Fernando Pérez: «En Cuba hay cada vez más desigualdad»
El director estrena «Últimos días en La Habana», un homenaje a «Fresa y
chocolate» en el que trata de mostrar «la realidad de la isla sin Fidel
que no se ve en los medios de comunicación cubanos ni extranjeros»
ISRAEL VIANA - Isra_Viana Madrid
07/04/2017 01:34h - Actualizado: 07/04/2017 18:02h.
Desde que Fernando Pérez rodó su aclamado documental «Suite Habana» en
2003 —donde plasmó un día cualquiera en la vida de unos cuantos
habaneros corrientes, sin entrevistas, ni diálogos ni narración, sólo
imágenes, sonidos y música— Cuba ha cambiado mucho. «Creo que hay cada
vez más desigualdad», asegura el director de «Últimos días en La
Habana», la película con la que se ha alzado con el gran premio del
último Festival de Málaga.
A través de la historia de una amistad inquebrantable entre Diego (un
gay, positivo y luminoso que camina hacia la muerte a causa del sida) y
Miguel (un asexual, negativo y oscuro fregaplatos que vive a la espera
de un visado que nunca llega para ir a Estados Unidos), Pérez ha querido
realizar una fotografía «lo más realista posible» de una Habana sin
Fidel que, supuestamente, se mueve hacia el cambio, pero en la que aun
no ha cambiado nada. «Quería mostrar esa realidad que no se ve en los
medios de comunicación cubanos ni extranjeros, el día a día de ese
amplio espectro de la sociedad que vive en unas condiciones cada vez más
duras. Enseñar a ese amplio sector de la población que ha tocado fondo
en lo que a supervivencia se refiere y cuyos valores morales empiezan a
relativizarse», explica.
Como dice uno de los personajes del filme, Yusi, una cubana quinceañera
que habla por los codos y se ha quedado embarazada: «A mí no me da miedo
que el mundo se acabe. A mí lo que realmente me da miedo es que el mundo
siga igual».
—¿De eso habla la película?
No es la única idea, pero forma parte del sustrato fundamental de la
historia. Siento que muchas cosas no están funcionando en Cuba y,
mientras pasa el tiempo, la situación se hace más difícil. Se está
profundizando en la precariedad y se están recrudeciendo las condiciones
de vida. Hay un sector de la población, el que se muestra en el
largometraje, que ha tocado fondo. Aliviar, solucionar o equilibrar esa
situación va a ser un proceso muy largo para los cubanos.
—¿Y que quería contar exactamente?
—Primero, la relación entre los dos protagonistas, porque siendo tan
diferentes logran una comunicación. La amistad está por encima de todos
sus conflictos y diferencias. Eso para mí era fundamental. Y segundo, el
contexto en el que se desarrolla esa relación, donde un amplio espectro
de la sociedad cubana y los protagonistas del filme sobreviven como
pueden, y cuya conducta desde el punto de vista ético podría ser, en
ocasiones, reprobable. Pero no quiero que el espectador juzgue a esos
personajes.
—¿Crees que el filme puede agradar de igual manera a un cubano castrista
que a un disidente de Miami?
—Esa es la intención. No trato de juzgar la realidad de La Habana en la
actualidad, sino mostrarla en todos sus matices. Por eso creo que todos
los cubanos deberían identificarse y reconocerse en la película, sin ser
críticos por cómo queda plasmada esa realidad. Si así ocurriera,
sentiría que «Últimos días en La Habana» ha logrado lo que nos
propusimos. Para mí, ese es el valor del cine que intento hacer, uno que
no reduzca la realidad a visiones extremistas con un solo horizonte.
—Según lo explica, podría parecer un intento de acercarse al género
documental a través de la ficción.
—No es propiamente un documental, pero sí quería que fuese lo más
testimonial y realista posible. En la puesta en escena no quise crear
artificios de ningún tipo, sino que todo fluyera como en la vida real.
Quería volver al espacio que reflejé en el documental «Suite Habana», en
2003, porque sentía que la situación ahora es más difícil y el
comportamiento de los personajes sería diferente.
—¿Y no quiso figurantes?
—No, no quise. Muchos planos se filmaron directamente en la calle con
gente corriente que no sabía que se estaba rodando una película. En ese
sentido sí tiene un poco de documental. Algunas escenas de Miguel las
rodamos caminando por La Habana y enfocando de cerca a la cara de los
viandantes, que miraban extrañados.
—¿No teme las comparaciones con «Fresa y chocolate»?
—En absoluto. Esta película le debe mucho a la de Tomás Gutiérrez Alea,
que para mí ha sido un maestro. Es un homenaje querido y deliberado, de
ahí que le pusiera Diego al personaje de Jorge Martínez, que era también
el nombre del personaje de Jorge Perugorría en 1993.
—Ambos Diegos son homosexuales y sufren el acoso de la sociedad. ¿Es el
pueblo cubano más homófobo de lo que pensamos?
