Friday, June 10, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) – Si no en cuanto a ganancias
económicas (ya que como aplicador de la ley del embudo, no pierde aunque
no gane con lo que pierde el pueblo), al régimen le vendría bien ordenar
a su aparato de administración pública en La Habana, que algunos de los
miles de inspectores que hoy asedian a los cuentapropistas sean
desviados hacia las shopping , a ver si consiguen despejar el tupido
bosque de adulteración de precios que está floreciendo en este tipo de
tiendas estatales.
Por descontado dejamos la adulteración de los productos, un tema
demasiado viejo, extendido, y al parecer insoluble. Los falsificadores
que se dedican a proveer por la izquierda a las shopping habaneras han
logrado ya un dominio tal de la tarea, que más que vulgares timos, sus
productos parecen obras de un milagro.
El café comprimido sólidamente dentro de sus paquetes, como si lo
envasaran al vacío con tecnología de punta, y la cerveza artesanal,
dentro de latas originales y con el nivel de gas que aplica la
industria, representan apenas un ejemplo entre los cientos de productos
adulterados que debemos pagar como auténticos en las shopping. Ya era
bastante. Pero ahora, además les adulteran los precios.
Es bien difícil, cada día más, encontrar dos shoppings en La Habana que
vendan los mismos productos a un mismo precio. Ni la categoría de cada
establecimiento sirve ya de coartada. Por más que aquí las categorías no
han sido más que eso, coartadas, pues en términos de calidad no se
aprecian distinciones. Con todo, no cuenta a la hora de adulterar los
precios. Tiendas del mismo tipo, pertenecientes a la misma cadena
comercial, y ubicadas por igual en zonas urbanas de idéntico rango,
despachan la misma mercancía a precios diferentes, según el monto conque
cada empleado o administrador decida "multarla".
Es cuando menos desazonador que esto ocurra tan abiertamente, con tan
escandaloso nivel de impunidad, a la vista de todos y con perjuicio para
el bolsillo de tantos, mientras los inspectores del comercio hacen ola,
y a pesar incluso de una regulación institucional que (en teoría al
menos) obliga a las administraciones de los establecimientos a
especificar los precios en tablillas públicas.
Cualquiera pensaría que están aplicando un acuerdo tácito para compensar
a los empleados y administradores de las shopping, los cuales, dicho sea
de paso, han visto esfumarse con la crisis los incentivos que
anteriormente estimulaban su trabajo, sobre todo las propinas, que ya
ningún cliente les da, y algún que otro beneficio que recibían de parte
de sus empresas y que también perdieron.
Lo que descorazona del caso es que otra vez seamos los cubanos de a pie
los que estamos matándonos entre nosotros mismos, como Chacumbele. Desde
arriba matan a los empleados de las shopping, quienes no encuentran un
modo mejor de devolver el golpe, que cayéndole encima a su clientela, el
último eslabón de la cadena.
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