domingo, 12 de febrero de 2017

Medir la desesperanza

Medir la desesperanza
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | Febrero 12, 2017

Cuando la vida cuelga de un traficante de personas
Las estadísticas engañan. Solo reflejan valores mensurables, realidades
tangibles. Los organismos internacionales nos atiborran de números que
miden el desarrollo, la esperanza de vida o el alcance de la educación,
pero rara vez aciertan en graduar la insatisfacción, el miedo y el
desaliento. Con frecuencia en sus informes se describe a una América
Latina y a sus habitantes encerrados en la inopia de los dígitos.

Este año la región tendrá un tenue crecimiento del 1,3%, según ha
pronosticado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal). Un dato que apenas logra transmitir la envergadura de las vidas
que dejará arruinadas el renqueante andar de la zona. Los proyectos
inconclusos y un largo rosario de dramas sociales se acentuarán en
muchos de estos países en los próximos meses. El caldo de cultivo donde
brotan los populismos.

Sin embargo, el drama mayor sigue siendo la falta de horizontes que
experimentan millones de habitantes de este lado del planeta.

Un haitiano que cruza la selva del Darién para llegar a los Estados
Unidos no lo hace solo impulsado por las míseras condiciones que vive en
su país, los destrozos dejados por los fenómenos naturales o las
repetidas epidemias que se cobran miles de vidas. El más poderoso motor
que lo mueve es la desesperanza, la convicción de que en su tierra no
tendrá nuevas oportunidades.

No atisbar el fin de la violencia empuja a otros tantos centroamericanos
a escapar de sus países. En varias de estas naciones las pandillas se
han vuelto un mal entronizado, la corrupción ha corroído el andamiaje
interior de las instituciones y los políticos van de un escándalo en
otro. El desaliento promueve entonces una respuesta muy diferente a la
que genera la indignación. El primero suscita escapar, la segunda rebelarse.

Mientras tanto, en esta Isla del Caribe millones de seres humanos rumian
su propia desilusión. Por décadas los cubanos huyeron movidos por la
persecución política, los problemas económicos y el hastío. Hasta el
pasado 12 de enero esa sensación de asfixia generalizada tenía una
salida, se llamaba política de pies secos/ pies mojados y el presidente
Barack Obama la eliminó pocos días antes de concluir su segundo mandato.

Los más acérrimos críticos de aquel privilegio migratorio aseguran que
incentivó las deserciones y las salidas ilegales. Hay quienes critican
también su injusto carácter al beneficiar con prerrogativas a quienes no
escapaban de un conflicto bélico, un genocidio o un cataclismo natural.
Olvidan entre sus argumentos que el desaliento también merece ser tenido
en cuenta y computado en cualquier fórmula que intente descifrar la fuga
masiva que afecta a una nación.

Un error similar cometen los organismos como la FAO, el Alto Comisionado
de Naciones Unidas para los Refugiados o la Cepal que se especializan en
medir parámetros al estilo de la cantidad de calorías ingeridas cada
día, el efecto del cambio climático en los desplazamientos humanos o las
décimas que decreció el Producto Interno Bruto de una nación. Sus
reportes y declaraciones jamás sopesan la energía que se acumula bajo la
frustración, el peso que tiene la decepción o la impotencia en toda
migración.

Cuando más de tres generaciones de individuos han vivido bajo un sistema
político y económico que no evoluciona ni progresa, se extiende entre
ellos la convicción de que esa situación es eterna e inmutable. Llegan a
perder el horizonte y en sus mentes echa raíces la idea de que nada
puede hacerse para cambiar el statu quo. A ese punto han ido arribando
muchos de los nacidos en Cuba después de enero de 1959 y que crecieron
con la convicción de que todo había sido hecho por otros que los
antecedieron.

Eso explica que un joven que poco antes dormía bajo un techo en La
Habana, tenía acceso a una cantidad limitada pero segura de alimentos a
través del mercado racionado y pasaba sus largas horas libres en el
banco de un parque, se lance al mar en una balsa a merced de los vientos
y de los tiburones. La falta de perspectivas está detrás también de una
buena parte de los casos de migrantes isleños que han terminado en los
último años en manos de traficantes de personas en Colombia, Panamá o
México.

Washington no solo ha cortado una vía de escape, sino que la decisión de
la Casa Blanca ha terminado por subir los grados de ese abatimiento que
trae la crónica ausencia de sueños que caracteriza al país. La Ley de
Ajuste Cubano, implementada desde 1966, se mantiene para quienes logren
probar que son perseguidos políticos, pero la sensación más extendida
entre los potenciales migrantes es la de haber perdido una última
posibilidad de alcanzar un futuro.

Sin embargo, ese menoscabo de la ilusión tiene pocas posibilidades de
transmutarse en rebelión. La teoría de la olla de presión social a la
que Obama ha cerrado la válvula de escape para que el fuego de las
estrecheces internas y la represión la hagan estallar suena bien como
metáfora pero no incluye algunos importantes ingredientes. Entre ellos
la resignación que desarrollan los individuos sometidos a realidades que
se presentan como inmutables.

La creencia de que nada puede hacerse y nada cambiará se mantiene por
estos lares como el principal estímulo para levar anclas y partir hacia
cualquier rincón del planeta. La olla no estallará con un mar de gente
en las calles derrocando al Gobierno de Raúl Castro y entonando himnos
en ese soñado "día D" que tantos se cansaron de esperar.

Quienes crean que el cierre de una puerta migratoria actuará como el
chasquido de los dedos que despierta a una sociedad hipnotizada a la
conciencia cívica se equivocan. La cancelación de esa política de
beneficios en territorio estadounidense no alcanza para crear ciudadanos.

Una nueva barrera burocrática es poca cosa ante quienes consideran que
han tocado su techo de vuelo y que en su patria no les queda ya nada por
hacer. Esa callada convicción nunca aparecerá en las tablas, los
gráficos de barras ni los esquemas con que los especialistas explican
las causas de los éxodos y los desplazamientos, pero desconocerla les
hace no comprender tan prolongada escapada.


Lejos de los informes y de las estadísticas que todo lo quieren
explicar, la desesperanza llevará a los migrantes cubanos hacia otros
lugares, reorientará su ruta hacia nuevos destinos. En lejanas latitudes
florecerán comunidades que degustarán su consabido plato de arroz con
frijoles y seguirán diciendo la palabra "chico" ante muchas de sus
frases. Son esos que soltarán una lagrimita cuando vean en el mapa ese
trozo de tierra largo y estrecho donde un día tuvieron sus raíces pero
sobre el que nunca pudieron dar frutos.

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Nota de la Redacción: Este texto ha sido publicado este domingo 12 de
febrero en el diario El País.

Source: Medir la desesperanza -
http://www.14ymedio.com/opinion/Medir-desesperanza-Cuba-cubanos-crisis_migratoria-Estados_Unidos-pies_secos-pies_mojados-Yoani_Sanchez_0_2162783701.html

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