Acomodando el discurso a la Era Trump
¿Por qué esperar a que EEUU arregle lo que debemos resolver los cubanos?
Jueves, junio 15, 2017 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- Tal como los medios lo habían adelantado semanas
atrás, el próximo viernes 16 de junio el presidente estadounidense,
Donald Trump, estará en Miami, donde se espera hará declaraciones sobre
la estrategia que seguirá su gobierno en torno a las relaciones entre
Cuba y EE.UU., reiniciadas desde 2015 por iniciativa de su predecesor,
Barack Obama.
Los rumores que han estado circulando entre todos los corrillos de
opositores y disidentes cubanos a ambos lados del Estrecho apuntan que
Trump, en cumplimiento de las promesas electorales que hiciera a sus
votantes de la Florida, revertirá el proceso de "deshielo" o que
condicionará las relaciones con el régimen de Castro al cumplimiento de
exigencias tales como el respeto a los derechos humanos, la liberación
de los presos políticos y el cese de la represión al interior de la
Isla, entre otras.
Los cubanos más optimistas del exilio radical de ayer y de hoy, así como
los llamados opositores "de línea dura" residentes en Cuba esperan que
Trump apriete al clan Castro hasta la asfixia total y opere así el
milagro que —excepto Obama, que nunca manifestó tal propósito— no han
logrado los once presidentes que le precedieron: liquidar en breve a la
dictadura más longeva del hemisferio occidental.
Sean acertados o no los pronósticos, lo cierto es que no tendremos la
certeza de cuál será la estrategia política del controversial mandatario
hacia Cuba hasta tanto la manifieste el próximo viernes. Y aun así
habría que ver si la cumple, puesto que otra notoria cualidad de este
presidente ha sido su evidente incapacidad para hacer coincidir su
discurso en las tribunas con sus acciones al frente del Gobierno.
Por su parte, y en gesto de fingida indiferencia, las autoridades
cubanas guardan un sepulcral silencio sobre el asunto. Quizás cifran sus
esperanzas en que Trump —un sujeto que en apenas cinco meses ha
conseguido granjearse la antipatía de casi todos los líderes y
organizaciones del mundo civilizado— les permita reimprimir algún tinte
de legitimidad al viejo discurso de plaza sitiada, al mito de David
versus Goliat.
Hasta ahí todo muy coherente. Lo que a todas luces no lo resulta es una
carta abierta que por estos días se ha hecho pública. La extensión del
texto impide un análisis de todo su contenido, donde abundan en demasía
los adjetivos y no faltan las innecesarias descalificaciones hacia otras
iniciativas de la oposición vernácula, sean erradas o no, pero
tratándose de la autoría de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), en
efecto, "la mayor organización opositora de Cuba", vale la pena tomarla
como referencia de la evidente falta de brújula que sigue lastrándonos a
los cubanos en este interminable camino en pos de la democracia.
Se trata de una larga misiva dirigida "al Sr. Donald Trump, presidente
de los Estados Unidos de América", y subscrita por el Coordinador
General de la UNPACU, José Daniel Ferrer, donde este último declara que
"ante la falta de presión real por parte de EEUU y la UE, el régimen
cubano ha incrementado la represión contra los demócratas cubanos como
no se había visto en muchos años".
Por esta razón, sumada a otro rosario de tropelías que comete el régimen
cubano y que Ferrer denuncia en su carta —las cuales, cabe apuntar, son
las mismas que ha estado cometiendo el castrismo a lo largo de décadas y
no son atribuibles a la política de acercamiento impulsada por Barack
Obama—, UNPACU considera "que es el momento de revertir al máximo unas
políticas que solo benefician al régimen castrista y muy poco o nada al
pueblo oprimido".
En un vertiginoso giro de 180 grados con relación a la postura que
mantuviera durante el encuentro que sostuvo Obama con una parte de la
sociedad civil independiente en La Habana, en el marco de su visita de
marzo de 2016, en el cual participó, Ferrer asegura que "es el momento
de imponer fuertes sanciones al régimen de Raúl Castro y también al de
Nicolás Maduro", porque EEUU, "por su destacada posición en el mundo
libre" —esto es, en tanto "primer defensor de los que carecen de
derechos y libertades en el mundo"—, debe imponer castigo a estos
tiranos, a los cuales "se les debe castigar, no premiar".
Lo curioso del hecho no es precisamente el radical cambio de opinión,
apenas 14 meses después de la histórica visita de un presidente
estadounidense a Cuba tras medio siglo de confrontaciones, sino que en
ese corto período de tiempo una misma persona sea capaz de defender con
la misma convicción y sin el menor titubeo la tesis y la antítesis de un
mismo suceso, esgrimiendo los mismos argumentos para cualquiera de los
dos casos. Todo un ejercicio jesuita, de hecho, al más genuino estilo
Castro.
Porque, si bien es cierto que la dictadura cubana ha aumentado la
represión contra la disidencia, esto no se relaciona directamente con el
restablecimiento de relaciones con EE.UU., de la misma manera que la
ruptura de relaciones no supondrá el cese o la disminución de la represión.
