El rey, el presidente y el dictador
La anunciada visita, "lo antes posible', de los reyes Felipe y Letizia a
Cuba servirá para que las máximas autoridades españolas comprueben que
un totalitarismo no se ablanda ni se democratiza, solo cambia de piel
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | Abril 23, 2017
En el palacio de los Capitanes Generales de La Habana hay un trono que
espera por su rey. Fue preparado cuando Cuba era aún una colonia
española y nunca se ha sentado un monarca en su imponente estructura. La
visita de Felipe VI quizás ponga fin a tan prolongada espera, pero la
Isla necesita más que gestos simbólicos y protocolares.
El rey y el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, llegarán al
país pocos meses antes de que Raúl Castro abandone el poder. La visita
oficial, largamente preparada, tiene todas las trazas de una despedida.
Será como el adiós de la Madre Patria a uno de sus descendientes de
ultramar. Alguien que comenzó como un revolucionario de izquierdas y
terminó siendo parte de una dinastía inmovilista.
Los visitantes llegarán también en medio del "enfriamiento del deshielo"
entre Washington y La Habana. Las expectativas que provocó la
normalización diplomática anunciada el 17 de diciembre de 2014 se han
diluido con el paso de los meses ante la ausencia de resultados
tangibles. Han pasado más de dos años y la Isla no es un país más libre
ni logra salir del atolladero económico.
Las aerolíneas de Estados Unidos han comenzado a reducir la frecuencia
de sus vuelos a Cuba, desanimadas por la baja demanda y las limitaciones
de viajar como turistas que se mantienen para los estadounidenses.
Castro no ha retirado el diez por ciento del gravamen que mantiene sobre
el dólar y conectarse a Internet desde la Isla sigue siendo una carrera
de obstáculos. Todo eso, y más, desestimula a los viajeros del país del
Norte.
Las fotos de derrumbes y autos viejos llenan las cuentas de Instagram de
los yumas (estadounidenses) que recorren las calles, pero de ruinosos
parques temáticos se cansan hasta los más ingenuos. Cuba ha pasado de
moda. Toda la atención que captó después del 17D ha dado paso al
aburrimiento y la apatía, porque la vida no viene acompañada de una
cómoda butaca para soportar esta larguísima película donde apenas ocurre
algo.
El turismo alcanzó el pasado año un récord histórico de 4 millones de
visitantes pero los hoteles deben hacer malabares para mantener estable
el surtido de frutas, cervezas y hasta agua. Entre el desabastecimiento
y la sequía no son raras las imágenes de clientes haciendo largas filas
para tomarse una cerveza Cristal o cargando cubos de agua de una piscina
para usarla en los baños.
Los inversionistas extranjeros tampoco parecen muy entusiasmados por
colocar su dinero en la economía de un país que todavía tiene altos
índices de centralismo y estatización. El puerto de Mariel, salpicado
por los escándalos de la compañía brasileña Odebrecht y con una
actividad muy por debajo de sus proyecciones iniciales, parece condenado
a convertirse en la última obra faraónica e inútil del castrismo.
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca tampoco ha
significado el advenimiento de la mano dura contra la Plaza de la
Revolución como profetizaban algunos. Simplemente, el nuevo presidente
estadounidense ha evitado mirar hacia la Isla y ahora mismo se muestra
más concentrado en el lejano y peligroso Kim Jong-un que en el cercano y
anodino Raúl Castro.
El Gobierno de La Habana perdió su más importante oportunidad al no
aprovechar el empujón de Barack Obama que apenas pidió algo a cambio. En
este tiempo ni siquiera se inició la redacción de la nueva Ley Electoral
anunciada en febrero de 2015. ¿Fue acaso aquella noticia una maniobra
para que la Unión Europea se decidiera finalmente a derogar la Posición
Común? ¿Fake news que buscaba convencer a incautos y encender los
titulares de la prensa extranjera con frases de apertura?
