El capitalismo de lujo distrae a familias habaneras
16 de junio de 2017 - 20:06 - Por IVÁN GARCÍA
La gente de a pie, que no pueden pagar artículos sobreevaluados, se
conforma con ver el brillo tras los cristales y sueñan o se frustran aún más
LA HABANA.- Socialismo a la cañona para los cubanos asalariados del
Estado, mientras el capitalismo fastuoso se exhibe inalcanzable en las
vidrieras de hoteles cinco estrellas y boutiques que venden ropa de
marca a precios de Dubai.
"Es lo que hay", dice Manuel, quien se dedica a reparar paraguas, bolsos
y cualquier cosa que usted pretenda reciclar. En el apartamento incómodo
y peor construido donde reside con sus tres hijos, la esposa y la
suegra, en el reparto Alamar, al este de La Habana, las opciones
recreativas se pueden contar con los dedos de una mano.
"Un centro cultural en la antigua fábrica de guayaberas, dos zonas wifi
y algunos parquecitos infantiles con casi todos los aparatos rotos. Aquí
no hay paladares famosas, centros comerciales ni hoteles lujosos. Cuando
la gente quiere salir a pasear, tiene que coger un P-11 y viajar hasta
el centro de La Habana o el Vedado. Si andas bien de dinero, entonces
pagas veinte pesos o un fula y vas en un almendrón particular", cuenta.
Mientras, en una mochila, Manuel acomoda dos 'pepinos' (pomos plásticos
de un litro o litro y medio) de agua congelada, "para no tener que
comprarla en la calle, que me puede costar de 0.60 centavos de cuc
[moneda cubana equivalente al dólar] a un peso convertible cada botella
de agua mineral".
Alamar es un gigantesco reparto-dormitorio construido por la revolución
de Fidel Castro en un intento por aliviar el crónico problema de la
vivienda en Cuba. Es la antítesis de lo que se debió hacer.
Calles y manzanas mal diseñadas. Edificios uniformes y chapuceros que se
amontonan sin orden ni concierto. Escasean las áreas de servicio y de
esparcimiento. Y el transporte urbano es de regular a malo.
Similares barrios anárquicos se localizan en todas las provincias. Era
el modelo de comunidad proletaria diseñado por estrategas de la
arquitectura revolucionaria. Oficinistas, empleados bancarios o
dependientes de tiendas, por ucase gubernamental, se transformaron en
constructores motivados por la urgente necesidad de tener un techo donde
vivir.
Cuando más o más temprano en el país se produzca un giro hacia la
democracia, el caos urbanístico y las innumerables deficiencias
arquitectónicas de Alamar, provocarán numerosos dolores de cabeza a las
futuras instituciones públicas de La Habana. Lo ideal sería demolerlo y
levantar condominios populares de calidad.
Pero volvamos a Manuel. Con un calor bestial -según el Instituto de
Meteorología, ese día la sensación térmica era de 41 grados celsius- él,
su mujer y tres hijos esperan un ómnibus urbano en una parada situada a
medio kilómetro de su casa.
El viaje desde Alamar al hotel cinco estrellas plus Gran Manzana
Kempiski, en el corazón de la capital, demora 40 minutos, "si navegas
con suerte para coger un P" [transporte público], aclara Deborah, su esposa.
Al igual que miles de habaneros, Manuel y los suyos se dedican a
recorrer las tiendas del recién inaugurado hotel para ver los artículos,
asombrarse de los precios descomunales y soñar que algún día podrán
comprar una camiseta Gucci, un reloj suizo o productos Nivea. El colofón
del 'tour' es tirarse un selfie con las opulentas vidrieras detrás.
Los ojos desorbitados al descubrir lo que cuesta una joya o una cámara
fotográfica se suceden con frecuencia. El lujo y sus precios de infarto
se trastocan en chistes que sirven de válvula de escape a la frustración
personal de vivir en una penuria permanente por decreto oficial. Los
hijos de Manuel juegan a ver cuál mercancía es más cara: "Mira papá,
ésta cuesta 24.000 chavitos, mira mamá, este vestido cuesta 1.000 fulas".
Después de recorrer la galería de tiendas, echarle un vistazo al lobby
desde el portal del Kempinski, porque "nos dio pena entrar, capaz que
los guardias de seguridad del hotel nos botaran", confiesa Manuel, se
llegaron a una cafetería estatal contigua al Capitolio, repleta de
moscas. Allí compraron cinco panes con hamburguesa de cerdo a ocho pesos
cada uno, cangrejitos de guayaba a peso y refresco instantáneo,
desabrido y caliente, también a peso. Cincuenta pesos en total.
De ahí siguieron su viaje temático hasta las boutiques del hotel Habana
Libre, en La Rampa, y terminaron la jornada sabatina en el último grito
de La Habana, la nueva tienda Samsung de teléfonos móviles, televisores
y electrodomésticos, ubicada en el Mercado de Tercera y 70, Miramar.
Con fascinación, Manuel, Déborah y sus tres hijos, se detenían aturdidos
frente a un televisor de pantalla curva 4K, que se vende al equivalente
de 5.000 dólares o una gama de teléfonos inteligentes de la marca Galaxy.
Boquiabierta, Deborah, contemplaba las lavadoras automáticas y los
refrigeradores estilo americano de doble puerta. "Manuel, ¿cuándo
nosotros podremos comprarnos algo así?". Por respuesta, su marido
encogía los hombros.
"No es por masoquismo, pero hay familias habaneras que recorren las
tiendas de hoteles de lujo como una manera de esparcimiento. Quizás para
ellos es un soplo de esperanza, de observar otra cara de la vida. O todo
lo contrario. Mayor frustración. Pero entre los capitalinos está de moda
recorrer esos sitios y mirar detrás de los cristales, mercancías que
jamás podrán comprar mientras se mantenga el actual estado de cosas en
Cuba", señala Carlos, sociólogo.
En la Isla, el socialismo marxista es más un discurso que otra cosa. En
los sitios donde se localizan los mercados socialistas, desabastecidos,
sucios, feos y sin aire acondicionado, los dependientes te llaman compañero.
En los bolsones de capitalismo de lujo, iluminados y climatizados, sus
empleados cortésmente te dicen señor.
Para algunos cubanos, como la familia de Manuel, visitar esos espacios
sofisticados les resulta placentero.
Pero el ridículo poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores,
que como promedio devenga salarios mensuales equivalentes a 27 dólares,
les impide comprar artículos de calidad contrastada.
A ello se suma que la junta militar que lleva casi seis décadas
gobernando la nación, no ofrece opciones de crédito. Todo tienes que
comprarlo pagando al contado.
Al llegar a su apartamento de Alamar, pasadas las 8 de la noche,
comienzan las malas noticias. No entró agua a la cisterna del edificio y
en la despensa solo quedan seis huevos. Es el viaje de regreso a la
realidad.
Source: El capitalismo de lujo distrae a familias habaneras | Cuba -
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