miércoles, 25 de enero de 2017

El mal viene de arriba

El mal viene de arriba
JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ | Miami | 25 de Enero de 2017 - 11:06 CET.

Con frecuencia se habla en los medios de prensa sobre el auge que están
exhibiendo últimamente las prácticas de la santería cubana. Mediante
algún plausible motivo de preocupación o desde la tendenciosa mala
leche, no son pocos los que exteriorizan reparos en torno al notable
crecimiento del número de seguidores o simpatizantes de esta religión,
tanto dentro como fuera de la Isla.

Se cuestiona sobre todo su deriva hacia un ejercicio enfocado con
énfasis en el lucro económico, algo que ciertamente introduce cambios
radicales en su historia, contradiciendo el legado de los predecesores,
aquellos humildes esclavos mandingas, yorubas o lucumíes.

Se insiste en los altos precios que deben pagar quienes aspiran a
iniciarse formalmente en las prácticas de la santería. También es
comentado con particular alarma el hecho de que ser santero constituye
hoy por hoy en La Habana una señal de éxito financiero, al punto de que
proliferan cada vez más los pícaros que se disfrazan con sus atuendos
(ropa blanca, collares…) solo para ostentar una opulencia que no poseen.

La arrasadora miseria económica y la aguda crisis de valores
espirituales, morales, culturales… en los que la revolución fidelista
sumió a los cubanos, no tendría por qué no dejar su huella nefasta entre
los legatarios de la mística yoruba, los cuales por demás se alinean
entre los mayores afectados por esa tragedia.

Dejo, entonces, por delante la aceptación de que mucho hay de verdad en
los cuestionamientos referidos. No es sino vergonzoso que entre las
nuevas hornadas de santeros cubanos —negros y blancos por igual—,
constituyan multitud aquellos que, aún más que amparo espiritual,
parecen esperar de los orishas protección material que les permita
robar, malversar, bisnear libremente, sin tener que pagar por sus delitos.

No son los únicos. Ni los peores. Sin irnos muy lejos, bien se conoce
que Hugo Chávez y Fidel Castro (entre un interminable etcétera)
acudieron igualmente al benemérito panteón yoruba en busca de impunidad
para la ejecución de sus fechorías digamos políticas.

Todavía está por estudiar el vestigio racista que ondula detrás de esta
tendencia, la cual arrastra a más de uno a concluir, ligera y
erróneamente, que la santería no es una religión honorable, ya que
estimula el irrespeto a la ley y a las normas de buena convivencia
"ofreciendo protección" a sus transgresores.

Pero es que nada tiene que ver este nuevo fenómeno con los principios
éticos de los fundadores de la santería, ni con la conducta de sus más
sobresalientes sacerdotes a través de la historia, y mucho menos, claro,
con los designios de sus orishas.

Las deidades afrocubanas, como todos los dioses de todas las religiones,
son representaciones de Dios, que es uno solo, según se afirma, y que en
general actúa y se corporiza según imagen y semejanza de cada uno de sus
adoradores. Entonces, ¿por qué razón habría que achacar a los dioses las
formas (con frecuencia torcidas) en que cada uno de los adoradores
interpreta su cometido?

Por lo demás, ya que se trata de ver la solvencia económica como algo
distanciado e incluso opuesto a la voluntad de Dios, ¿existe acaso otro
ejemplo tan escandaloso como el del Vaticano, opulento entre los
opulentos dominios terrenales? Sin embargo, no son muchos los que le
miran con recelo por esta causa. Y afortunadamente, tampoco abundan los
que estigmatizan a los católicos confesos, o se burlan de ellos, solo
porque el Papa vive como un marajá, o porque entre obispos y otras
autoridades eclesiásticas se persiste en la pedofilia (un delito mayor
donde los haya), con mucha más pasión que en la fe.

En cuanto al uso de los rituales y otros menesteres de la Regla de
Osha-Ifá como vías para procurar el progreso económico, tampoco
debiéramos ignorar que dentro de las ruinosas circunstancias materiales
en que vive la gente en Cuba, nadie o casi nadie queda a salvo a la hora
de aprovechar la oportunidad de agenciarse algún dinero, incluidos los
creyentes y representantes de cualquier tipo de religión. Ello no
justifica esa conducta de dudoso sesgo moral, pero al menos ayuda a
valorar el asunto distanciándolo de los prejuicios raciales.

También sería oportuno recordar —aunque no como justificación— que en el
caso de la santería cubana, ha sido justo el régimen el iniciador y el
propiciador de esa deriva hacia la búsqueda de lucro valiéndose de una
expresión de genuina cultura popular que siempre fue condenada a los
márgenes y a la pobreza.

Solo en los últimos años, ante el imperativo de vender el folclor
afrocubano como variante turística, la dictadura del país resolvió
quitarle la bota de encima a los ritos sincréticos de los santeros, cuya
religión había sido oficialmente excluida, infravalorada y reprimida,
mediante un ejercicio de hipocresía política tan desvergonzada que la
mayoría de los censores eran a la vez creyentes impenitentes.

Luego de más de tres décadas de injustificado y cruel atropello fue que
el fidelismo decidió aliviar la retranca oficial impuesta desde sus
primeros días contra la santería. Y bien se sabe que no lo hizo por
convicción sino por desesperación, al verse obligado a incrementar sus
ganancias mediante la industria turística. El mal entonces viene de
arriba, pero no de las cumbres del panteón yoruba, sino de esa altura
intermedia que es territorio exclusivo del poder político, cuyos
representantes viven haciendo de las suyas entre el cielo y el suelo,
por más que no puedan alcanzar el primero ni reinar para siempre en el
segundo.

Source: El mal viene de arriba | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1485123659_28340.html

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