Populismo a la cubana: conquistas, amenazas y liderazgo
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | Junio 06, 2017
El líder habla por horas en la tribuna, su dedo índice emplaza a un
enemigo invisible. Una marea humana aplaude cuando la entonación de
alguna frase lo exige y mira embelesada al barbudo orador. Por décadas
esos actos públicos se repitieron en la Plaza de la Revolución de La
Habana y dieron forma al rostro del populismo revolucionario.
Sin embargo, las extensas alocuciones de Fidel Castro constituían solo
la parte más visible de su estilo de gobernar. Eran los momentos del
hipnotismo colectivo, salpicados de promesas y anuncios de un futuro
luminoso que le permitieron establecer un vínculo estrecho con la
población, azuzar los odios de clases y extender su creciente poder.
Castro ha sido el producto más acabado del populismo y del nacionalismo
cubanos. Males que hunden sus raíces en la historia nacional y cuyo
mejor caldo de cultivo fue la etapa republicana (1902-1958). Aquellos
vientos trajeron el huracán en que se convirtió un joven nacido en la
oriental localidad de Birán, que se graduó como abogado y llegó a
ostentar el grado militar de Comandante en Jefe.
El marco político en que se formó Castro estaba lejos de ser un ejemplo
democrático. Muchos de los líderes de esa Cuba convulsa de la primera
mitad del siglo XX no destacaban por presentar plataformas programáticas
a sus electores. La práctica común consistía en intercambiar influencias
para obtener votos, amén de otras desviaciones como robar urnas o
cometer fraude.
El joven jurista se codeó desde muy temprano con figuras que tenían más
de comportamiento gansteril que de ejercicio transparente de la
autoridad. Asumió rápidamente muchos de esos ingredientes de la
demagogia que años después le serían de mucha utilidad a la hora de
someter a toda una nación.
A diferencia del populismo republicano cuyo propósito era la conquista
del favor electoral, el populismo revolucionario tuvo como meta abolir
las estructuras democráticas. A partir de enero de 1959 el entramado
cívico fue sistemáticamente desmantelado y las leyes quedaron relegadas
frente a la desmesurada voluntad de un hombre.
Para alcanzar ese sueño de control, el Máximo Líder persuadió a los
ciudadanos de que podrían disfrutar de un elevado grado de seguridad si
renunciaban a determinadas "libertades burguesas", entre ellas la
posibilidad de elegir a los gobernantes y contar con la alternancia en
el poder.
El denominado Programa del Moncada esbozado en La Historia me absolverá
es un concentrado de estas promesas al estilo de un Robin Hood tropical.
El panfleto fue presentado como alegato de autodefensa de Fidel Castro
durante el juicio en que se le encausó por el ataque armado a la
principal fortaleza militar de Santiago de Cuba en julio de 1953.
Hasta ese momento, aquel hombre era prácticamente desconocido como
figura política. El arrojo que caracterizó la acción lo envolvió en un
aura de heroico idealismo que lo colocó como líder de la alternativa
revolucionaria frente a la dictadura de Fulgencio Batista.
En el texto, donde describió los problemas que padecía el país, nunca
advirtió que para solucionarlos sería preciso confiscar propiedades. Se
limitó a detallar lo necesario de una reforma agraria que eliminara el
latifundio y repartiera tierras a los campesinos. Eran propuestas que le
ganaron rápidas simpatías entre los más pobres.
Al salir de prisión, Castro estaba convencido de que la única forma de
derrocar la dictadura era por la fuerza. Organizó una expedición y abrió
un frente guerrillero en las montañas de la región oriental de la Isla.
Dos años después, su entrada triunfal a la capital y su carismática
presencia lo convirtieron en el beneficiario de un cheque en blanco de
crédito político avalado por la mayoría de la población.
La primera artimaña populista del nuevo régimen fue presentarse como
democrático y negar cualquier tendencia que pudiera identificarlo con la
doctrina comunista. Al mismo tiempo que se mostraba como propiciador de
la libertad, expropiaba los periódicos, las estaciones de radio y los
canales de televisión.