No se trata de negar el merecimiento de sanciones por parte del clan de
bandidos verde olivo, o la necesidad de condicionar los pasos que se
emprendan por parte de EE.UU. si se quiere lograr que el acercamiento
sea efectivo, sino de entender que en tanto se siga atribuyendo la
solución del problema cubano a las acciones de la Casa Blanca, estaremos
proyectando ante el mundo una posición tanto de incapacidad política
como de subordinación a un poder foráneo como entidad superior que nos
represente.
Por otra parte, cuando Ferrer —apelando al espíritu de EE.UU. en defensa
de los derechos— solicita a Trump "revertir al máximo" las políticas de
Obama, pierde de vista que esto implica atropellar los derechos de los
estadounidenses, por ejemplo en cuanto a la libertad de viajes y de
movimientos se refiere.
Y ya que estamos en este punto, cuando Ferrer y otros aseguran que los
Castro "se han estado beneficiando de la buena voluntad del gobierno
estadounidense", ¿a qué se refieren exactamente? ¿Acaso a las
esporádicas visitas de algún que otro crucero?, ¿a la cada vez más
menguante cantidad de turistas estadounidenses que se alojan en las
instalaciones hoteleras del gobierno?, ¿a los ingresos derivados de las
aerolíneas estadounidenses, de las cuales las que aún no se han retirado
de la Isla han limitado significativamente sus vuelos?
Puestos en el plano de las tan cacareadas "ganancias" del régimen,
¿dónde están el comercio con EE.UU. y los inversores de ese país? ¿En
verdad alguien ha llegado a creer que los ingresos relacionados con las
medidas aperturistas de Barack Obama han permitido a la cúpula verde
olivo paliar la crisis estructural del sistema y afincarse más en el
poder? ¿Acaso ignoran que los mayores ingresos de la gerontocracia y su
claque proceden de la cuasi inagotable fuente de médicos esclavos y de
la industria de la emigración —léase remesas—, y no de los supuestos
beneficios del "deshielo"?
Al parecer, estamos ante un caso incurable de miopía política y de
desconocimiento de los mínimos rudimentos acerca del funcionamiento de
la macro-economía. Que los mandamases de la Isla arrasada se han
enriquecido medrando con el erario nacional es una verdad de Perogrullo;
pero suponer que los beneficios del deshielo les van a permitir paliar
la ruina de Cuba y salvar la descomunal deuda externa es absolutamente
pueril. Ni cien Obamas sucesivos podrían revertir el proceso de
descomposición del régimen, puesto que su destrucción está en el propio
ADN del sistema.
Pero resulta que la carta de UNPACU también muestra algunas
inexactitudes políticas. Según expone Ferrer, "la principal
responsabilidad en la lucha contra el castrismo es de nosotros los
cubanos, por ser los que más lo sufrimos". Sí y no, habrá que decir. La
principal responsabilidad es, en efecto, de los cubanos. Pero no por la
causa que él enuncia, sino precisamente porque somos cubanos, Cuba es
nuestro país y es a nosotros todos, los cubanos de todas las orillas y
no a un gobierno extranjero ni a otra entidad supuestamente superior, a
quienes nos corresponde asfixiar la dictadura.
Para ello podríamos empezar por reconocer que el castrismo no es
exactamente un germen patógeno, sino un producto genuino de la desidia e
irresponsabilidad de nosotros, los cubanos. La vacuna curativa la
tenemos nosotros mismos, solo que —por las razones que se quieran
esgrimir— hasta ahora no ha habido un liderazgo capaz de guiar al
"pueblo oprimido", ni ese mismo pueblo ha sido capaz de utilizar su
ingenio y energías en la defensa de sus libertades. La aquiescente
mansedumbre nacional es en realidad el mayor capital con que el
castrismo ha contado para consolidarse en el poder. Y como si esto no
fuera suficiente, históricamente en Cuba han abundado los caudillos, en
la misma medida que han escaseado los líderes. Así de sencillo.
En consecuencia, si bien la dictadura cubana dilapidó dos preciosos años
de apertura y no aprovechó la coyuntura de flexibilización del embargo,
negándose a una apertura al interior del país; tampoco la oposición supo
capitalizar las esperanzas de los cubanos y erigirse como punta de lanza
en pro de la conquista de espacios de libertad, pese al surgimiento de
un escenario internacional más propicio. Obviamente, es más expedito —y
en ocasiones también más lucrativo— que otros tutelen la solución del
entuerto.
Ahora bien, si, ya sea por patriotismo o por conveniencia, hay quienes
prefieren creer que bajo la Era Trump las cosas en Cuba marcharán mejor
que bajo la Era Obama, no seré yo sino la terca realidad la que se
encargue de desinflar sus expectativas. De igual modo creo oportuno
recordarles que, en caso de que la oposición sea la que reciba el
beneficio de alguna política extranjera, eso no significa (al menos no
lo ha hecho hasta ahora) que se beneficien Cuba y los cubanos.
Exactamente de la misma manera que el beneficio del régimen no se ha
traducido nunca en beneficio nacional. A buen entendedor, pocas palabras.
Source: Acomodando el discurso a la Era Trump CubanetCubanet -
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