Para colmo se han elevado los grados de la represión contra opositores y
hace pocos días una estudiante de periodismo fue expulsada de la
universidad por pertenecer a un movimiento disidente. Un proceso al más
puro estilo estalinista le cortó el camino para graduarse de esa
profesión que el oficialismo hace décadas condenó a ser vocera de sus
logros y muda ante sus descalabros.
Cuidado. La visita de Felipe y Letizia se inscribe en tiempos de
fiascos. Fracasos entre los que se cuenta la recesión económica que
atraviesa el país con un Producto Interno Bruto que cerró el pasado año
en números negativos, a pesar del consabido maquillaje que el Gobierno
le aplica a todas sus cifras. Chasco también de la aliada Venezuela que
trata de sacudirse a Nicolás Maduro, cada vez menos presidente y más
autócrata. La convulsión en el país sudamericano ha dejado a la Isla
prácticamente sin gasolina premium y con severos recortes de combustible
para el sector estatal.
No son momentos para mostrar con orgullo la casa a los visitantes, pero
sí una magnífica ocasión para que las máximas autoridades españolas
comprueben que un totalitarismo no se ablanda ni se democratiza, solo
cambia de piel.
La Zarzuela deberá hilar muy fino para no convertir la visita del jefe
de Estado en un espaldarazo a un sistema agonizante. Los reyes se verán
rodeados de atenciones oficiales que buscan evitar, fundamentalmente,
que se salgan del milimétrico decorado que les preparan desde hace
meses. Como una vez se intentó durante la visita en 1999 de Juan Carlos
de Borbón para participar en una Cumbre Iberoamericana.
En aquella ocasión, y durante una caminata junto a la Reina Sofía por
las calles de La Habana Vieja, el oficialismo cortó el paso de los
vecinos, vació las aceras de curiosos y obró la magia de convertir uno
de los municipios con más habitantes por metro cuadrado de toda Cuba en
un despoblado escenario por donde caminaba la pareja real.
A sus sucesores, que viajarán a la Isla "lo antes posible", no les
vendría mal estudiar las maneras en que Barack Obama logró sacudirse ese
asfixiante abrazo en marzo de 2016. El mandatario salió airoso, incluso,
del gesto de guerrillero vencedor -con puños levantados- al que quiso
condenarlo Raúl Castro en una instantánea. En lugar de eso, el inquilino
de la Casa Blanca relajó su mano y miró hacia otro lado. Una derrota
para la épica visual de la Revolución.
Rajoy tampoco la tiene fácil. La prensa oficial no le quiere y lo rodea
desde siempre de críticas y noticias negativas sobre su Partido. No goza
de simpatías entre los círculos del poder en La Habana a pesar de haber
rebajado los grados de tensión que alcanzaron un pico durante el mandato
de José María Aznar. Pero en la Isla viven más de 100.000 cubanos
nacionalizados españoles, a los que también su Gobierno representa y que
son, en fin de cuentas, sus más importantes interlocutores.
Felipe VI y Rajoy tienen a su favor que ya no estarán obligados por el
protocolo a hacerse la foto reglamentaria con Fidel Castro en su retiro
de convaleciente. El rey declinó en su padre la participación en el
homenaje por el fallecimiento del expresidente en noviembre pasado en la
Plaza de la Revolución. De esa forma el joven monarca logró que su
nombre y el del Comandante en Jefe no se lean juntos en los libros de
historia.
Sin embargo, todavía le queda por superar la prueba más difícil. Ese
momento en que su visita puede pasar de ser un necesario acercamiento a
un país muy familiar culturalmente para transformarse en una concesión
de legitimidad a un régimen en decadencia.
Mientras en el Palacio de los Capitanes Generales un trono aguarda por
su rey, en la Plaza de la Revolución una silla espera la partida de su
dictador.
Nota de la Redacción: Este texto ha sido publicado este sábado 22 de
abril en el diario español El País .
Source: El rey, el presidente y el dictador -
http://www.14ymedio.com/opinion/rey-presidente-dictador-cuba-Espana-Margallo-Rajoy-Felipe-cubanos-raul_castro-yoani_sanchez-opinion_0_2204779501.html
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