Asestó un golpe mortal a la sociedad civil al instaurar una red de
"organizaciones de masas" para agrupar a vecinos, mujeres, campesinos,
obreros y estudiantes. Las nuevas entidades tenían en sus estatutos una
cláusula de fidelidad a la Revolución y se comportan –hasta la
actualidad– como poleas de transmisión desde el poder hacia la población.
Las primeras leyes revolucionarias, como la Reforma Agraria, la rebaja
de alquileres, la Reforma Urbana y la confiscación de propiedades
constituyeron un reordenamiento radical de la posesión de las riquezas.
En muy breve tiempo el Estado despojó de sus bienes a las clases altas y
se convirtió en omnipropietario.
Con el enorme caudal atesorado, el nuevo poder hizo millonarias
inversiones de beneficio social que sirvieron para lograr "la
acumulación original del prestigio".
El sistema socialista proclamado en abril de 1961 pregonó desde sus
inicios el carácter irreversible de las medidas tomadas. Mantener las
conquistas alcanzadas requería de la implantación de un sistema de
terror respaldado por una estructura legal que imposibilitara a los
antiguos propietarios recuperar lo confiscado.
La nueva situación trajo un poderoso aparato de represión interna y un
nutrido ejército para disuadir de cualquier amenaza militar externa. Los
barrotes más importantes de la jaula en la que quedaron atrapados
millones de cubanos se erigieron en esos primeros años.
Al binomio de una conquista irrenunciable y de un líder indiscutible se
le sumó la amenaza de un enemigo externo para completar la santísima
trinidad del populismo revolucionario.
Las conquistas
Las principales conquistas en aquellos años iniciales se enfocaron en la
educación, la salud y la seguridad social. El centralismo económico
permitió a la nueva elite gobernante establecer amplias gratuidades y
repartir subsidios o privilegios a cambio de fidelidad ideológica.
Como todo populismo que llega al poder, el Gobierno necesitaba además
moldear conciencias, imponer su propia versión de la historia y sacar de
los laboratorios docentes un individuo que aplaudiera mucho y
cuestionara poco.
En 1960 la Isla era uno de los países con más baja proporción de
analfabetos en América Latina, no obstante el Gobierno convocó a miles
de jóvenes hacia zonas intrincadas para enseñar a leer y escribir. La
participación en esa iniciativa fue considerada un mérito revolucionario
y se vistió con tintes heroicos.
El texto de la cartilla para enseñar las primeras letras era
abiertamente propagandístico y los alfabetizadores se comportaban como
unos comisarios políticos que al leer la frase "El sol sale por el Este"
debían agregar como explicación "y del Este viene la ayuda que nos
brindan los países socialistas".
Al concluir el proceso se inició un plan masivo de becas bajo métodos
castrenses, que consistían en alejar a los estudiantes de la influencia
de la familia. Comenzó también la formación masiva de maestros, se
construyeron miles de escuelas en zonas rurales y los centros docentes
bajo gestión privada pasaron al inventario del Ministerio de Educación.
De aquel reordenamiento debía salir el "hombre nuevo", sin "rezagos
pequeñoburgueses". Un individuo que no había conocido la explotación de
un patrón, no había pagado por sexo en un burdel ni había ejercido la
libertad.
El hecho de que no quedara en la Isla un solo niño sin ir a la escuela
se convirtió en un paradigma deslumbrante que no dejaba ver las sombras.
Hasta el día de hoy el mito de la educación cubana es esgrimido por los
defensores del sistema para justificar todos los excesos represivos del
último medio siglo.
El monopolio estatal convirtió el sistema de educación en una
herramienta de adoctrinamiento político y la familia fue relegada a un
papel de mera cuidadora de los hijos. La profesión de maestro se
banalizó en grados extremos y los costos para mantener este gigantesco
aparato se volvieron insostenibles.
