nuevo, sólo se ha exacerbado en las últimas décadas,
y la llegada de un aluvión de mediocres al ruedo, le ha puesto un
condimento adicional, que sólo ha complicado el escenario básico, ya
preocupante por cierto.

Y queda claro que cuando todo el esmero, cuando la totalidad de las
acciones cotidianas están orientadas a ocupar el poder, a conquistarlo,
a expulsar a los actuales detentadores del mismo, de su sitial para
reemplazarlos, o en el caso de los oficialismos, para quedarse
ininterrumpidamente, poca dedicación puede otorgársele a lo importante.

Es tan baja, por momentos, la calidad de los políticos, que ni siquiera
delegan la creatividad, el desarrollo de programas, el estudio profundo
de las cuestiones que merecen atención urgente, a otros, a los
especialistas, a los que pueden contribuir con conocimientos y capacidad
a lo que ellos no desean invertirle tiempo.

Pocos leen, mucho menos estudian, algunos ni siquiera se esmeran en
escuchar a los que saben o tienen algo que aportar. Es tanta la
convicción de que lo importante es acceder a los cargos, llegar al lugar
que sea, que sólo miran ese objetivo como el central, y hasta lo
festejan cuando lo consiguen, olvidando que el poder sirve, en tanto y
en cuanto se convierte en un mecanismo para solucionar asuntos de
relevancia, sino sólo termina siendo un "juguete" para el mezquino
aprovechamiento de las estructuras de siempre.

Esos que sólo se concentran en la búsqueda del poder, lo harán casi
adictivamente. Su llegada a una función, a una posición, a una porción
de mando, sólo es un escalón para el siguiente paso. Para ellos llegar,
es sólo una parada, un hito, porque desde allí, buscarán el siguiente
espacio, una nueva meta que dibujarán en su recorrido, y desde el ámbito
obtenido, diagramarán acciones, esas que suponen, los llevará al peldaño
que viene.

Y no es que tener ambiciones sea algo intrínsecamente malo. Muy por el
contrario, los grandes cambios de la humanidad, las invenciones, los
estadistas y patriotas del pasado, tienen como denominador común una
ambición sin límites. A ellos, los movía un atributo propio de la
esencia humana, que tiene que ver con el "ir por más". Allí no radica el
problema, porque si así fuera deberíamos elogiar el conformismo, la
abulia y la comodidad, y esos sí que son pecados que una sociedad no se
puede permitir si espera progresar y ofrecerle mejores oportunidades a
las generaciones que vienen.

El problema de fondo, no es la ambición. Bienvenida ella. Lo trágico, lo
inmoral, pasa por la ausencia de contenidos, por el vacío ideológico,
por la falta de claridad de rumbos, por metas difusas que buscan algo
sin saber su norte. Si a la política no la enriquecemos con ideas, con
objetivos que tengan que ver con cambiar las posibilidades de una
comunidad, cualquier esfuerzo es en vano.

Pero lamentablemente, el presente nos muestra que así funciona la
política, al menos de eso se trata la dinámica que vemos a diario, y que
en buena medida, explica su creciente desprestigio. Todo es poder, sólo
importa vencer, nadie sabe muy bien con que finalidad real y entonces
terminamos creyendo, que en realidad de eso se trata este juego, sólo de
ganar y de alimentar esta ambición sin rumbo.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=33067

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