Bayamo ya no es la ciudad de los coches
Así ha ido involucionando símbolo de la identidad local
Viernes, junio 23, 2017 | Roberto Rodríguez y Marelys Fonseca
GRANMA, Cuba.- El coche tirado por caballos, más que un medio de
transporte, ha sido un elemento que identifica la historia y cultura
bayamesas. Su uso se remonta a la época colonial y actualmente están
presentes en cada ciudad de la isla.
Tradicionalmente, los coches formaban parte de cortejos tanto fúnebres
como nupciales; las quinceañeras recorrían la ciudad encabezando toda
una caravana. Serenatas, paseos, actos, romances e incluso servicio de
taxi y ambulancia, se cuentan entre sus antiguas funciones, además de
elemento decorativo y artesanal.
Pero el déficit de combustible y los problemas actuales en el sector del
transporte han trocado su función. La incapacidad del gobierno para
salir del atolladero les ha convertido en un medio alternativo bastante
utilizado, única forma de resolver la transportación diaria, para
muchos cubanos y un próspero negocio para los propietarios.
Mucha demanda y pocos coches dieron rienda suelta al ingenio popular,
poniendo el coche clásico en peligro de extinción e involucionando en
una nueva especie, que varía en tamaño, forma e incluso nombres según la
región donde circulan.
El invento resultante, se le conoce indistintamente como guaranda,
carreta, quitrín, plancha o cocheta, aunque algunos se empeñan en
seguir llamándoles coche, a pesar de las abismales diferencias. En el
argot popular bayamés, se les denomina cativanas.
La degeneración constructiva de estos cachivaches parece salida de una
película de Hollywood. Aunque con calidad inferior, guardan cierto
parecido a los carromatos usados por los cazafortunas, durante la fiebre
del oro, en el oeste americano de mediados del siglo XVIII.
Las cativanas, o como prefieran llamarlas, son deformes simulacros de
coche, tirados también por caballos. Por lo general, consisten en una
desprotegida armazón cúbica rectangular de cabillas o angulares, montada
sobre cuatro ruedas, con techo de lona y bancos de tabla, recubiertas
con lona o vinil y un asiento delantero para el conductor. Dos trozos de
tubo adosados al tren delantero sirven para anexarlo al animal.
Cada ejemplar es diferente, y cada uno más feo que su predecesor. Su
construcción es técnicamente deficiente, pero cuentan con autorización
estatal para transportar pasajeros. Su precio puede dispararse hasta 20
000 pesos (800 dólares), aunque nubes tormentosas descargan sobre la
calidad de sus servicios.
Bajo el supuesto de cobro según oferta y demanda, el precio del pasaje
es generalmente impositivo e inobjetable. "Si no te cuadra, coge otro
coche… a ver si te sale más barato", es frase gastada en el vocabulario
de los cocheros, que hacen zafra lucrativa a costa de los pasajeros,
volviendo a traer a colación la fiebre del oro.
A los riesgos que corre el pasajero, por la impredecible reacción de
los animales en la vía, se suman la deficiente ingeniería de las
cativanas, su desplazamiento errático, al subir o bajar el cliente, el
mal estado de las calles y la deficiente iluminación en horario nocturno.
Como consecuencia de las golpizas que propinan algunos conductores a sus
bestias (término válido también para el conductor), los artefactos salen
disparados bruscamente, provocando continuas sacudidas y desviaciones al
intentar evitar baches, zarandeando los pasajeros a diestra y siniestra.
En ocasiones provocan roturas, accidentes y lesiones. Los afectados por
"daños colaterales" y sus protestas son ignorados con impunidad.
Las "benevolentes" leyes cubanas, no regulan ni castigan con severidad
el maltrato animal, que no se limita a fustigar con vileza a los
caballos morosos o caídos, que en ocasiones trabajan más de diez horas
diarias. Tampoco existe en Bayamo algún lugar donde los animales puedan
comer o beber, durante los breves descansos entre recorridos.
Por otro lado, la creciente presencia de caballos en zonas urbanas
afecta la higiene pública y favorece la aparición de enfermedades y la
propagación de microbios y parásitos, asociados al animal.
Por deficiente colocación o vaciado, el saco colector de las heces, a
menudo deja caer trozos en las calles y piqueras, dejando un maloliente
rastro de orine y polvo de excremento, que afectan las vías
respiratorias, las casas aledañas y algunos comercios coincidentes con
la rutas habituales, que ofertan sus mercancías, generalmente alimentos.
La piquera ubicada frente a la terminal bayamesa de ferrocarriles
muestra diariamente un deprimente espectáculo a la vista y el olfato.
Varios entrevistados afirman que a veces el ambiente se torna
irrespirable y lamentan la falta de higiene.
"En ocasiones, un auto fregadora moja este tramo de calle, pero nunca
con la barredora (cepillo mecánico) funcionando…, lo que hace es regar
la peste y hacer charcos malolientes", manifestó un viejo limpiabotas
que allí trabaja. "Cuando la calle está seca, el polvo (de excrementos)
se mete hasta en los bolsillos".
Realmente, de la típica tradición bayamesa de pasear en coches o
calesas, admirando la ciudad bajo la luz de la luna, solo quedan las
glorias del pasado. El presente se reduce a usar la cativana que
aparezca, para trasladarse según la ruta fijada, hasta el punto más
cercano al destino final del pasajero, dejando atrás el romanticismo de
admirar o deleitarse durante el trayecto.
Source: Bayamo ya no es la ciudad de los coches CubanetCubanet -
https://www.cubanet.org/mas-noticias/bayamo-ya-no-es-la-ciudad-de-los-coches/
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