Muchas de las conquistas que se pusieron en práctica eran inviables en
el contexto de la economía nacional. Pero los agradecidos beneficiarios
no tenían la oportunidad de conocer el elevado costo que estas campañas
significaban para la nación. El país se sumió en una inexorable
descapitalización y en el deterioro de su infraestructura.
Los medios informativos en manos del Partido Comunista ayudaron por
décadas a tapar tales excesos. Pero con la desintegración de la Unión
Soviética y el fin de los cuantiosos subsidios que el Kremlin enviaba a
la Isla, los cubanos se dieron de bruces con su propia realidad. Muchas
de aquellas supuestas ventajas se esfumaron o entraron en crisis.
El máximo líder
Uno de los rasgos distintivos del populismo es la presencia de un líder
a quien se le tributa una total confianza. Fidel Castro logró convertir
esa fe ciega en obediencia y culto a la personalidad.
La homologación del líder con la Revolución y de ésta con la Patria
extendió la idea de que un opositor al Comandante en Jefe era un
"anticubano". Sus aduladores lo catalogaban de genio pero en sus
prolongados discursos resulta difícil encontrar un núcleo teórico del
que pueda extraerse un aporte conceptual.
En la oratoria del Máximo Líder jugaba un papel preponderante su
carácter histriónico, la cadencia de su voz y la forma de gesticular.
Fidel Castro se convirtió en el primer político mediático de la historia
nacional.
El voluntarismo fue quizás el rasgo esencial de su personalidad y la
marca de su prolongado mandato. Lograr los objetivos al precio que fuera
necesario, no rendirse ante ninguna adversidad y considerar cada derrota
como un aprendizaje que conduciría a la victoria le valieron para
conquistar una legión de fidelistas. Su empecinamiento tuvo todos los
visos de un espíritu deportivo incapaz de reconocer las derrotas.
Los plazos para obtener el futuro luminoso prometido por la Revolución
se podían postergar una y otra vez gracias al crédito político de
Castro, en apariencia inagotable. La exigencia al pueblo de ajustarse
los cinturones para alcanza el bienestar se convirtió en una cíclica
estratagema política para comprar tiempo.
Hubo promesas un tanto abstractas al estilo de que habría pan con
libertad y otras más precisas, como que el país produciría tanta leche
que ni siquiera triplicándose la población podría consumirla toda. En la
Isla se fundaría el zoológico más grande del mundo o se podrían
construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo.
En diciembre de 1986, cuando ya habían pasado 28 años de intentos
fallidos, Fidel Castro tuvo la audacia —o el desparpajo— de proclamar
ante la Asamblea Nacional el más demagógico de todos sus lemas: "¡Ahora
sí vamos a construir el socialismo!"
El enemigo
Los regímenes populistas suelen necesitar de cierto grado de crispación,
de permanente beligerancia, para mantener encendida la llama emocional.
Para eso nada mejor que la existencia de un enemigo externo. Aún mejor
si es poderoso y hace alianzas con los adversarios políticos del patio.
Desde que estaba en la Sierra Maestra comandando su ejército
guerrillero, Fidel Castro determinó quién sería ese enemigo. En una
carta fechada en junio de 1958 escribió: "Cuando esta guerra se acabe,
empezará para mí una guerra mucho más larga y grande; la guerra que voy
a echar contra ellos [los americanos]. Me doy cuenta que ese va a ser mi
destino verdadero."
Entre el mes de abril y finales de octubre de 1960 se produjo una
escalada de enfrentamientos entre Washington y La Habana. La
expropiación de grandes extensiones de tierra en manos de compañías
estadounidenses, la suspensión de la cuota azucarera de la que gozaba la
Isla, la nacionalización de las empresas norteamericanas radicadas en
Cuba y el inicio del embargo a las mercancías procedentes del Norte, son
algunos de los más importantes.
En ese mismo lapso de tiempo el viceprimer ministro soviético Anastas
Mikoyan visitó La Habana, se restablecieron las relaciones diplomáticas
con la URSS y Fidel Castro se entrevistó en Nueva York con Nikita
Jruschov, quien llegó a decir en una entrevista: "Yo no sé si Castro es
comunista, pero sí que yo soy fidelista".
