El partido de los mil
MANUEL CUESTA MORÚA, La Habana | Abril 27, 2016
Hubo un Congreso, y de espaldas al Partido Comunista, la nación cubana
vació esa legitimidad por la autoridad que los poderes largamente
ejercidos obtienen por su sola presencia. Pero de espaldas a la nación
cubana, el PCC dejó claro que se rearma conservadoramente para su
próxima nueva guerra: la que emprenderá en solitario, ya sin el concurso
de la hostilidad yanqui, contra dos objetivos: la realidad misma y la
sociedad cubana.
Continuar diciendo que el Partido Comunista Cubano tiene legitimidad
constituye una petición de principio contestada por un dato: el 3% de
rating que tuvo el discurso inaugural de Raúl Castro. Poder y
legitimidad no significan la misma cosa.
El VII Congreso del Partido Comunista fue esa puesta en escena litúrgica
para la recuperación conservadora de la élite cubana, cogida en su
propia Trampa 22. Entre dos opciones, reforma o contrarreforma, la
dirigencia elige un aparente camino intermedio que instrumenta los
eufemismos ‒perfeccionar, actualizar‒ con el objetivo de capturar la
renta global que se pueda producir en la Isla para mantener intacta la
dominación extraeconómica sobre las dos terceras partes de la sociedad.
Con ello pospone la evidencia del desastre para la era post biológica de
la llamada generación histórica y así se libra de la responsabilidad
mediante la transferencia del dilema.
Irónico. Un tercio del país puede sentirse más libre porque puede vivir
en los márgenes de esa renta global que permite el control del resto de
una sociedad marginal. La paradoja es doble: la protoburguesía cubana
viene a ocupar el lugar que correspondía al proletariado en el ámbito de
las lealtades revolucionarias y ahora canta La Internacional. Mientras
tanto, los "obreros", desfilan el Primero de Mayo para librarse del
castigo que puede recaer, no sobre sus cuentas en el banco sino sobre
sus magros bolsillos.
¿A qué se reduce la visión de Estado de la élite? A una prosaica visión
de poder sin sólidos contenidos conceptuales o ideológicos. Por eso esta
vez no hubo pantomima deliberativa. En el VI Congreso, los Lineamientos
del Partido Comunista pasaron por la discusión aparente de los
militantes de base y un sector extendido de acompañantes ideológicos.
Pero aquel debate figurado era prescindible visto desde la continuidad
conceptual del "socialismo cubano". Sin embargo, justo en el momento en
el que se perfila una nueva "conceptualización del socialismo" en Cuba,
la élite del Partido se oculta de sus militantes y los aleja de la ardua
tarea de repensar su modelo. Sin darnos cuenta, o dándonosla, asistimos
de tal modo a un golpe de Estado ideológico que refuerza el dominio de
la minoría mínima tanto sobre la hegemonía de la minoría comunista como
sobre las mayorías sociales en Cuba.
El proceso que describe este VII Congreso es alienante. El Partido
Comunista se reconstruye como trinchera civil contra la sociedad y
desestima la política y su sentido para intentar renacer como un partido
teológico sin teología, instalado en el futuro a la manera de un Qom
tropical, que no administra, pero fija los límites de acción política y
de opción cívica para los cubanos sin las responsabilidades del Gobierno
cotidiano. Una mala pretensión, típicamente contracultural, que se
aferra al Artículo 5 de la Constitución. Ese mismo que ni siquiera el
Politburó recordaba.
¿Qué necesita para ello? Legitimar la violencia política, como hicieron
Raúl Castro en su discurso inicial, y muchos delegados en sus
intervenciones durante el Congreso aupando a los mecanismos de
represión. La condición necesaria para ello es la reinvención de Estados
Unidos, Obama mediante, su convidado de piedra, como enemigo blando y
amable.
Divorciado del principio de realidad, o frente al pánico, el partido de
los mil se entretiene en el absurdo sociológico: limitar a 60 años la
posibilidad de entrar a su Comité Central. Esto en un país
artificialmente envejecido que aumenta su esperanza de vida.
Acostumbrada a discriminar, ahora la élite, no sin cierto cinismo,
introduce una discriminación generacional que elimina a toda una
generación vital, entre 60 y 70 años, de la conducción burocrática y
simbólica de los destinos de su sediciente socialismo, intentando pasar
el testigo a una generación menos heroica y por tanto menos legitimada
en términos revolucionarios. La intención es tan clara como impropia de
la política. Pretende ir sin pausa pero sin prisa, alejando la presión
política de la generación que sigue, pero introduce una ruptura
generacional al interior del Partido Comunista que solo seguirá
debilitando las energías que necesitaría para institucionalizarse como
organización que difícilmente logra desprenderse de sus ataduras al carisma.
El asunto es preocupante, al menos para algunos, porque se trata de un
Partido-Estado que, aunque carece de visión estratégica, finge tenerla.
Y lo menos que necesita el país en medio de una crítica transición en
crisis es el juego mágico de aprendices de brujo.
La noticia aleccionadora es que el mensaje del partido de los mil no ha
sido recibido por el partido de las mayorías. Cada vez menos silenciosas.
Source: El partido de los mil -
http://www.14ymedio.com/opinion/partido-mil_0_1988201166.html
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