—En ese sentido se ha avanzado mucho, sobre todo en las capas más bajas,
donde la relación con este sector es mucho más desprejuiciada. Durante
el rodaje visitamos muchos vecindarios y confirmé que en todos convivían
sin prejuicios gays, transexuales, informáticos, ingenieros o gente que
se dedica a traficar en el mercado negro, como en la película. Sin
embargo, las actitudes más conservadoras crecen a medida que se asciende
en las capas sociales, donde sí hay una doble moral.
—¿Y de verdad cree que todavía no ha cambiado en Cuba realmente?
—No se está transformando tan rápido como debería, aunque haya habido
ciertas modificaciones. Lo esencial sigue igual. No se ha pasado a una
economía capitalista y de mercado, sino que sigue centralizada con una
cierta apertura hacia los negocios privados, pero dentro de la misma
estructura.
—¿Cuál es el cambio más urgente que necesita Cuba?
—Tiene que dinamizar la economía. Yo no quiero que se pierdan los
valores por los que se hizo la revolución en 1959, como la educación y
la sanidad gratuita para todo el mundo y en igualdad de condiciones,
para una sociedad más equilibrada y justa. El problema es que ese era el
ideal, pero en la práctica no se ha logrado. Sigue existiendo
desigualdad y, en algunos casos, ha aumentado.
—¿Quiere decir que ha, incluso, más desigualdad que la que había antes
de 1959, en la época de Batista?
—Exacto. Las desigualdades son cada vez más profundas, porque hay una
clase dedicada a los negocios privados que empieza a emerger. Las
diferencias ahora se notan mucho. Gutiérrez Alea fue quien mejor lo
expresó: «La revolución cubana es un guion perfecto, pero la puesta en
escena tiene muchas imperfecciones».
—¿Ha tenido algún tipo de injerencia del Gobierno cubano durante la
realización del filme?
—Entregué el guion al Instituto Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos (ICAIC), que participó en la producción junto a Wanda
Visión en España. A partir de ahí, no hubo ninguna injerencia. Y por
supuesto que existen instancias dentro del Gobierno a las que podía
haber desagradado la película, pero hasta ahora no se ha producido
ningún tipo de censura. Sí la ha habido con otras películas como, por
ejemplo, «Santa y Andrés», del joven realizador Carlos Lechuga, cuya
exhibición no se ha autorizado. Los cineastas cubanos hemos defendido
que debe programarse, pero no se ha logrado que la censura se levante.
—¿Los cineastas en Cuba critican este tipo de censuras?
—Por supuesto. En Cuba hay un intercambio de ideas y a mí me gusta
participar en esos debates.
El fallido despertar económico de Cuba
A pesar del deshielo con Estados Unidos en los últimos años de la
legislatura de Obama, las reformas económicas lanzadas en 2008 por Raúl
Castro no van al ritmo y con la profundidad que requiere un país que
tiene las finanzas en cuidados intensivos. La crisis de Venezuela,
principal aliado del castrismo, ha puesto las pilas al Gobierno cubano,
que teme volver a los tiempos del «periodo especial» de los años 90,
cuando perdió los subsidios de la extinta URSS. La vida diaria de los
cubanos se aproxima a la etapa postsoviética. La cartilla de
racionamiento al mes, por ejemplo, ha sido reducida por el pequeño de
los Castro y no cubre las necesidades básicas, por no hablar de la
precariedad del transporte o las restricciones eléctricas.
A principios de 2008, cuando Raúl se hizo con la presidencia, Cuba
emprendió una serie de reformas para «actualizar el modelo socialista» y
eliminar «prohibiciones absurdas», pero sigue sin reconocer plenamente
el derecho a la propiedad privada. Desde 2015, los cubanos pueden
comprar móviles, electrodomésticos, casas y vehículos.
Según comentaba a ABC el exprofesor de la Universidad de La Habana, Omar
Everleny Pérez Villanueva, en agosto, en los últimos años el Gobierno ha
realizado «bastantes transformaciones, pero insuficientes porque la
economía no crece lo suficiente para que haya una mejoría en el nivel de
vida de la población». «El 29% del empleo en Cuba es no estatal»,
aseguraba el economista, que destacaba el papel de Raúl Castro en la
tímida apertura al sector privado, alertando de que, igualmente, el
interés mundial en invertir en la isla «no se ha materializado».
Hace dos años, «The New York Times» ya publicó un amplio reportaje sobre
la pobreza y la brecha existente entre los cubanos ricos, la gran
mayoría familiares de emigrantes, y los pobres, que según el diario
estaba aumentando. Una que achacaba al lento acercamiento hacia la
economía de mercado y a la apertura de puertas a la empresa privada.
Paralelamente, «Times» también apuntaba que se está creando un estilo de
vida más lujoso en Cuba reservado a esta población emigrante que
regresan para visitar a su familia y se pueden permitir esos caprichos,
pero no al alcance de la gran mayoría de la población cubana, con
escasos recursos
Source: Fernando Pérez: «En Cuba hay cada vez más desigualdad» -
http://www.abc.es/play/cine/noticias/abci-fernando-perez-cuba-cada-mas-desigualdad-201704070134_noticia.html
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