A los ojos del pueblo la estatura de Fidel Castro se elevaba y comenzaba
a tener ribetes de líder mundial. La exacerbación del nacionalismo, otra
característica de los populistas, llegó a su máxima expresión cuando
Cuba empezó a ser mostrada como el pequeño David enfrentado al gigante
Goliat.
La arrogancia revolucionaria, impulsada por la convicción de que el
sistema aplicado en Cuba debía extenderse a todo el continente, hizo
creer a muchos que fomentar la Revolución más allá de las fronteras era
no solamente un deber, sino un derecho amparado por una verdad científica.
La raíz populista de este pensamiento "liberador de pueblos" llevó a
decenas de miles de soldados cubanos a combatir en Argelia, Siria,
Etiopía y Angola como parte de los intereses geopolíticos que tenía en
África la Unión Soviética, aunque envuelto en el ropaje del
desinteresado internacionalismo revolucionario con otros pueblos con los
que supuestamente se tenía una deuda histórica.
El enemigo no era ya solamente "el imperialismo norteamericano" sino que
se sumaban los racistas sudafricanos, los colonialistas europeos y
cuanto elemento apareciera en el tablero internacional que pudiera
convertirse en una amenaza a la Revolución.
Convencidos, como el jesuita Ignacio de Loyola, de que "en una plaza
sitiada la disidencia es traición", cada acto de oposición interna se ha
identificado con una acción para contribuir con ese enemigo y para la
propaganda oficial todo disidente se merece ser calificado de "mercenario".
Sin embargo, el comienzo del deshielo diplomático entre Cuba y Estados
Unidos a finales de 2014 ha hecho tambalearse la tesis de un permanente
peligro de invasión. La muerte de Fidel Castro, la declinación de las
fuerzas de izquierda en América Latina y la anunciada retirada del poder
de Raúl Castro para febrero de 2018 hacen languidecer lo que queda del
populismo revolucionario.
Por otro lado, los más jóvenes tienen una percepción menos agradecida y
más crítica sobre aquellas conquistas en el terreno de la educación y la
salud que en su día fueron presentadas como una dádiva generosa del sistema.
La reaparición de notables diferencias sociales surgidas a partir de la
impostergable aceptación de las reglas del mercado y del crecimiento del
"sector no estatal" de la economía —las autoridades se resisten a
llamarlo "sector privado— han vuelto irrepetibles los lemas del
igualitarismo ramplón propugnado por el discurso ideológico que
justificaba el anquilosado sistema de racionamiento de productos
alimenticios.
Restaurantes de alta cocina y hoteles de cuatro o cinco estrellas,
otrora de uso exclusivo para turistas, están hoy al alcance de una nueva
clase. Ni siquiera se ha vuelto a hablar de la eliminación de la
explotación del hombre por el hombre, bandera esencial del socialismo
marxista-leninista.
La convicción extensamente compartida de que el país no tiene solución
es uno de los resortes que más ha impulsado la emigración en los últimos
años. Pero esa falta de ilusión por el futuro, combinada con una férrea
represión, también limita la labor de la oposición.
El sistema que una vez vivió del entusiasmo se sostiene ahora en virtud
del desgano. La llamada generación histórica no llega a una docena de
octogenarios en vías de jubilación y a los nuevos retoños se les nota
más inclinación al empresariado que a las tribunas. Los nietos de
aquellos populistas tienen hoy más talento para el mercadeo que para las
consignas.
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Nota de la Redacción: Este texto es parte del libro colectivo El
Estallido del Populismo, que se presenta este martes en la Casa de
América, en Madrid. Los coautores son, entre otros, Álvaro Vargas Llosa,
Carlos Alberto Montaner, Mauricio Rojas, Roberto Ampuero y Cayetana
Álvarez de Toledo.
Source: Populismo a la cubana: conquistas, amenazas y liderazgo -
http://www.14ymedio.com/opinion/Populismo-cubana-conquistas-amenazas-liderazgo_0_2230576925.html
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